Las dos orillas | Leyendas urbanas: La esquina de El Chorro

21/12/2025.- Converso con mis estudiantes de la materia Habilidades Lingüísticas sobre la naturalidad de la narración y sobre lo gregario y equivalencial que ella tiene como punto de resistencia en la deriva de las redes sociales. Un amigo me había enviado por esos días el PDF de un libro que no conocía de Byung-Chul Han: La crisis de la narración (2023), un ensayo donde Han procesa el término “narrativa” y sus escorzos en el tiempo atomizado de la modernidad tardía.

Han advierte que el storytelling comercial transforma la narración en mercancía, vaciándola de su misterio y verdad intrínseca. Sin embargo, las leyendas urbanas resisten ese vaciamiento, en virtud de la transmisión oral que es generadora de comunidad, como señala Han. Las leyendas urbanas funcionan como narraciones que orientan, cohesionan y educan, en contraste con la información digital, que suele aislar y dispersar. Una leyenda urbana es un relato ficticio que se plantea como algo real y se transmite de persona a persona. Suele contener elementos de misterio, terror o moralejas sociales.

Su sintaxis parte del alejamiento, encubrimiento, del emisor original, con la frase “El amigo de un amigo le contó”. Ese punto de partida difuso, indeterminado, poco verificable, sirve de base para el andamiaje del relato. Una leyenda desde el punto de vista clásico es un cuento que mezcla datos e informaciones con elementos ficcionales: una mezcla alquímica de las dos orillas, ciencia y humanidades. Dice Han que la memoria humana es selectiva y narrativa, mientras que la memoria digital es acumulativa y aditiva.

Las leyendas urbanas venezolanas, transmitidas de generación en generación, se transforman y adaptan, seleccionando acontecimientos significativos y omitiendo otros, creando una historia viva y en constante evolución. Esta memoria narrativa permite que la leyenda se mantenga relevante y significativa, a diferencia de la información digital, que se pierde en la irrelevancia tras el instante de novedad, una suerte de caligrafía efímera en las RRSS.

El rey de los guaraperos

La esquina de El Chorro, ubicada en el centro de Caracas (entre las parroquias Catedral y Altagracia), debe su nombre a una ingeniosa historia que data de la época de la independencia (1812). Esa historia tiene dos versiones: Una y la más popular es la de "El rey de los guaraperos".

Cuenta la leyenda que en esa esquina vivían dos hermanos de origen canario, Agustín Pérez y su hermano, conocidos como "Juan y medio" y "Agustinillo". Agustín era famoso por preparar el mejor guarapo de piña y papelón de la ciudad. Para evitar el desgaste de su puerta debido a la gran cantidad de clientes y no tener que abrir constantemente, Agustín diseñó un sistema de despacho automático primitivo: Instaló un tubo o conducto que iba desde el interior de su casa hasta la calle. Al lado del tubo había una pequeña alcancía o ranura. Cuando el cliente depositaba una moneda (un centavo), Agustín escuchaba el sonido desde adentro y accionaba una llave que dejaba caer un "chorro" de bebida directamente en el envase del comprador.

El primer acueducto de Caracas

La otra versión de esta leyenda urbana tiene un recorrido en la memoria oral; tiene su sustrato en que el nombre proviene de una pila de agua situada en la zona durante la época colonial. La pila fue habilitada por el fraile dominico Antonio González de Acuña, quien impulsó el acueducto de Caracas. El conducto pasaba por la parte sur del convento de San Jacinto y terminaba en un chorro de agua potable que caía a la calle desde cierta altura, convirtiéndose en un punto de referencia para los caraqueños que se abastecían de agua en ese lugar.

Dice Byung-Chul Han que las narraciones fundan comunidades y nos salvan de la contingencia. En sociedades tradicionales, la narración asignaba un lugar en el mundo, orientaba la vida y tejía lazos entre las personas. La religión, por ejemplo, es una metanarración que da sentido al tiempo y a la existencia, integrando cada día y cada festividad en una historia común.

La narración, entonces, no era solo contar historias, sino vivir en ellas. No se hablaba de “storytelling” ni de “narrativas” porque la vida misma era una narración. El sentido y la orientación provenían de relatos compartidos, transmitidos oralmente y vividos colectivamente. En tiempos de crisis, cuando la vida parece fragmentarse en instantes y la información abunda, pero el sentido escasea, las leyendas urbanas se convierten en anclajes narrativos que salvan del vacío y la contingencia.

Entre las categorías de orden que les planteo a mis chamos en la universidad está la oposición utopía-distopía. Ellos se me quedan viendo, pero, poco a poco, son capaces de identificar y reflexionar sobre ambos términos; “las palabras son de quien las necesita”, como dice Mario Ruopolo, personaje de la película Il Postino, una versión de la novela Ardiente paciencia del chileno Antonio Skármeta. Lo central de las reflexiones está en detectar la distopía que se construye a través de la novela de anticipación y, más recientemente, en las redes sociales.

Ninel, David, Ámbar, los gemelos Valero, Greymar, Eduardo, las dos Andreas, Nizzi, todas y todos los demás están conscientes de que en el laberinto digital se construye y se naturaliza la deshumanización de lo humano. Al final, la tan mentada guerra cognitiva es una conflagración en la memoria, en donde se instalan relatos efímeros hechos a la medida para producir el consentimiento de la distopía actual que apuntala la vaciedad del transhumanismo.

 

Armando Carrieri

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