Aquí les cuento | Reverón barinés (3)

12/12/2025.-

La fiesta.

—¡Pasen adelante! ¡Aquí, hoy será la fiesta de mi corazón! ¡Cada vez que me visitan los amigos, mi alma estará de fiesta! ¡Vengan!

¡Por favor, si traen licor, no les ofrezcan a ellas, y de mí no se ocupen, ya que, como han de saber, soy abstemio!

—¡Graciela, mujer, baja! ¡Ya está bueno de lecciones de francés por este momento! ¡Además, deja de exigirle tanto al profesor, a quien no le hemos dado ni siquiera un par de cambures el día de hoy!

Pancho no asomó su cara esa tarde. Estaba muy disciplinado por Armando, y solo acudía cuando, con clase, se le invitaba a incorporarse a las reuniones.

Carmen Moya (Graciela) era la única muñeca de carne y hueso. Es decir, no era de trapo. Y salía del castillete a comprar los cambures para Pancho y, antes de que empezara la fiesta, estaría de regreso.

Al ratito estaba de vuelta.

Entró a la habitación y le ofreció al profesor una mano de cambures pipianos que había comprado en la frutería cercana a Las Quince Letras.

Se escuchó el murmullo en francés cuando el profesor Francisco Pasteur (Mono Pancho) agradeció con un inconfundible: “Merci, beaucoup”.

Siguiendo las orientaciones del artista, todas las muñecas debían estar ubicadas al interior de la casa para que no las vieran los visitantes antes de que empezaran los acordes de la primera pieza entonada por los músicos.

Carmen Moya salió de la habitación y se acercó a Armando, quien le murmuró al oído una pregunta ininteligible para su, aún escaso, francés. “Mesdemes, êtes-vous prêtes?”.

Ella no entendía la expresión del maestro. Pero su instinto caribe le hizo responder: “Oui maître, ils le sont…”, “listas Armando, pulías, del carajo…”. Y regresó donde estaban las muñecas esperando.

Reverón entró e hizo el conjuro de darles un beso en los ojos a cada muñeca para que tomaran vida y movimiento.

Todas saltaron a abrazarlo.

Él las repelió con un gesto y una sonrisa.

—¡Ya tendremos tiempo, mis amores! —Se arregló la solapa y salió al patio.

El pintor vestía sus mejores galas para esa ocasión. Se acercó a la entrada del castillete a recibir a los músicos.

—¡Adelante, maestros! ¡Bienvenidos a este hogar de luz, donde la alegría ha plantado sus raíces!

Los invitados, que esperaban la entrada al castillete, se acercaron a la voz del pintor.

Armando tomó un largo bastón de mangle que había recogido en la playa de Macuto y, haciendo pose de mozo, empezó a recibir y anunciar con pompa a cada uno de los nobles invitados:

—¡En el portal de este palacio hace su entrada Pastor Peña, conde de Puerto Nutrias, quien ha venido organizando cooperativas en todo el territorio de este reinado barinés!

Los asistentes aplaudían, mientras los músicos hacían una breve fanfarria.

—¡Ingresa al banquete el excelentísimo Poncio Landaeta, varón del garrote de Vera y del canto eléctrico de las nubes de la sierra nevada!

Nuevamente aplausos y fanfarrias.

—¡Nos honra! (prosiguió Reverón) Carlos “Conejo Gutiérrez”, precursor insigne del vuelo interoceánico en naves propulsadas por el color de sus sueños. Conde del papagayo enredado en el cableado eléctrico de Barinitas.

Nuevamente aplausos y fanfarrias.

—¡Y de la última berlinesa desciende nuestro invitado Jorge “Figo” Figuedo! Alto empresario del espectáculo, quien recibió título nobiliario de varón de las esferas brillantes. Por la reina del aceite de Castilla. Por hacer malabares con siete pelotas a la vez. Mientras que el consorte de la susodicha no encontraba cómo echar a rodar un par en la cancha de los tormentos en que habíase convertido el palacio desde hacía muchos años.

—¡Llegaron los músicos, vamos a bailar!

—¡La sala está adornada! ¡Los candelabros, las cortinas, los mozos con la champaña, la cena servida! ¡Vamos, bailemos a los acordes cañoneros! ¡Háganlo con clase! ¡Reverencien a mis muchachas antes de sacarlas a bailar!

Las cinco hermosas mujeres, trajeadas de jardines, aceptaron la invitación al primer baile.

Los músicos desplegaron su arte con el entusiasmo de contagiar de alegría a todos los participantes de la fiesta.

—¡Así se hace, como caballeros! Miren a ese Ponciano cómo se desplaza; el juguetón conejo toma la cintura de Virginia. Jorge agarra a Micaela como si se la quisiera llevar a su casa, pero no.

De aquí no se irá.

Juanita repartía el variado refrigerio en totumas bien labradas por el maestro.

Armando Reverón danza, ríe y arenga a los presentes. La música no cesa de sonar.

—¡Estoy alegre de que ustedes, mis nobles amigos, vengan a este castillo a hacer comunidad con nuestra alegría!

—¡No habrá despedida jamás en esta casa amurallada de cariño donde nos encontramos!

—¡Los vecinos son pocos y todos disfrutan de la fiesta! ¡Vengan, vecinos! Aquí tenemos agua de coco, papelón con limón y ese arroz con pollo que trajeron hechecito nuestros amigos caraqueños.

La fiesta permaneció hasta las ocho y veinticinco de la noche. Los músicos se despidieron y los bailadores quedaron prendados de aquellas hermosas y fragantes muñecas.

Ellas también se entregaron en cuerpo y alma a la danza. Quisieran marcharse con los jóvenes artistas que conocieron. Pero era imposible.

Reverón las había diseñado para vivir en el perímetro del castillete. Si trasponían los límites de aquel palacio, al llegar a la calle volverían a ser trapos y tiras de colores a los que el genio de Macuto les diera vida.

Aquiles Silva

 

 

 

 

 

 

 

 


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