Letra fría | Más ráfagas de memorias
05/12/2025.- De la infancia recuerdo unos salchichones italianos, creo, que compartía conmigo Emilio Razzore, hijo del dueño del circo Razzore. No entendía muy bien cómo hacían para dejarlo en Maracaibo mientras andaban de gira, aunque era más el tiempo que pasaban en nuestra ciudad. Lo que sí pienso es que Emilio padre había reorganizado el circo para esos años 60, porque ahora me entero de una tragedia sucedida el 9 de septiembre de 1946 en La Guaira, cuando naufragó el barco Euzquera, el cual llevaba a bordo al circo Razzore, de Emilio Razzore, propietario y sucesor de la compañía circense fundada por sus abuelos en 1836 en las playas de Río de Janeiro, Brasil.
“El circo Razzore disponía de barco propio para sus traslados por las islas caribeñas. Luego de salir de puerto desde La Habana rumbo a La Guaira para una presentación en Caracas, un ciclón lo hundió, perdiéndose en los hondos abismos oceánicos la preciosa carga de animales amaestrados, payasos, equilibristas y muchos artistas. Dentro de la tradición, en el circo también participaban familiares de Emilio Razzore… “El mar se llevó mi vida”, alcanzó a decir el propietario del circo, quien por cosas del destino había viajado por avión hasta Cartagena en Colombia y había perdido en el naufragio a su esposa, hermanos y sobrinos, incluida su bella y espigada hija de 18 años llamada Guillermina, la trapecista de la Escalera Volante”. Me imagino que rehízo su vida y así nació aquel muchacho blanquito y generoso, que fue mi amigo Emilio Razzore.
Otro alumno, que era muy famoso, el Chicho Párraga, hijo de Eloy Párraga Villamarín, gobernador del estado Zulia, aunque él iba un año delante de nosotros, debió perder un año porque, creo tener la impresión de que lo alcancé en bachillerato en el colegio Gonzaga; ya le dejé un mensaje de voz a mi querido amigo Alonso Ramírez, que ese sí se acuerda de todita la promoción. El cuento es que Eloy Párraga llegaba al colegio, obviamente con chofer y escoltas, y decían las malas lenguas que a veces llevaba un revólver a clases. Después fuimos muy amigos, cuando vivió aquí en Caracas, hasta que un buen día lo dejé de ver; creo que volvió a Maracaibo y haber tenido noticias de que se suicidó.
Hay episodios inolvidables del colegio, como, por ejemplo, que pertenecí a la banda de guerra, cuya batuta era Edgar Urdaneta, a quien conocí más, mucho tiempo después, porque era primo de mi amigo Alejandro Higuera, compañero de apartamento en Bogotá, adonde, por cierto, nos visitó. Su hermano, el tocayo Humberto Urdaneta, estudiaba conmigo y era también de la banda. No sé dónde me salió meterme en una banda de guerra, porque nunca tuve esas inclinaciones; me imagino que eran faramallerías de adolescente. Era chévere participar en los desfiles, sobre todo el Día de La Chinita, pero los uniformes de gala eran un fastidio, aunque pasable. Lo que no recuerdo mucho fue lo de tocar corneta o soplarla, porque no me imagino tocándola. Lo simpático era que las muchachas se alborotaban con nosotros, pero nada del otro mundo.
Ya en sexto grado nos mudamos a la calle 76; era la calle Marvez, entre 13 y 13 A, si mal no recuerdo, a una cuadra de 5 de Julio y a dos de Las Delicias; recuerdo que quedaba cerca del Quick Lunch y la línea Lucky Strike, y en la otra esquina una discotienda muy famosa. El recuerdo más interesante fue cuando me dejó el transporte y me fui caminando. Eso fue inolvidable porque hasta entonces era un muchachito sobreprotegido, que ni de vaina podía salir solo; aquello fue el primer día de independencia.
Humberto Márquez

