Trinchera de ideas | Una mirada somera a la nueva estrategia...

de seguridad nacional de Estados Unidos (I)

11/12/2025.- Un documento como la Estrategia de Seguridad Nacional de un país, como el recientemente anunciado por Estados Unidos, no se puede sustentar en la ficción y la farsa. En la presentación del instrumento, el presidente Trump incurre en todo tipo de falsedades, evidentemente para convencer a la estupidizada opinión pública de Estados Unidos de que “están ganando”. Es un documento de política exterior orientado a la política interna.

Igualmente, es un documento para exaltar a Trump y minimizar a todo el resto, en primera instancia a sus adversarios del Partido Demócrata, recurriendo a la mentira para decir que nadie como él ha hecho tanto para cambiar su país.

Enalteciendo medidas tomadas que se han basado en el supremacismo, el racismo, la misoginia y la exclusión como valores de Estados Unidos que se pretenden incoar a la humanidad entera, Trump se autoasume victorioso, a pesar de que hoy, junto a Netanyahu, son los personajes más odiados del mundo.

Dice haber destruido la capacidad de enriquecimiento nuclear de Irán, pero sigue mandando mensajes a Teherán para negociar el asunto. ¿Por qué negociar algo que no existe? Afirma haber resuelto guerras que no ocurrieron y conflictos inexistentes; en otros, en los que reivindica su resolución, los propios actores directamente involucrados se han encargado de desmentirlo.

Anuncia haber puesto fin a la guerra de Gaza cuando el ejército sionista sigue masacrando al pueblo palestino. Claro, a él solo le interesaba “el regreso de todos los rehenes vivos a sus familias”. Por supuesto, se refiere a los rehenes capturados por las organizaciones palestinas armadas, mientras que los miles de palestinos retenidos en cárceles del sionismo y los 70 mil muertos (entre ellos 30 mil niños), los 171 mil heridos, los 14.400 desaparecidos y el millón novecientos mil desplazados no cuentan.

Un país que elabore una estrategia que justifica y reivindica el asesinato, la muerte, la agresión y la guerra como principales instrumentos de acción, denota decadencia, putrefacción y falta de valores. Pretende mostrar fuerza y poder, pero en realidad expone debilidad, temor a perder la hegemonía, fracaso y derrota.

Sin haber hecho aún un estudio profundo de esta nueva estrategia, me adelanto a dar una opinión inicial tras una primera lectura del documento. En los últimos meses, muchas personas se han apresurado a “explicar” lo que está ocurriendo en el mundo a partir de la simple y superficial sentencia de que Trump está loco. Como he dicho desde enero, en cada una de mis intervenciones escritas o audiovisuales, este documento demuestra que Trump no solo no está loco, sino que es el presidente más cuerdo que ha tenido Estados Unidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

Es el primero que ha tomado nota de la crisis y del fracaso de Estados Unidos y su política en los últimos 80 años. El manejo teórico que se hace en la introducción del documento es perfecto, claro, desde la perspectiva imperialista de Washington… pero es que nunca se había hecho de esa manera en un expediente gubernamental de ese país.

La aceptación de que Estados Unidos “necesita una estrategia coherente y enfocada sobre cómo interactuamos con el mundo”, expone, “sin querer queriendo”, que antes no la tenía. La explicación teórica que se hace a continuación acerca de qué es y para qué debe servir una estrategia es impecable. Si no fuera porque está muerto, uno podría suponer que la mano de Henry Kissinger y su concepción realista de la política internacional está detrás de este escrito.

El documento es claro y preciso en este sentido: “Las estrategias estadounidenses desde el final de la Guerra Fría han fallado: han sido listas interminables de deseos o estados finales ideales; no han definido claramente lo que queremos, sino que han declarado vaguedades; y con frecuencia han juzgado mal lo que deberíamos querer”.

A continuación, en tercera persona que no involucra al trumpismo, expone en qué se sustentan esos argumentos:

1. Las élites estadounidenses creyeron que la “dominación permanente” de su país sobre el mundo era lo mejor.

2. El problema de asumir lo anterior es que no tomó nota de que las decisiones de otros países solo debían concernir a Estados Unidos si amenazaban directamente sus intereses.

