Libros libres | La creación proteica de Juan Calzadilla

20/07/2025.- Mi memoria viaja tratando de atrapar ahora imágenes y momentos de aquellos años en que Juan Calzadilla llegó a Mérida a laborar en el Taller Literario de la Escuela de Letras de la ULA, donde muchos escritores participamos con él de las sesiones, compartiendo con tantos jóvenes escritores de entonces. Después, la cercanía con Calzadilla se produjo cuando yo laboraba en la revista Imagen en Caracas, cuando las oficinas de esta publicación funcionaban en el Edificio Macanao de Las Mercedes. Juan habitaba en otra residencia cercana con su familia y compartíamos momentos efusivos en estos espacios con otros poetas como Eli Galindo, Luis Sutherland, Baica Dávalos, Víctor Valera Mora y Ángel Ramos Giugni. También es muy conocida la estadía de Juan en La Vela de Coro en el estado Falcón, donde dictaba talleres de poesía a escritores jóvenes, para regresar luego en Caracas, ciudad adonde había viajado Juan muy joven desde su natal Altagracia de Orituco en el estado Guárico, para hacerse escritor en los años 60 del siglo XX, formando parte de grupos y revistas de vanguardia como El Techo de la Ballena, junto a otros destacados escritores y artistas, convirtiéndose, de paso, en uno de los más agudos críticos de arte, cuestión probada en una bibliografía profusa y lúcida que aún no ha sido igualada en nuestro país, donde resaltan, sobre todo, sus acercamientos a la obra de Armando Reverón.

Juan Calzadilla se convierte en uno de los escritores que renuevan la poesía nuestra, introduciendo elementos distintos, urbanos, absurdos, abstractos, paradójicos, alejándose de los lirismos al uso y empleando construcciones en prosa, textos yuxtapuestos y complejos que nos remiten a otros niveles de comprensión y donde campean el humor negro y amargo, la ironía, la permanente paradoja del hombre de la ciudad expresada en títulos como Dictado por la jauría (1962), Malos modales (1965), Las contradicciones sobrenaturales, Ciudadano sin fin (1969), Oh smog (1978), Minimales (1993), Bicéfalo (1978), Diario sin sujeto (1999) y tantos otros libros sobre arte como El ojo que pasa (1979), obras todas cuyo influjo se hizo sentir en las nuevas generaciones; junto a sus trabajos sobre nuestro Armando Reverón, donde destacan Voces y demonios de Armando Reverón (2004). Tales actividades le harían merecedor del Premio Nacional de Artes Pláticas y del Premio Nacional de Literatura.

Conocido también como “el más joven de los viejos poetas venezolanos” por su afabilidad y alegría, Juan Calzadilla nos ha legado sus dibujos, collages y pinturas –las cuales tuvieron acogida nada menos que en la Bienal de Venecia (Italia)–, su obra crítica y su natural desenfado y permanente cercanía con las nuevas generaciones, dejándonos el compendio elocuente de un ser humano que vivió desde y para la cultura, la reflexión y la creación en nuestro país, con influjo expansivo en otras latitudes, sobre todo en Colombia, Argentina, Chile y otros países de la América Latina, donde su obra crecerá, estoy seguro, en los tiempos venideros.

El que huye de la ciudad huye de sí

Entiendo que hay un golpe que no sabe renunciar

A la tinta de escribir con sangre

un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta

desde cuya empuñadura nos mira.

Advierto que sus aristas al rojo vivo

entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas.

Un golpe cuyo efecto no será juzgado

por la clarividencia del eco

y cuya sonoridad ciega omite todo exceso

de retórico alrededor de lo acontecido.

Un golpe que no deja lugar

para los ejercicios de la memoria.

Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma

que toman en el puño al ser arrojado.

Un golpe para el que la estupefacción

es solo el recibo que él nos pasa.

Juan Calzadilla

   

 

Gabriel Jiménez Emán

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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