Arte de leer | Senzala y el libro como piel de la palabra

Entrevista a Dannybal Reyes Umbría

21/11/2025.- La quinta Istela en Colinas de Bello Monte, hacia el este de la ciudad de Caracas, es sede hoy de un laboratorio de portadas, pasaporte hacia nortes infinitos. Ahí, la Agencia Literaria del Sur cobija a distintos sellos editoriales, en especial, la que ocupa hoy el objeto de esta entrevista: Senzala.

El escritor y asesor editorial, Dannybal Reyes, nacido en Portuguesa, abre la puerta de este hogar editorial y nos invita a entrar, subiendo por lo que se siente como una media escalera de caracol, aunque no lo sea, y nos permite atravesar un circuito de oficinas discretas para desembocar en el mesón donde están dispuestas, en distintos tamaños, colores y texturas distintas cubiertas y libros-pedazos de alma que Senzala ha logrado encriptar y sellar erradicando la indiferencia.

Cada libro Senzala destaca. Cada carátula cuenta otra historia, además de la que protege y abraza entre tapas, contratapas y muchas costuras, huella de cada día o noche o madrugada de energía y curiosidad lúdica concedida a talentos emergentes y a ese ardor adolescente que se esconde en el fuero interno de cada autor, de cualquier generación, que se halle, irremediablemente empecinado y comprometido con un pensamiento que se desliza, osado, por cualquier género literario.

Dannybal abre este espacio-tiempo tan fresco como íntimo y cercano para hacer la autopsia en vida de un prisma, un método y un objetivo que se han concatenado y compactado durante 15 años en un sistema, en una fundación, en un colectivo editorial, en un crew de elegantes artesanos con perfil de “lutieres” que eligen el libro como instrumento de elevación del inconsciente colectivo y como un legado tan intelectual como sensitivo. Libros para quienes no solo consumen, sino que se erigen como amantes de la creación. Libros para coleccionar. Títulos idóneos para regalar como un objeto especial y esencial, no sin antes asegurarse a sí mismo una dosis de conexión emocional profunda con un ejemplar.

¿Cómo definirías el colectivo editorial Senzala?

—Es, ante todo, un concepto, una manera de pensar el libro. Formalmente, es el sello de la Agencia Literaria del Sur, pero en esencia es un laboratorio: nuestro espacio de juego, de exploración, de riesgo.

Aquí publicamos autores en los que creemos, voces en las que confiamos no solo por su valor literario, sino también porque nos invitan a experimentar, a reinventar el objeto libro junto con ellos. Apostamos por esos escritores que no encajan en moldes prefabricados, y en el proceso nos damos el lujo de divertirnos: probar portadas troqueladas, texturas inusuales, formatos inesperados.

Para nosotros, Senzala es la piel artística de nuestro trabajo. La parte lúdica de un oficio que, aunque profundamente serio, no debería perder nunca la capacidad de sorprender. En tiempos de saturación digital, cuando la atención es lo más escaso, creemos que el libro debe ser también una experiencia estética y emocional: algo que se toca, se huele, se despliega, que reclama al lector con todos los sentidos.

Entonces, Senzala no solo publica libros: propone un encuentro distinto con la lectura, un vínculo afectivo que nace del diseño y se prolonga en la memoria del lector.

¿Quiénes están detrás de ese juego?

—Senzala es un colectivo. El proceso siempre es coral: diseñadores, editores, correctores, ilustradores, los propios autores. Cada libro es, antes que nada, una conversación.

Creemos que, como decía Umberto Eco, “el libro es como la cuchara, la rueda o las tijeras: una vez inventado, no se puede mejorar, solo se puede variar su forma”. Nuestra tarea es precisamente explorar esas variaciones desde lo visual, lo táctil, lo sensorial.

Hacer libros es una colaboración, una partitura que necesita distintas voces para sonar. No hay otra manera. Lo dijo también Irma Boom, una de las diseñadoras más influyentes: “Cada libro es un experimento, y un experimento nunca se hace en soledad”. Esa sentencia define bien nuestro espíritu: cada título de Senzala es un laboratorio compartido, un juego serio que se construye en colectivo. Editar un libro no es fabricar un objeto, es orquestar un coro de sensibilidades.

¿Cómo se diseña algo que seduzca sin traicionar la esencia del texto?

—La portada es la vestimenta del contenido, pero no un disfraz. Una portada impostada engaña, y el lector lo percibe de inmediato. Lo que buscamos es un diálogo: que la cubierta establezca un puente entre el texto y el lector, una invitación a entrar.

Chip Kidd lo decía con ironía: “Una portada es un misterio envuelto en una imagen”. Y es cierto, no debe contarlo todo, solo sugerir, provocar curiosidad. El lector tiene que sentir que hay algo detrás que pide ser descubierto.

En Senzala, entendemos la portada como un acto de complicidad entre el equipo y el autor. No se trata de imponer un diseño llamativo porque sí, sino de leer el texto, absorberlo y luego traducirlo visualmente en un gesto gráfico, en un material, en una textura que lo represente.