3. Las élites calcularon mal la disposición [léase las posibilidades] de soportar la carga que significaba su ambición de dominar el mundo.

4. Asimismo, sobrestimaron las capacidades de su enorme aparato de agresión global.

5. Se equivocaron al asumir el globalismo y el “libre comercio” como paradigmas que destruyeron la base económica y social del país. Esto es algo reconocido también por primera vez.

6. Obligaron al país a asumir los costos de arrogarse la condición de “garantes” de la defensa del sistema capitalista, involucrándose en conflictos que no le concernían e “irrelevantes” para Estados Unidos. Imaginando que están pensando en Vietnam, Afganistán, Irak y otros, yo agregaría: “y de los cuales salimos derrotados”.

7. Retomando el paradigma original del país que postulaba el aislacionismo como política, ahora rechazan el multilateralismo, una vez que comenzaron a perder la capacidad de controlar las instituciones internacionales como lo hicieron después de 1945.

8. Resume diciendo que estas élites a las que el documento responsabiliza del fracaso “… no solo persiguieron un objetivo fundamentalmente indeseable e imposible, sino que, al hacerlo, socavaron precisamente los medios necesarios para lograrlo: 'el carácter de nuestra nación, sobre el cual están construidos su poder, riqueza y decencia'”.

Este diagnóstico es una aceptación descarnada y brutal de su fracaso y su derrota en el afán de transformarse en amos incuestionables del planeta.

¿Qué propone Trump para enmendar el rumbo y garantizar “la supervivencia continua y la seguridad de Estados Unidos como una república independiente y soberana cuyo gobierno garantice los derechos naturales otorgados por Dios a sus ciudadanos y priorice su bienestar e intereses"?

En el fondo, el talante supremacista, intervencionista y agresor del imperialismo no cambia un ápice, solo que se está reformulando tras constatar 80 años de fracaso.

En este sentido, se plantea para Estados Unidos una serie de asuntos que siempre han existido y que están en la carta de la ONU y que pareciera que Trump está apenas descubriendo, solo que lo desea únicamente para su país, no para el resto del mundo: la defensa de la soberanía y la integridad territorial de los Estados, la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, el respeto a la identidad cultural de las naciones y el desarrollo económico y social.

Lo que falla en el diagnóstico imperialista es que ningún país del mundo ha amenazado o amenaza a Estados Unidos y que lo que está ocurriendo es originado precisamente por la no aceptación de Washington de que el resto de las naciones independientes del planeta tienen los mismos derechos que Estados Unidos a acceder a estas demandas.

Una vez más, el documento exhibe el talante agresivo e imperialista de Estados Unidos cuando a continuación expone que el país desea organizar “el ejército más poderoso, letal y tecnológicamente avanzado del mundo”, supuestamente para defender intereses que nadie amenaza. En este aspecto, pareciera que —aprendiendo de la experiencia rusa en su operación militar especial en Ucrania— dice que lo hacen para disuadir guerras […] con el menor número posible de bajas estadounidenses. Es evidente que después de Vietnam y Afganistán, la sociedad estadounidense no está preparada ni dispuesta para que sus soldados regresen de esas guerras interminables en cajas de madera cubiertas por la bandera.

En una declaración asombrosa que refleja la crisis interna que atraviesan las Fuerzas Armadas, habida cuenta de los desatinos de quienes la dirigen, el documento asevera que desean “unas fuerzas armadas en las que cada miembro del servicio esté orgulloso de su país y seguro de su misión”. Da la impresión de que ahora no lo están.

A continuación, señala que también necesitan construir una economía fuerte, la base industrial y el sector energético más robustos del mundo, un país científica y tecnológicamente más avanzado e innovador para que sirvan de base a su poder y capacidad de dominio global. Otra vez parece ser esta una constatación de que hoy su economía no es fuerte y su industria, ciencia y tecnología no son robustas. También es una aceptación novedosa de su crisis, su debilidad y su derrota ante China en estas materias.

