Aquí les cuento | Reverón barinés (1)
28/11/2025.-
—¡Tengo que gritar!
—¡Alguien habrá de enterarse de que estoy aquí en contra de mi voluntad!
—Todos los otros infelices que tienen depositados en este antro seguramente también llegaron bajo el engaño de un chequeo de rutina.
—Estas camisas de mangas interminables, que se anudan a la espalda, servirían para hacer lienzos y liberar el espíritu de cada uno de los “enfermos”. De todos los convictos forzados y drogados que deambulan como zombis en estos calabozos sin ventanas en los que nos han confinado.
—¡Ni estudios ni pinceles!
—¡No, mil veces no!
—¡Este infierno nunca podrá ser el estudio de un creador! ¡Aquí no haré ni una mancha! ¡Han vulnerado de la forma más vil la libertad de un creador, atragantándolo de drogas para convertirlo en un dócil faldero!
—¡Ni una pastilla más, carajo! ¡No probaré de las manos de ustedes ni la totuma de agua, hasta que liberen de cadenas la puerta que me separa del mundo, de ese mundo que he construido a la medida de mi propio espíritu!
—Usted, doctor, ¿cómo pretende “tranquilizarme” llenándome de ampollas que no podrán apagarme?
—¡Soy una tea encendida que encandila y quema!
—Revienten las agujas en mis huesos. Llenen mi sangre de azufre, de carburo, de petróleo, si quieren, pero no lograrán oscurecer la luz que brota desde mi pecho y quema las tinieblas.
—¿Cómo pretende enjaularme si soy un pájaro que atronaré tus nervios con mi canto?
—¡Crearé un huracán cuando agite mis alas y correrás a refugiarte bajo el escritorio de latón, donde escondes mi historia clínica!
—¡De temor sacarás como bandera de rendición la hoja blanca con tu firma y cuño, aseverando, ante el mundo, que estoy más sano que las bolitas del Niño Jesús en el pesebre!
—¡Regresaré desde este reclusorio hasta mi Macuto!
—Alguna bicicleta tomaré prestada en el camino porque he de concluir la última de mis muñecas que acaba de desarrollarse y he de ofrecerle sus culeros…
Al fin llegó el momento de salir; los mismos “amigos” que le llevaron habrían de gestionar su traslado hasta su hogar de espuma de mar. De alas y lejanos vapores al borde del horizonte.
Al llegar a casa, siguió el maestro haciendo lo que había dejado inconcluso.
En el hogar de un creador no existen relojes y los días de la semana perdieron sus nombres.
Juanita no deja de sonreír de alegría. Pensaba que lo perdería, pero no; estaba de vuelta con la misma energía, con la inquietud del creador que se había ausentado un par de horas a recoger conchas marinas en la costa.
Las muñecas salieron a abrazarlo. La recién nacida esperaba sus toallas higiénicas.
Hoy vendrá visita, le anunció su compañera.
—¡Aquí está tu paltó y tu sombrero! ¡Ponte elegante, Armando!
—¡Elegancia, Juanita! ¡Elegancia pura!
—¿Dónde está Pancho, que no lo veo?
—¡Ya sabes, Armando! ¡Pancho está en el ático estudiando sus libros, en la biblioteca del arte que has venido organizando!
—¡Déjalo tranquilo, Juanita! ¡Mira que estudiar es la única forma de saber y opinar con propiedad de los asuntos! ¡Y cuando se trata del arte, es de mayor pertinencia!
—¡Ponte el mejor vestido! ¡La falda de flores donde están plasmados los uveros maduros de la playa!
—¡No recojas tu cabello, acércate con el rostro salpicado del agua fresca, que calma mi sed! ¡Es lo mejor! ¡Que nos vean abrazados! ¡No neguemos a nadie que somos el encuentro con la inspiración! ¡Que has aprendido a leer entre mis barbas los misterios de la vida! ¡Ofrece con desparpajo el café de tu sonrisa!
—¡Mira que nos visita solo gente importante! ¡Los conocedores profundos del arte que nos posee!...
Los visitantes llegaron temprano.
Estacionaron los automóviles en la calle que sube, desde Las Quince Letras, hacia la casa del pintor.
Eran cinco vehículos ocupados por los hombres de la prensa y algunos doctos curadores de arte, quienes conocían la obra de Armando y coleccionaban todo cuanto podían obtener de sus singulares creaciones.
A la puerta de su palacio les recibió con alegría.
—¡Vengan, pasen todos! El castillete lo construí para ustedes.
—¡Aquí todos nos sentiremos libres de todo complejo a la sombra de las palmeras que nos rodean!
—Ahora muevan los taburetes. Vengan con las camazas de agua para que llenemos de carnaval este patio. Los músicos están a punto de llegar. El director es mi amigo y siempre es consecuente con este encuentro. Ellos se desocuparon temprano de la retreta en la plaza y siempre llegan hasta aquí con sus metales sonoros. Pero, si por casualidad se retrasan, iremos estirando los tendones danzando al compás de las olas…
Armando Reverón con su paleta llena de luz, donde se reflejaban los colores de la tarde, en el lienzo de asombro de nuestros ojos.
Llegó hasta nosotros, encarnado en el espíritu, la piel, los huesos, la palabra y el aliento de Alfredo Ramos.
Aquiles Silva