La portada, además, tiene que ser honesta. Pensemos en lo que decía John Gall, director de arte de Vintage Books: “El mejor diseño de portada es el que no grita, sino el que susurra en el oído adecuado”. Esa sutileza es clave: diseñar para seducir, pero sin traicionar.

El lector está asediado por pantallas, notificaciones y estímulos; el libro físico necesita ser un imán. Por eso jugamos con troqueles, con tipografías, con solapas que esconden un guiño, con papeles que invitan a tocarlos. La seducción no es solo visual: es táctil, olfativa, incluso sonora (el crujido al abrir un libro nuevo). Todo eso forma parte de la experiencia de lectura. Y aquí me gusta recordar a Jan Tschichold: “El diseño del libro no es un arte, es un deber moral”. Para nosotros, esa ética se cumple cuando la forma respeta y potencia al texto.

Lo que hacemos es lo mismo que hace un buen sastre: vestir al libro sin robarle la voz, sin travestirlo, sino realzando su carácter propio. Una buena portada no se interpone entre el lector y el texto; lo acompaña, lo potencia, lo convierte en un objeto imposible de ignorar.

Al final, un libro bien hecho es como una casa con ventanas abiertas: invita a entrar.

¿Cómo entienden en Senzala la dimensión lúdica del libro?

—El libro no es un objeto solemne. Es lúdico porque invita a jugar: abrir solapas, descubrir un troquel, sentir una textura que seduce. Es un territorio de exploración, no un monumento. Irma Boom suele decir que diseña “libros que no pueden existir en un iPad”. Esa frase nos guía: queremos que cada edición tenga algo irrepetible, algo que solo puede experimentarse con las manos y el resto de los sentidos.

Para nosotros, el libro es un dispositivo de sensaciones y un mapa de experiencias. Puede ser suave o áspero, translúcido o rugoso, callado o estridente, provocador. Su fuerza está en que reclama ser tocado y manipulado, y en ese gesto físico adviene el apego emocional. Como apuntaba Bruno Munari: “Un libro no se mira, se juega”. Esa es exactamente la dimensión que buscamos en Senzala: que cada lectora, lector se convierta en cómplice de ese juego. Que haya interacción, que el libro reclame ser tocado, que cree apego físico y emocional. El libro demanda atención no con algoritmos, sino con su piel, con su olor, con su territorio sensorial. La portada es un pasaporte: te permite atravesar un umbral.

Muchos de tus libros parecen ediciones de arte, otros son sencillos, pero con diseño muy cuidado. ¿Cómo manejan ese equilibrio?

—La clave es entender que la sofisticación no se mide en el costo, sino en la mirada. Un buen editor no añade adornos: consigue que el libro respire. Lo sencillo puede ser profundamente lujoso si está bien pensado: un papel que acaricia los dedos, un cosido visible que recuerda que hay manos detrás, una tipografía tan precisa que parece inevitable. El verdadero lujo no es el exceso, es la exactitud. Como decía Bruno Munari: “El diseño debe ser simple, porque lo complicado ya lo hace la vida”. En Senzala creemos que la sobriedad puede ser tan subversiva como un libro-objeto: basta con dar al lector la sensación de que tiene entre las manos algo vivo, algo hecho para él. Creemos que la elegancia editorial se mide en silencios, en aire, en detalles invisibles que transforman un libro en objeto íntimo.

El libro también tiene un tiempo y un espacio en el mundo. ¿Cómo ves esa dimensión en relación con ferias internacionales y circuitos editoriales?

—El libro tiene su propio tiempo: más lento, más profundo. En un mundo que se devora en segundos, el libro sigue imponiendo un ritmo humano. Y las ferias son la celebración de ese tiempo. Guadalajara, Bogotá, Buenos Aires, Caracas, La Habana, Madrid, Barcelona… son territorios donde se demuestra que el libro sigue siendo un objeto cultural central.

En esos espacios se negocia, se descubren tendencias, se abren puertas, pero también se celebra la resistencia. Mientras todo se digitaliza, el libro impreso marca territorio: físicamente, ideológicamente, culturalmente. Como decía John Berger: “Los libros son la forma más duradera de hospitalidad”. Y en una feria esa hospitalidad se multiplica: editores, autores y lectores compartiendo un mismo latido.

El poder de lo tangible es político y emocional. Un libro ocupa espacio, se vuelve memoria en una biblioteca, una herencia en una casa, un arma en una mochila. Y cada feria nos recuerda que, aunque cambien los soportes, el libro sigue siendo —como diría Susan Sontag— “el pasaporte más seguro hacia la libertad de la imaginación”.