Por otra parte, y en otra declaración manifiesta de su voluntad imperialista, exterioriza que quieren “mantener el poder blando más fuerte e influyente del mundo” utilizando todos los recursos a su alcance para hacerlos efectivos, a través del cual ejercerán influencia positiva en todo el planeta sobre la creencia de la grandeza y decencia inherentes a la cultura estadounidense.

Para lograr estos objetivos, se proponen movilizar todos los recursos del poder nacional sobre la consideración de que una estrategia se verifica a través de la política exterior. Le faltó decir que en el caso de Estados Unidos, también a través de las armas, la amenaza, el chantaje, la agresión y la presión permanente.

Al establecer cuáles son los intereses fundamentales de la política exterior de Estados Unidos, más allá de los elementos doctrinarios insertos en este instrumento, se expone el afán megalomaníaco y egocéntrico de Trump al ponerse al nivel de los presidentes James Monroe y Teodoro Roosevelt. Así, la personalidad del presidente de Estados Unidos y su afán de trascendencia marcan como nunca antes en la historia la estrategia de seguridad nacional.

Estos rasgos de personalidad dejan de ser un asunto secundario para manifestarse como elemento sustancial de la construcción doctrinaria del país. La aceptación del fracaso de los últimos 80 años y la derrota ante China y Rusia le obligan a “refugiarse” en el hemisferio occidental a fin de tratar de obtener victorias que lo catapulten al umbral de la historia. Por esta razón, se pone al nivel de los presidentes antes mencionados para autoproyectarse como su continuidad. En el fondo, sus enunciados no difieren mucho de los que fueron planteados en 1823, solo que aquellos eran contra Europa y estos contra China y Rusia. El objetivo es el mismo: mantener el control y el dominio sobre su entorno, al que llaman “patio trasero”.

América Latina y el Caribe han vivido más de 200 años de agresiones y nadie podía suponer que Trump cambiaría esa perspectiva. Pero ahora, el planteamiento se hace en un marco global que no existía hace dos siglos, cuando la mirada de James Monroe y John Adams solo llegaba hasta Europa.

Hoy, Trump manifiesta opiniones tangenciales respecto al “Indo-Pacífico”, Europa (a la que pretenden restaurarle “la autoconfianza civilizacional e identidad occidental”) y el “Medio Oriente, donde lo único que le interesa es garantizar los suministros de petróleo y gas”; no importa que ello sea a costa de la vida de millones de personas que han sido sacrificadas en Irak, Libia, Yemen, Siria, Líbano y Palestina solo para salvaguardar los intereses imperialistas de Estados Unidos y Europa. Pretenden establecer una competencia —que ya perdieron— en los asuntos de ciencia y tecnología y reafirmar su condición de defensores de un modelo de democracia fracasada.

Para lograr estos objetivos enarbolan la posesión de “un sistema político aún ágil” que debe corregir el rumbo; una economía grande que le dé influencia sobre aquellos países que quieren comerciar con ellos; un sistema financiero que incluye el “estatus del dólar como moneda de reserva global”; un sector tecnológico avanzado, innovador y rentable que “fortalece [su] influencia global”; el “ejército más poderoso y capaz del mundo”; una amplia red de alianzas en las regiones más importantes; una geografía que le aporta abundantes recursos naturales, sin potencias rivales dominantes en el hemisferio; un poder blando y una influencia cultural incomparables; y “el valor, la voluntad y el patriotismo del pueblo estadounidense”.

Un documento basado en la mentira difícilmente puede llegar a conclusiones alejadas de ella. Casi nada de esto es posible en la actualidad, mucho menos en el mediano o largo plazo. La “estrategia” omite mencionar que fue el propio Trump quien ordenó dar un golpe de Estado contra ese “sistema ágil” solo porque no lo reeligió; en este ámbito, él mismo está haciendo esfuerzos para poner bajo control ese “sistema ágil” que le impide erigirse en dictador. Cuando menciona la “economía grande” de Estados Unidos, olvida que Washington tuvo que arrodillarse ante China cuando pretendió imponer normas y comportamientos que el gigante asiático no aceptó, obligando a Trump, al revés de lo que dice, a consentir las demandas de China. Al hablar del sistema financiero más importante del mundo, oculta que cotidianamente está perdiendo fuerza ante el abandono creciente de cada vez mayor cantidad de países del dólar.

