Vitrina de Nimiedades | Las fronteras digitales de la palabra
13/12/2025.- Uno de los primeros actos liberadores para muchos humanos es leer. Lograrlo supone un camino más o menos complejo, según las posibilidades de cada individuo y la paciencia de quien guíe este proceso (cuentos de terror cortesía de “Mi angelito” sobran, pero eso no es objeto de este artículo). Mientras millones descubren un nuevo mundo a través de la palabra desde la infancia, otros lo hacen ya adultos y muchos más lo logran a través de recursos tecnológicos, como los lectores con discapacidad visual. Este triunfo colectivo, paradójicamente, encuentra en las nuevas herramientas digitales fronteras que, si no amenazan, al menos levantan sendos muros en nuestro encuentro con la palabra.
Mientras se ha hecho lugar común la queja sobre la poca atención que se presta hoy a contenidos extensos, las referencias para el texto ideal vienen del mismo sitio que ha puesto de cabeza nuestros hábitos: el mundo digital. Expertos en SEO recomiendan escritos de al menos 500 palabras, casi la extensión del primer párrafo de “Cien años de soledad”, pero la frase: “Si es bueno y breve, es dos veces bueno” puede aliviar angustias. Eso no soslaya que los patrones de lectura ya están marcados por los algoritmos y otros parámetros imperceptibles para muchos.
A la extensión se suma el cambio de formato. El salto del papel a la pantalla sigue evolucionando para adaptarse a las demandas de las redes sociales. Contamos relatos escritos a través de carruseles o posts que fragmentan contenidos y, en muchos casos, hacen la lectura inamistosa. ¿Cuántas veces nos ha tocado expandir una imagen para leer? Pasa, incluso, con materiales que contienen instrucciones o comunicaciones de Estado. Ni hablar de quienes convierten bloques de texto en video organizados en una secuencia ilegible. La única forma de sobrevivir a ese baile de palabras es con el botón “Pausa”. Hasta señales de información vial inteligentes también pueden contribuir al caos.
Quizás, el elemento más frenético de este cambio sean los nuevos roles que damos a la tecnología en la producción y acceso a productos escritos. Seguro son millones los que encargan a ChatGPT o a Gemini la redacción de un informe que enviarán sin pena a un grupo de trabajo que, a su vez, le pedirá a Copilot un resumen de ese documento. Mientras las máquinas escriben y dialogan entre ellas, los humanos confiamos en estar informados. Antes de que salten a decir que esas herramientas están para hacernos la vida más sencilla, cabe preguntarse dónde queda la intención comunicativa humana en todo esto. ¿Estaremos usando la palabra como elemento fragmentador?
Mientras 739 millones de adultos aún son analfabetas y al menos 2.200 millones de personas tienen alguna dificultad visual, el resto del mundo se extravía en este extraño divorcio entre el disfrute de la palabra y la imposición de formatos emergentes que ponen barreras. Las fronteras ahora son digitales.
Rosa E. Pellegrino