Además, en América Latina tenemos editoriales que nos inspiran. Nosotros nos sentimos parte de esa constelación, apostando a la experimentación y al juego. Pienso en Impronta en México, en Eterna Cadencia en Argentina, en Laguna Libros en Colombia, en Criatura Editora en Uruguay, en El Cuervo en Bolivia o en Dogma Ediciones en México. Todas distintas, pero con un mismo pulso: hacer del libro no un objeto muerto, sino un organismo vivo, sensorial, provocador. En Senzala caminamos junto a ellas, convencidos de que la edición es un lenguaje en sí mismo, y que cada catálogo es también una obra de arte colectiva, y creo que todos estos proyectos lo confirman. Nuestra apuesta es venezolana, del sur, pero sabemos que hay un tejido continental que busca lo mismo: rescatar al libro como artilugio estético, emocional y cultural frente a la homogeneización digital. Es casi una constelación de resistencia poética.

Se suele decir que el lector de hoy está distraído. ¿Cómo atrapan su atención desde el diseño?

—Justamente con lo sensorial. Jorge Herralde solía recordar que “un buen libro debe imponerse desde la mesa de novedades”. Nosotros lo llevamos más allá: buscamos que el lector se detenga, que un relieve en la portada lo obligue a pasar la mano, que una solapa lo sorprenda, que el olor de tinta lo transporte.

No competimos con TikTok ni con las pantallas. Ofrecemos lo que la pantalla nunca podrá dar: el tacto, el peso, la textura, la sorpresa. Ahí está nuestro terreno de juego. La portada no es un adorno, es identidad, es seducción. Un libro bien diseñado es como alguien que entra a una habitación y no necesita hablar: basta con su presencia para reclamar atención.

En Senzala creemos que cada libro debe decirle al lector: “No me ignores, tócame, ábreme, llévame contigo”. Esa es nuestra manera de luchar contra la distracción: con experiencias físicas que exigen ser vividas.

¿Cuál es la relación entre el autor y el diseño? ¿Aceptan fácilmente que su obra se vista con una “piel lúdica”?

—Cuando el autor comprende que no estamos maquillando su obra, sino amplificándola, el juego se convierte en complicidad. El diseño es un eco: multiplica su voz, abre otras puertas de lectura. Muchas veces el propio autor descubre algo nuevo de su texto al verlo “vestido”: el diseño funciona como un espejo inesperado.

Hemos tenido autores que nos entregan su obra con una confianza casi absoluta, sabiendo que entre respeto y provocación vamos a sorprenderlos. Ese es el pacto: no traicionar la esencia, sino proyectarla. Porque si no hay sincronía entre autor y diseño, no hay sintonía posible, y sin sintonía no hay libro como objeto vivo. Un libro es un pacto de confianza entre voz y vestimenta.

¿Y cómo piensan el catálogo de Senzala? ¿Tienen colecciones definidas o cada libro es un universo único?

—En Senzala no vemos los libros como objetos aislados, sino como un diálogo en serie. Ahí me siento muy cerca de lo que proponía Roberto Calasso con Adelphi: el catálogo como una obra de arte en sí misma, donde cada título se ilumina mejor al lado del otro, como si fueran constelaciones.

No buscamos “colecciones” en el sentido clásico, con un molde repetido. Preferimos pensar cada libro como un universo singular, con su propia piel, su propia voz. Pero al reunirlos, forman un coro, un manifiesto estético. Alberto Manguel lo dijo con claridad: “Los libros no son solo para ser leídos, sino para ser habitados”. Y en Senzala queremos que nuestros autores encuentren casas distintas, pero dentro de la misma ciudad editorial.

Así, algunos de nuestros títulos dialogan desde la sofisticación de un diseño experimental; otros desde la sencillez cuidada.

¿Con qué diseñadores venezolanos has trabajado en Senzala, y con quiénes te gustaría colaborar en el futuro para potenciar esa “editorialidad sensorial”?

—En Senzala hemos tenido la suerte de trabajar con talentos cercanos que son parte de nuestra propia constelación creativa: Aarón Mundo, Armando Rodríguez, Óscar Vázquez y Ariadnny Alvarado, el artista plástico Pablo García Sanoja y Juaníbal Reyes Umbría, quien, aparte de ser mi hermano, es un creativo clave e imprescindible en esta aventura, junto con correctores y editores como Yanuva León, hacen la magia. Con ellos hemos construido libros que son, más que publicaciones, experiencias estéticas. Cada uno aporta un sello distinto: desde la mirada precisa de lo tipográfico hasta la exploración más atrevida de texturas y troqueles.

Y claro, hay diseñadores con los que me encantaría algún día cruzar caminos. Pienso en Álvaro Sotillo, el maestro del diseño editorial venezolano, referente continental; en Santiago Pol, con su capacidad de volver gráfica la emoción urbana; en Faride Mereb, que hace del rescate editorial un arte poético; o en Karmele Leizaola, pionera en darle al silencio visual una fuerza expresiva.

Ellos son faros. Nosotros, desde Senzala, nos sentimos parte de esa tradición y de ese juego: el de seguir pensando el libro como un objeto total, vivo y seductor.

 

Ricardo Romero Romero | @ItacaNaufrago | artedeleer@yahoo.com

Naile Manjarrés | @naile.manjarres | nailemanjarresli@gmail.com

Fotos: Rubén Martínez

 

 

 

 


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