Asimismo, alude a un sector tecnológico que en realidad pierde espacio y presencia ante China, que logró posar por primera vez una nave en la cara oculta de la Luna, que llegó primero a las 5 y 6G y que utiliza la ciencia y la tecnología no solo para la defensa (o la guerra como Estados Unidos), también para la medicina, la investigación, la agricultura y el desarrollo industrial. Al referirse al Ejército de Estados Unidos “capaz y poderoso”, esconde que no ha ganado ninguna guerra contra otra potencia y que no ha podido evitar que Rusia desarrolle exitosamente su operación militar especial en Ucrania, que Irán sea capaz de enfrentar triunfalmente al sionismo y a las propias Fuerzas Armadas estadounidenses, que la OTAN sea expulsada de África, que Yemen con drones de 500 dólares haya hecho huir portaviones de 13 mil millones de dólares, que Cuba, Nicaragua y Venezuela sigan resistiendo y que, después de huir vergonzosamente de Yemen, sus portaviones y submarinos nucleares sean usados para atacar pequeñas lanchas de pescadores.

De igual manera, Trump habla en su corolario de una red de alianzas que, sin embargo, él mismo está destruyendo a través de la imposición, el chantaje y la amenaza y que solo ha podido incorporar a los débiles, a los cobardes, a los carentes de sentido patriótico y a los que sufren del síndrome de Estocolmo como Japón y Panamá. Habla de una geografía que le proporciona abundantes recursos naturales, sin rivales en el hemisferio. Si es así, ¿por qué se quiere apoderar por la fuerza del petróleo y el gas de Venezuela?, ¿del litio de Chile, Argentina y Bolivia?, ¿del oxígeno, el agua y la biodiversidad de la Amazonía y del canal de Panamá, que es propiedad de ese país y de nadie más?

Parlotea acerca de “el valor, la voluntad y el patriotismo del pueblo estadounidense”, pero solo ayer salió una encuesta realizada por el Instituto NORC (National Opinion Research Center) de la Universidad de Chicago para el periódico neoyorquino The Wall Street Journal, que revela que las prioridades e ideales que definieron a las pasadas generaciones de estadounidenses están perdiendo importancia para los ciudadanos de ese país.

Así, solo el 38% de los encuestados afirmó que el patriotismo es algo muy importante para ellos, y solo el 39% manifestó que la religión tenía una importancia similar. Estas cifras representan un descenso drástico en comparación con 1998, cuando el 70% de los estadounidenses consideraba el patriotismo como muy importante y el 62% hacía lo propio con la fe religiosa. Por el contrario, el único valor que ha incrementado su importancia a lo largo del último cuarto de siglo es el dinero, que fue citado como "muy importante" por el 43% de los encuestados en el nuevo sondeo, un aumento respecto al 31% registrado en 1998. ¿De qué patriotismo está hablando Trump?

En lo único que tiene razón el presidente de Estados Unidos es que, en relación a los instrumentos con que cuenta para llevar adelante su estrategia, sí es ostensible la superioridad de su país en cuanto al “poder blando y la influencia cultural incomparables” que ejercen a través de su poderoso aparato comunicacional-cultural-mediático, que le permite transformar mentiras en verdades, manipular y engañar a la humanidad como un Goebbels global.

Hasta aquí la parte más sustancial de la nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos. Hay que seguir estudiándola, toda vez que abiertamente se propone dominar el mundo cuando afirma que el objetivo es “fortalecer el poder y la preeminencia estadounidenses”.

En cualquier caso, una transformación de esta dimensión no se puede poner en práctica en un plazo corto y a Trump solo le quedan tres años. Por tradición, cada presidente estadounidense elabora su propia doctrina. Habrá que ver cómo las élites estadounidenses, el Estado profundo y, sobre todo, las Fuerzas Armadas “digieren” esta estrategia que modifica los elementos sustanciales sobre los cuales se ha edificado el poder y el dominio mundial de Estados Unidos en los últimos 80 años.

 

Sergio Rodríguez Gelfenstein

CONTINUARÁ

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