Las dos orillas | María Elena, la última esposa de Leopoldo Zea

28/12/2025.- Por azares recurrentes en mi vida, me ha tocado estar en sitios y conocer personas que solo puedo explicar por la incierta teoría del "mundo pequeño" o de los seis grados de separación. Tuve la oportunidad, por espacio de dos años, de ser el conductor de un programa de TV. El canal, recién fundado el 11 de noviembre de 2003 por el comandante Chávez, era VIVE TV (Visión Venezuela). Ya habían sido superados los sucesos del 2002, es decir, aquel primer y frustrado golpe de Estado mediático del que se tenga noticia en el mundo.

Yo co-conducía, pues éramos varios los moderadores —esa figura que ahora llaman "anclas"— del programa Intercambio. Confieso que soy un tipo más bien poco dado a las luminarias y puestas en escena, aunque en Vive —en ese Vive— la estética estaba más relacionada con el trabajo limpio de los medios comunitarios y la comunicación popular.

De pronto, comencé a detectar una suerte de rating del programa —que salía martes y jueves— debido al número de personas que comenzaba a reconocerme. Claro, yo era un tipo de 35 años que, con unas canas más, seguía siendo el mismo. "Epa, ¿tú eres el que sale en Vive?", me dijo una señora con la que me crucé en mi tránsito de vuelta por el bulevar de la avenida Panteón. Aparecer en TV era algo que no tenía previsto, pero uno anda por ahí y no sabe lo que puede hacer hasta que alguien le dice que lo puede hacer. La culpa la tuvo mi querida María Elisa Alcheick, quien me pidió que asumiera esa responsabilidad.

Entrevisté a medio mundo. Eran figuras que yo mismo veía en TV y que ahora se sentaban a mi lado y conversábamos sobre la ardentía de esos años de la Revolución Bolivariana. Chávez era el jefe editorial del país. Nosotros solo lo acompañábamos en sus constantes utopías.

A Leopoldo Zea tuve oportunidad de leerlo en mi época universitaria en los ochenta. Era lectura obligatoria para las materias relacionadas con Literatura Latinoamericana. Por lo menos un mes pasábamos en el debate y la reflexión de las nominaciones para situar las obras literarias y asignarles un espacio-tiempo y sobre si era literatura "hispanoamericana" o "latinoamericana". Lo cierto es que el nombre que nunca se mencionó fue "nuestroamericana". Así, leímos a Zea, Ángel Rama, Fernández Retamatar, Vasconcelos, Mariátegui, Simón Rodríguez, Arturo Uslar Pietri y J. M. Briceño Guerrero, entre otros que ya no recuerdo. De lo que sí estoy seguro es de que la materia la impartía la viuda de José Vicente Abreu: Lil Barceló Sifontes.

Décadas después, me encontraba yo en un estudio de televisión entrevistando a María Elena Rodríguez Ozán, una académica argentina nacida en Mendoza, a quien, quizás por los seis grados de separación, le tocó acompañar al maestro Zea en los últimos años de su vida. Aunque este artículo no trata sobre la importancia, la impronta y la vigencia del pensamiento del mejicano, trata de ella, de María Elena, y de lo que sucedió en ese encuentro.

 

Las cenizas de Zea

Me enteré de que iba a conversar con la profe María Elena el mismo día del programa —era lo frecuente— y, como siempre, me tocó rescatar —más de mi memoria que de internet— la obra y los postulados de Zea. Iba a la deriva con más omisiones que certezas. Por suerte, esta mujer menuda, muy educada, con una gentileza más mejicana que argentina, me ayudó a cumplir con la tarea. La entrevista habría tenido que ser sobre ella, quien tenía méritos de sobra, pero resulta que por aquella época se celebraba en Caracas un encuentro de pensamiento nuestroamericano y ella, María Elena, vino a compartir lo que le tocó sentipensar: vida y obra de Zea.

Doña María Elena había estudiado Historia en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Quizás por eso tuvimos una química cómplice en el programa. Hablamos, sí, de Zea, pero también me sirvió para reeditar mis debates universitarios. Ella supo situar ese debate en la dimensión necesaria para esos tiempos históricos. Es una lástima que de todos los programas que hice no tenga copia. Me serviría mucho para honrar la memoria y la disciplina de María Elena y ser fiel a lo que ahí hablamos.

Al terminar el programa, salí del canal a retomar mis labores como profesor de la Universidad Bolivariana. Iba de salida cuando me encuentro de nuevo con la profe, quien me pide el favor de ayudarla a llegar a la plaza Bolívar de Caracas. Yo le digo que sí, que estamos relativamente cerca, a unas tres cuadras. Por el camino, la invito a tomar un café en uno de los locales del bulevar. Tomándonos ese café, ella me confiesa que uno de los deseos del maestro era que, una vez muerto y cremado, sus cenizas fueran soltadas al viento en tres plazas Bolívar del Nuestra América.

Las plazas Bolívar elegidas por Zea eran la del Paseo Reforma, en el D. F.; la del centro histórico de Bogotá y, por supuesto, la de Caracas. Me tocó ser testigo presencial del cumplimiento de esa última voluntad de Zea. De la profe no volví a saber hasta el momento de su partida, en 2017. Esta crónica se la debía.

 

Armando Carrieri


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