Micromentarios | Festivales del chantaje
28/03/23.- Para algunas personas soy sumamente aburrido, pues no me gusta lo que la mayoría considera una fiesta.
Pese a que quienes asisten a este tipo de celebraciones se esfuerzan en mostrarse alegres, lo cierto es que no hay nada más triste que tales personas y sus reuniones.
En infinidad de fiestas, la verdadera alegría de unos pocos es absorbida rápidamente por las esponjas de tristeza y soledad en las que la mayoría de los presentes se ha convertido.
Quienes no soportan estar solos, y por lo general culpan a los otros de su situación, procuran, con excesiva frecuencia, reunir a su alrededor a cuantos individuos puedan —mujeres y hombres—, sin advertir que gran parte de sus invitados son tan malos solitarios como ellos.
Como lo que cada quien pretende es aliviar individualmente su soledad, casi todas las fiestas se vuelven torneos en los que cada solitario procura atraer hacia sí la mayor cantidad de compasión posible. Pero, al darse cuenta de que eso no les produce alivio, lo buscan compartiendo las sustancias expresamente fabricadas para ello.
Esta es la razón por la cual, quienes quieren estar y sentirse alegres, en vez de aprender a vivir consigo mismos, se sumergen en las bebidas alcohólicas o en las drogas.
Si en verdad las reuniones sociales generaran alegría y apartaran la soledad, no haría falta ninguna sustancia para invocar a una y espantar a la otra. Es por ello que muy pocas fiestas resultan en verdad buenas.
Por otra parte, el sentido gregario que estimula el encuentro es afectado, además, por un hecho que, desde que lo descubrí en mi adolescencia, me ha parecido lo más lamentable de todo.
Las fiestas despiertan —inconscientemente, claro— el perverso deseo de compartir debilidades, ya que muy pocos están dispuestos a compartir sus fortalezas.
Tales debilidades van desde el aludido consumo de alcohol y drogas, hasta comportamientos delictivos varios, en especial los de carácter sexual, pasando por despliegues de lujo, ambición y poder que —como parte de enormes complejos de inferioridad— intentan abrumar e intimidar al resto de los presentes.
Compartir las debilidades consiste en eso: tú eres un borracho y me permites verte en estado de ebriedad, a cambio de que yo haga lo mismo. Luego, como ambos conocemos la debilidad del otro, esto sirve como elemento disuasorio de ataques o, lo que es lo mismo, tú no me jodas porque yo también puedo joderte.
Por tales características de las fiestas y las reuniones, me atrevo a calificarlas como festivales del chantaje.
Lamentablemente, la casi totalidad de las celebraciones venezolanas se realiza en torno a ese compromiso tácito. Y hasta ha corrido con suerte la idea de que una fiesta sin borrachos ni tronos no es una verdadera fiesta.
Armando José Sequera