Aquí les cuento | Reverón barinés (2)
05/12/2025.- Recuerdo que en París teníamos mujeres especializadas en el trabajo de modelaje. Eran muchachas muy lindas y señoras que se dedicaban al trabajo con disciplina y en el estudio posaban para los maestros. Los aprendices teníamos que compartirlas. Ellas adoptaban una pose, sugerida por nosotros, y luego permanecían un par de horas en la plataforma, que servía de escenario para su presentación.
Los estudiantes acordábamos los vestidos, los sombreros, flores o algún otro detalle que quisiéramos incorporarle a la obra. Y ellas en su fino francés asentían con un insustituible “oui, monsieur”.
Por norma, los estudiantes de pintura no podíamos tener ningún tipo de relación de afecto ni compartir siquiera una copa de vino con las modelos. Eso, porque existe la tendencia de espantar a las candidatas o someterlas al prejuicioso vínculo de la propiedad, que muchos humanos suelen asumir, con respecto a las personas que comparten espacios íntimos o familiares.
Todos los palacios de Europa no se comparan con la majestuosidad de esta casa, construida a la medida de mis sueños.
Fue aquí donde siempre quise estar. En el mar de mis ancestros caribes.
Recorriendo la playa y mirando cómo las olas besan, con la espuma, las huellas que voy dejando…
¿Modelos?
—¡Sí!
—Las muchachas de la costa se dan para todo, hasta para el amor. Pero, dime: ¿cómo puedes tener a una guaireña tranquila sobre un pedestal, cuando las mujeres de aquí tienen un tambor bajo la piel y no se quedan quietas ni un momento?
Una vez tuve una morenita, bien linda, haciendo el trabajo de modelo. Pero solamente aguantó una hora. Recuerdo clarito que me dijo:
—¡Quédese usted quieto aquí y mejor yo lo dibujo! —¡Venga, a ver si es bueno! —Me dijo y recogió sus cosas y se fue hacia su casa, supongo.
Por ahí quedaron en algún papel las líneas inconclusas de aquella hermosa figura.
Nunca he estado de mal humor y eso me provocó una risa tan grande que tuve que irme a la playa a darme un chapuzón hasta que cayera la noche.
En esa tardecita vi pasar, por primera vez, a Juanita, con un bojote en la cabeza. No sé qué era, si era ropa o una cesta de frutas. Estaba a contraluz y observé su robusta silueta difuminarse mientras se alejaba entre los uveros de la orilla. Suspiré profundo y pensé en la necesidad real de tener una modelo. Pero ni que le gritara, y, a esa hora de la noche, no creo que hubiera creído en mis intenciones artísticas.
Fue entonces cuando me decidí a darle vida a mis muchachas.
Recordé los trabajos de Leonardo, con cuánto detalle plasmó en los lienzos la anatomía humana. Por ahí tendría que empezar.
No eran unos Judas de Semana Santa los que tendría que dar a luz. Serían unos seres humanos hechos con mis manos, quienes me acompañarían en mi estudio a cielo abierto, para llenar de luz cada detalle, cada expresión.
Recogería las telas necesarias para iniciar mi trabajo. Haría inicialmente cuatro muñecas, que son, precisamente, estas que me acompañan. Lo fundamental sería elegir la tela para hacerles el corazón.
¡Cada muñeca tiene, necesariamente, que tener un corazón!
Tendría que hacerlo con las fundas y el relleno de mi almohada. Ahí están, precisamente impresos, mis sueños, mis anhelos, mis planes, hasta mis instintos y, de ellos, tendrían que tener la esencia todo cuanto de mí se desprendiera.
Habrían de tener un tronco, con pulmones vigorosos para respirarse el mar, protegido por el cercado de plásticas costillas que cedan graciosas al abrazo.
Los brazos largos, dispuestos a la escala precisa del homo amorosus.
Las manos, hábiles para amasar, sobre la piel de este budare eterno, que imprime su textura a las arepas, que se cuecen sobre las brasas de la mañana.
Piernas de muslos torneados y fuertes. Ágiles para la danza y el abrigo.
Ellas son las flores fragantes de los jardines coloridos que bordean este palacio, donde habito.
Firmes los senos, para despertar los anhelos y hacer suspirar a los amantes de la belleza.
Ellas son mis compañeras en este escenario de vida que creamos para trascender.
De mis manos nacieron las modelos.
—¡Qué falta de cortesía! ¡Ofrezco mil excusas! ¡Olvidé presentarlas! ¡Les daré sus nombres artísticos!
¡Ella es Nisa!
Cuyo nombre criollito es Eladia Gutiérrez. Maestra en ejercicio, quien hace de su tarea un amoroso encuentro con la vida, el placer de disfrutar formando niñas y niñas con el corazón lleno de pájaros y promesas.
Serafina: convicta y confesa diseñadora de nuestros trajes. Costurera, quien nos saca de cualquier aprieto porque, además, su apellido… María Prieto es su nombre, de la puerta del castillete hacia afuera.
Alicia: No la vas a ver hasta que empieza el baile. Ella siempre está por ahí rondando, esperando que suene el primer instrumento para salir a bailar. La conocen en Barinas como Virginia Chacón. Búsquenla en su casa cuando no esté aquí con nosotros.
Una joven que nos ayuda a ponernos bonitos cuando viene la visita es Karen Frías, quien maquilla a las muchachas y hasta me ayuda con la barba y las greñas cuando el alma se me alborota. Todas poseen sus virtudes. Conocen los oficios y cada una tiene su propia historia que contarnos.
Aquí, nada falta. Aquí lo que sobra es talento…
Armando llena sus pulmones de crepúsculo mientras se respira la tarde de Macuto.
A lo lejos se mira la huella de un vapor que se aleja, tragado por el horizonte.
Aquiles Silva

