Aquí les cuento | "Neeery" (II)

Mi corazón también navega hacia Gaza

26/09/2025.- Al conocerse la sentencia, toda la ciudad se reunió en la plaza principal, donde, además de los treinta templos de las religiones que convivían en el país, se encontraba el palacio de justicia.

Los asistentes levantaron voces y pancartas, saludando al fabulador que sería conducido a la cárcel, donde cumpliría la sentencia que lo separaría de su gente durante el resto de su vida.

Todos los asistentes tenían la intención de rescatar al hombre de las manos de sus custodios. Aun así, Nery les dijo que no, que se quedaran tranquilos, que él, siendo un hombre respetuoso de las leyes, iría sin oposición a conocer la cárcel, de donde afirmaba que escaparía cuando el aburrimiento se lo indicara.

Un hombre como Nery Vega no conocía esa sensación (eso de quedarse tranquilo). Siempre estaba ocupado inventando cosas como muebles, casas, herramientas y maquinarias, o sembrando la tierra. En eso había invertido el medio siglo de vida que había cumplido, sin salir nunca de su pueblo.

La construcción más monumental y moderna que había en toda la ciudad era precisamente la cárcel.

Estaba recién construida por el presidente de la república. Este, al no tener suficientes riquezas explotables y exportables en el país, tuvo la idea de rentar los innumerables calabozos y cancerberos para alojar "cómodamente" a presos provenientes de cualquier país del mundo, siempre que pudieran pagar en divisas el compulsivo alojamiento. Así, garantizaban el padecimiento supremo.

La cárcel tenía, entre otras, las siguientes características: estaba ubicada en el centro de una excavación rectangular inundada, de cuarenta y tres metros y medio de ancho por doce metros y cuarto de profundidad, y la habitaban cocodrilos (aligátores) voraces, traídos de los pantanos, y hambrientas pirañas.

Estos saurios recibían, eventualmente, alimento mediante un tubogàn (tobogán cilíndrico), cuya entrada estaba dentro de la enfermería de la cárcel, donde los matarifes se encargaban de aportar las raciones.

Contaba con un muelle de embarque y dos lanchones de acero, acondicionados para el traslado de presos.

Una vez traspuesto el cerco inundado, se llegaba a la única puerta de acceso. Se trataba de un enorme portón de acero de ocho metros y doce centímetros y medio de altura, por tres metros y un tercio de ancho. Era operado con un sistema automático accionado por computadora, desde el centro tecnológico de control, manejado por robots humanoides de última generación.

Una sala de recepción poseía un escáner que registraba cada una de las características físicas, antropométricas, genéticas, etc., de cada ingresado al complejo carcelario.

Al recibir la remesa de condenados, estos eran despojados de la vestimenta. Todos se sentaban en una gradería de sillas metálicas, que a su vez se desplazaban sobre un sistema de cinta transportadora. De ese modo, llegaban a una estación donde les rasuraban al rape la cabeza, y eran despojados hasta del último pelo que tuviesen. Luego entraban en un corredor donde eran rociados con agua a presión, a sesenta grados de temperatura, y secados con aire a presión, que salía de unas rejillas adosadas a la pared.

Les entregaron, al final de la asepsia colectiva, un pantalón corto y una franela blanca. Inmediatamente, eran conducidos a los pabellones, donde fueron ubicados en un aforo de cuatro individuos por metro cuadrado.

Mediante un altavoz se les comunicó que los reclusos recibirían una comida al día, consistente en frijoles color azafrán y arroz azul, durante los tres primeros días. Luego serían trasladados a los terrenos hábiles para la siembra, para producir los alimentos que consumirían. El excedente suficiente se destinaría a la comercialización.

Los presos permanecerían vestidos de blanco hasta iniciarse en el trabajo de campo, donde usarían ropas de trabajo. Esa información satisfizo a Nery, ya que nunca había vestido prendas diferentes a las de trabajo.

Los grupos de trabajo en el campo estaban formados por mil hombres cada turno. Los rubros sembrados eran maíz, frijoles, arroz azul, ají picante, repollo, tomate y rábano.

Nery no conocía el rábano, pero, como todo campesino, pronto aprendió a cultivarlo.

Los primeros días de trabajo fueron suficientes para que Nery destacara como trabajador.

Sin embargo, a la hora de aprovechar los productos, tenían que comerse los frijoles sin pan, porque el maíz estaba destinado a alimentar a los puercos, propiedad de los administradores de la cárcel.

Nery habló con el alcaide y logró persuadirlo de sembrar yuca para producir el mejor pan heredado de nuestros abuelos indígenas: el casabe.

En una semana, a solicitud de Nery Vega, el Ñato Rojas había cortado unos veinte mil palos de yuca, que fueron trasladados en camiones al penal, donde serían plantados en el campo. Cuando descargaron toda la planta de yuca, Nery tomó un trozo especial, a la que el Ñato Rojas había atado una cinta roja. Ese pedazo Nery lo plantó en el predio destinado a la siembra de yuca, donde además se edificaría la fábrica de casabe.

 

Aquiles Silva


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