Al derecho y al revés | Matanza en Río de Janeiro
12/11/2025.- Ante la mirada inconmovible del mundo, en Río de Janeiro, como si nada, se han cometido 121 asesinatos. Y lo peor es que las autoridades de ese país pretenden pasar la página ocultando algo tan grave como consecuencias de la polarización política.
El caso de los asesinatos en las favelas, que es el nombre que en Río le dan a los barrios populares, nos atañe en tanto lo ocurrido es parte de la política de una oposición antidemocrática, enemiga del patriotismo y de los pobres en general, que con Donald Trump a la cabeza está tomando espacio en este continente.
Pero, dado que el hecho desapareció como noticia en prácticamente todos los medios y portales, es necesario aclarar.
El que un contingente de 2.300 policías y militares haya ingresado a dos populosas favelas con el pretexto de citar a 100 sospechosos de tráfico de drogas y, en medio de una balacera, maten 121 personas, ya de por sí es un hecho que va en contra de todo lo que en materia de derechos humanos se viene construyendo sobre la prédica de Jesús de Nazaret, es decir, que semejante comportamiento de la fuerza pública es incivilizado a la luz de lo construido en Occidente desde que el Imperio romano se hizo cristiano hasta llegar a la Carta de la ONU.
El contingente del orden, ya lo he descrito, pero con eso no basta para entender lo que realmente pasó allí y cómo nos puede afectar en un futuro.
En las favelas que en cada carnaval se venden como parte “folclórica” de la ciudad, vive la fuerza de trabajo de Río. Gente pobre que el poder político ha dejado desde los gobiernos militares en manos de bandas armadas, de las que sobreviven tres como organizaciones del crimen.
Son bandas viejas que se han juntado con otras más recientes surgidas estas últimas tras el auge del narcotráfico.
Quedan en pie y con gran tamaño el Comando Vermelho o CV, el Terceiro Comando o TC, que es una fracción disidente del CV y que presuntamente se había pacificado en 2006, y las milicias que se presentaron en público bajo la fachada de fuerzas de civiles que combaten el narcotráfico en las favelas, pero que, en realidad, como todas esas bandas, son organizaciones delincuentes formadas por policías y expolicías que extorsionan a los vendedores de drogas, a los que venden gas robado en las fábricas y a los que ofrecen internet y televisión por cable de manera ilegal.
Ojo: es obvio que manejando esas bandas, centenas de millones de dólares al año, sus jefes no viven en esas favelas, más bien habitan en Nueva York o Lisboa.
Hay también un dato que a primera impresión causa extrañeza y es que el partido de Bolsonaro, que gobierna el estado y la ciudad, tiene entre sus diputados a un ciudadano de apellido “Joyas”, quien ya estuvo preso por venderle armas robadas en los arsenales de la policía y el ejército al CV.
Y vistas así las cosas, pareciera que la matanza se hizo para favorecer al CV recientemente asediado por la unión de las milicias y el TC.
Pero no, la mayoría de los muertos, e incluso los más de cien ciudadanos que la policía supuestamente buscaba para llevarlos a declarar, son del CV.
Y allí entra la politiquería disfrazada de democracia: el gobernador Castro no buscaba erradicar al CV o cualquiera de sus competidores y menos acabar con el tráfico de drogas, sino debilitar al más grande de las tres bandas, que es el Comando Vermelho.
Y lo lograron, aparte de servir de vitrina para demostrar en el campo que la inversión de unos 1.000 millones de dólares que gastó la ciudad en cámaras, identificadores faciales y de placas de automóviles comprados a Israel, después de ser estos productos experimentados en Gaza y Cisjordania, vale la pena.
Y para enganchar con la verborrea internacional del presidente Trump, llaman la operación asesina como “combate al narcoterrorismo”, palabra que no existe en el Código Penal ni de Brasil ni de nuestros países, donde separamos la delincuencia organizada del terrorismo político para reservar a los militares las operaciones contra el terrorismo, quienes no requieren órdenes de tribunales e incluso, en casos de guerra, violan leyes internacionales.
Y así, poco a poco, se desmonta el entramado de civilización cristiana y derechos humanos que le permitió a Occidente crecer.
Domingo Alberto Rangel

