Psicosoma | Anotaciones navideñas
09/12/2025.- En esta “locura" del mes festivo, el estrés reina fuera o dentro del hogar; el consumo pulsional de comprar hace del correcorre de mis amistades por las fiestas de Navidad y fin de año un cuadro de quejas por “las presas” de carros, el alto costo de las tarifas, coincidencia de eventos, agenda full; en fin, desde noviembre no salgo o evito cualquier trajín y siempre he tratado desde hace décadas evadir las salidas prenavideñas.
Me detengo al recuerdo de las chocolatadas y panetones que se me vienen al conversar con mi hermana desde Perú y le voy contando, a casi una década de vivir en Costa Rica, de los festejos con los tamales, chancho al horno, dulces y rompope; son las estrellas, y de Venezuela, las hallacas, pan de jamón, cochino y ensalada de gallina. Pero nuestra infancia está marcada por la chocolatada, “los robos de panetones” que hacíamos los hermanitos cómplices y éramos descubiertos una semana antes.
Siempre esperábamos los clásicos panetones Donofrio llenos de frutas con chocolate. Dejaba de lado los pavos rellenos y otros dulces con la esperada Nochebuena del nacimiento del Niño Jesús, Hijo de Dios, que mi mamá repetía al armar el nacimiento con mis hermanitos. La chocolatada, infalible en los hogares peruanos de cualquier condición social, y era utilizado como insulto si no había panetón el “comerás Chancay”, y al escuchar por vez primera nadie me respondía o, más bien, se reían como cuando probé el camote de una olla que hervía de la comida de los perros galgos.
En primaria, acompañé a mi compañera de clases, de nombre Alicia, ya que no habían ido a buscarla; ella sufría de cojera del lado izquierdo debido a la poliomielitis y probé el “panetón de los pobres”, el cual me encantó. Venía envuelto en papel lustrillo transparente rojo. No era como decían, un despreciable panetón sin sabor, y ese olor frutal aún lo recuerdo y hasta quisiera pedir una encomienda.
En esta época las marcas en Perú son abundantes y el consumo es más que en Italia, país de origen. El asunto es que todavía existe el "panetón de los pobres", el bizcocho Chancay, que es a base de harina, huevos, ajonjolí, eneldo, raíz de jora, con más de cien años de antigüedad, originario del distrito de Chancay, que es el lugar que guarda los secretos de sus inventores panaderos y se come el original Chancay.
¡Ay!, mi amado Perú, cómo se ha repotenciado la pobreza, la marginalidad de los conos o los muros de los cercados que “protegen" a la ciudad virreinal, a Lima de los turistas, pitucos, blancos y apitucados, porque la cholería crece en los arenales sin agua como los camellos y muchos sobreviven con la violencia desatada. Estuve los tres primeros meses del año y pude admirar la fuerza humana del campesino, obreros del mantenimiento de la resistencia económica en trabajos inimaginables.
En estas Navidades, la chocolatada del pueblo con Chancay y una que otra pollada vivirán la magia o ilusión, que es inevitable, y muchos dicen: “Por los niños hacemos de todo”.
Son tiempos difíciles en el mundo y en Perú la política hace estragos con una pobreza galopante, con trabajo sostenible por los ambulantes y migrantes que viven día a día vendiendo comida callejera, frutas de temporada, ropa de algodón puro… y ni qué decir de la ciudadela de La Parada, espacio del reciclaje y arreglo de celulares, CPU o cualquier aparato tecnológico o cualquier objeto.
El Chancay significa en quechua ayllu de los chancas; eran grandes guerreros, quienes resistieron a la invasión inca y fueron salvajemente sometidos, y muchos preferían suicidarse en masa. Aún se les canta y recuerda en el sur profundo del Perú en sus leyendas, mitos, cantos y poesía, que narran la fortaleza del pueblo chanca, que aún vive en los pueblos de Ayacucho y Apurímac.
Rosa Anca

