Micromentarios | Testimonio de discriminación |

02/12/2025.- Muchas personas en Venezuela dudan de que en nuestro país se haya discriminado y aún discrimine a otras por el color de la piel o el estado de sus bolsillos, entre otras cosas.

Quienes lo hacen son, en su mayoría, mujeres y hombres de piel blanca y con recursos económicos más familiares que propios. También mujeres y hombres de insuficiente o precaria conciencia, que sufren el síndrome de Doña Florinda, es decir, que aborrecen a quienes están en su misma situación socioeconómica.

En mi vida he sido víctima de múltiples episodios discriminatorios por estas causas: Por ser hijo bastardo; por el color de mi piel; por ser miope; por no tener dinero; porque ha habido quienes me han creído gay.

También por ser vegetariano; por no saber bailar ni ingerir alcohol; por ser escritor; por dedicar parte de mi obra literaria a niños y jóvenes; porque mis libros no se vendían; después, porque se vendían demasiado; por ser de izquierda; por creer en Dios, pero no en religiones; por mi sentido del humor (“tú no te tomas nada en serio”) y, el colmo, por ser buen pagador y no tener deudas.

Durante mis años de primaria fui objeto de burla de algunos compañeros, porque me concibieron sin que mi madre y mi padre estuvieran casados. De hecho, me criaron mi madre y mi abuela, quienes, pese a ser víctimas de hombres machistas, me levantaron bajo la bandera de esa forma de dominación.

En la escuela soporté términos que desconocía, como bastardo y expósito, además de hijo natural, supuesta fórmula para suavizar mi condición.

Un momento inolvidablemente duro lo viví en tercer grado cuando, en las cercanías del Día del Padre, la maestra dijo:

—Van a hacer una tarjeta para felicitar a sus papás… Tú no, Sequera.

Años más tarde, me hallaba en la bodega El Guayanés, a media cuadra de casa, llenando cuatro latas de kerosene, ya que este era el combustible con el que cocinaba mi abuela.

El dueño me permitía llenar dichas latas directamente de un tonel con llave, a la entrada de su establecimiento. Una mañana me encontraba agachado cargando el kerosene, cuando una de dos mujeres que entraron a la bodega tomó mi brazo derecho imprevistamente —haciéndome caer al suelo—, al tiempo que decía a la otra, refiriéndose a alguien que conocían:

—Lo que no me gusta de él es que tiene la piel color mierda, como la de este niño.

Soy del color del café con leche. Por cierto, dicha tonalidad es la más común del universo, según estudios realizados por científicos en los últimos años, que derogaron la idea anterior de que tal tonalidad era la turquesa.

Porto en mi piel el color de quienes nacimos en el trópico y somos descendientes de distintas etnias. En mi caso, de una bisabuela marroquí y otra, india jirajara; un bisabuelo gallego y otro canario; abuelos y padres venezolanos.

La mezcla, como a la mayoría de los nacidos en Venezuela, es similar y propia de la bebida más popular en las mañanas de nuestro país y gran parte del mundo.

En las siguientes entregas, hablaré de los otros tipos de discriminación que he padecido.

Armando José Sequera 

 

 

 


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