Las dos orillas | Tim, el marine, en el vientre de la bestia
Tin marín, que arda la candela
Tin marín contra la humedad.
Alí Primera
07/12/2025.- Por supuesto que el personaje de esta historia no existe, pero cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. En clara alusión sonora al coro de la canción Tin marín del padre cantor, procedemos a describir un personaje que, por fuerza de lo sentipensante, sería la emulación del monstruo de la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley (1797-1851). Y no es por los sentimientos que albergaba ese ser que al final era el bueno de la novela, sino porque, al igual que el monstruo, está hecho con retazos de otros seres humanos.
Tim, el marine, es un soldado de infantería del ejército estadounidense que fácilmente podría estar en estos momentos en el vientre de alguno de los buques de guerra que hoy se despliegan amenazadoramente en el mar de los caribes. Tim nació en Chicago, Illinois, enclavado en el Medio Oeste (Midwest) gringo, un estado que forma parte del llamado Cinturón de Acero (Indiana, Michigan, Ohio, Pensilvania y Nueva York), hoy devenido en el Cinturón de Óxido (Rust Belt) porque, a partir de los 80, esa zona donde históricamente se encontraba el músculo industrial estadounidense entró en decadencia debido a la pérdida de población operaria, la decadencia urbana y las fábricas abandonadas producto de la desindustrialización.
Hackwell, que es el apellido de nuestro personaje, es el tercer hijo de una familia típica del Midwest estadounidense. Igual que su padre, es enviado a librar batallas fuera de su país, también para garantizar al menos la ingesta calórica mínima diaria, la ración de combate. Su padre participó en la invasión a Vietnam, un pequeño país del sudeste asiático del que el señor Hackwell no tenía información. Tim a menudo escuchaba mascullar a su padre: “Fui a la guerra por voluntad propia, lo admito, pero fui engañado por mi gobierno; yo era muy joven, me dijeron que iba a Vietnam a luchar por la libertad y la democracia, y lo creí”.
El padre de Tim pertenecía a la segunda sección de las fuerzas norteamericanas desplegadas en Phu Cat. Tim escuchó los cuentos de su padre que navegaba en las fantasmagorías del alcohol y las drogas que los gobiernos de su país, luego de la derrota en Vietnam, se encargaron de colar en la población más vulnerable para inducir la amnesia de la oprobiosa derrota. Un día, Mr. Hackwell le confesó que “desde el inicio me involucré en operaciones militares sucesivas que iban destruyendo al país sistemáticamente; estábamos haciendo algo muy diferente a lo que antes de salir de Estados Unidos me habían dicho que sería mi misión”.
Es 2022, Mr. Hackwell, junto a otros cuatro excombatientes, sobrevivientes de la invasión a Vietnam, todos alrededor de los 70 años, pisaron tierra en un pequeño aeropuerto en las cercanías de Quy Nhon, una ciudad de 500 mil habitantes ubicada en la costa centro-sur de Vietnam, capital de la provincia de Binh Dinh. La zona, profusa en exuberantes paisajes y playas tropicales, pone difícil aceptar que fuera escenario de atroces combates durante la invasión gringa a Vietnam, ocurrida hace más de 50 años.
Uno de los veteranos, Steve Monroe, recordaría en el lugar que solo sobrevivió gracias a un cambio de búnker de última hora: el soldado que ocupó su lugar murió instantáneamente por un impacto directo de mortero mientras caían las balas.
Tras el alto al fuego, al dispersarse el humo y al amanecer, 27 estadounidenses habían muerto esa noche y 67 habían resultado heridos. Las cifras exactas de bajas vietnamitas son inciertas, pero los registros oficiales cifran los muertos en 267. Monroe recordó que el campo de batalla estaba cubierto de cadáveres. Esa invasión, disfrazada de guerra, la perdimos en el terreno y en nuestro territorio.
La nueva Moby Dick
Mientras el buque de guerra en el que se encuentra Tim, el portaviones más grande del mundo, el USS Gerald R. Ford, se desplaza por el Atlántico rumbo al mar Caribe, Tim no deja de pensar en las palabras de su padre: “Me llevaron engañado”.
De niño, su padre le leía antes de dormir. En el vientre de esta bestia nuclear que se desplaza de regreso desde el Mediterráneo, Tim recordó un pasaje de Moby Dick (Herman Melville, 1819-1891) en boca de su padre: “Para la mayoría, Moby Dick es la encarnación marina de Leviatán, que hace hervir los mares como una cacerola”. Entendió ya adulto el significado de la palabra Leviatán, que representa el caos o a los enemigos poderosos. Un monstruo terrorífico, una ballena anquilosada que, aunque herida de muerte, se niega a morir y, en sus estertores, arrastra todo a su paso.
Ahora él, huyendo de la decadencia interna de EE. UU., del hambre y la falta de empleo, escapando del Cinturón de Óxido, no tiene claro su regreso, tampoco los argumentos que lo hicieron alistarse para ir quizás a morir en otro país, cerrando el ciclo que, por suerte, no cerró su padre.
Armando Carrieri
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