Aquí les cuento | Ignacio Bautista Rodríguez Salmerón
Un hombre del mar y (4)
22/11/2025.- Ahí en la enramada están los muchachos: Carlos y Antonio, mira cómo tienen los botes. El Olmo, como te dije, fue mi primer bote; ya cumplió los cincuenta años. Con la manito que le está pasando este muchacho vecino, que ha venido a trabajar con nosotros, está quedando nuevo. Eso será como volver a la juventud y seguir hendiendo las olas para llegar hasta donde están esperando las sardinas.
Todos mis hijos varones viven aquí, en este caserío en que hemos convertido el patio de la casa. Fernando, Joel, Carlos y Antonio. Tú los ves a ellos con el entusiasmo por el trabajo y el amor que le tienen al mar. Son iguales a su padre, quien, desde aquí, enchinchorrado en el tempiche, y no por gusto, les contempla.
Mis hijas. Tú las conoces: Paula, Ana, Rosa y Yuri. Ellas todas se han casado y tienen aquí sus hogares y ya me han dado diez nietos. Más los de los varones, que son catorce; suman veinticuatro.
Conocen el trabajo de la pesca, aunque algunos se han ido a la ciudad a estudiar, trabajar en otros oficios, porque ya están grandecitos.
Todos los botes funcionan con motor. Y los mismos muchachos se encargan de mantenerlos, de repararles cualquier falla.
Ahí hay unos motores que ya cumplieron los veinticinco años y funcionan como un yesquero. Porque siempre seguimos la costumbre de darles el uso y el mantenimiento oportuno. Y de eso sí saben los muchachos. Aunque el que más está pendiente es precisamente Carlos.
¡Cuántas latas de sardina habrás destapado tú que hayan sido pescadas por nosotros!
Ya son más de cuarenta años que llevamos arrimando pescado para las empresas enlatadoras. ¡Toneladas y más toneladas!
Claro. Todo tiene su arte y sus normas.
Todos los pescadores de sardina de este golfo, y de cualquier otro lugar, tienen que respetar las leyes que protegen la naturaleza.
Quienes nos dedicamos a la cosecha de sardinas tenemos permiso de la institución (Insopesca), que se encarga de que la actividad de la pesca sea racional y que no se acabe con las especies.
En esta parte del golfo y en toda la península hay personas que se encargan de hacer respetar lo establecido para la preservación de las sardinas.
Cada año, los pescadores dedicados a la captura de esta especie tienen que actualizar sus papeles, permisos respectivos y pagar un impuesto.
Pero ahí no termina el asunto.
Cada vez que se realiza una calada de sardinas, el funcionario acude a observar el encierro. Mira que en una calada se pueden pescar sesenta, ochenta toneladas y más. Entonces, el funcionario o funcionaria mide las sardinas, para ver si están acordes con el permiso correspondiente.
Por ejemplo, el permiso de Antonio lo autoriza para pescar las sardinas de quince, quince punto cinco, hasta dieciséis centímetros.
Estas sardinas son usadas para carnada: barcos atuneros, palambreros, que acuden a esta costa a comprar las carnadas para irse de campaña.
En el caso de los pescadores artesanales, vecinos de nosotros o del otro lado de la península, quienes pescan a cordel, ellos vienen a buscar la carnada y se la llevan sin costo alguno. Esa es una amorosa ley tradicional de nosotros los pescadores.
En cambio, el permiso de Carlos lo autoriza para pescar las sardinas entre dieciocho y veintitrés centímetros. Las grandes, son las que se llevan a las enlatadoras y se venden en los mercados para que la gente las consuma.
Una vez que se realiza la calada, que ya tienen las sardinas aseguradas, eso mar adentro, aunque sea visible desde la orilla. Cuando la calada ha sido exitosa, los pescadores tienen que ir a buscar al funcionario de Insopesca, quien medirá las sardinas (una muestra de ellas, no vayas a creer que es una por una), jajajajajaja. Si está de acuerdo con las medidas que contempla el permiso, listo, ganan los pescadores. Si, por el contrario, las sardinas no se corresponden con lo pautado en el permiso, serán liberadas.
Y no vayas a creer que esa liberación ocurre solamente en el papel. A nosotros más de una vez nos ha tocado hacerlo, sin que nos molestemos ni nada. Es cierto, el trabajo de esa faena fue en vano. Pero no se perdió, ya que eso nos deja el aprendizaje y garantiza la vida de la especie para el presente y futuro de la fauna marina.
Existe un período de veda. Eso significa que, de acuerdo a las leyes venezolanas que rigen todo lo referente a la pesca, entre los meses de junio a noviembre, no se pueden pescar sardinas grandes de dieciocho hasta veintitrés centímetros, porque en ese periodo del año ocurre la reproducción de la especie, sobre todo en este golfo, que es el hábitat natural propicio para mantener la población de sardinas necesarias para la alimentación de ustedes que viven en tierra firme, en campos llanos, montañas y grandes ciudades.
Ahí, doña Rosa se acerca con unas arepas y unas postas de carite que pescaron esta mañana los muchachos. ¡No le digas que no, porque te hace la cruz y hasta el saludo te retira!
¡Mira que las mujeres de estas costas no están acostumbradas a los desprecios!
¡Son todo amor!
Aquiles Silva
