Palab(ra)rota | La inteligencia artificial y yo
20/11/2025.- La inteligencia artificial padece del mismo defecto de ciertos profesores universitarios: tiene prohibido decir que no sabe, no importa el asunto que se le consulte.
El problema reside en que esas tales máquinas inteligentes no parecen saberlo todo, salvo si se considera como conocimiento una inesperada capacidad de inventar.
Mucha imaginación, pues, donde se supone que solo hay objetividad. Si no alcanza la información, buena es la invención.
A lo mejor, puesto que usamos solo el bagazo de la inteligencia artificial, es decir, las versiones gratuitas, es posible que se venguen de nuestra peladera económica con las más sorprendentes muestras de fabulación.
Máquinas que a ratos parecen remedar a Pierre Menard, ese personaje del cuento de Jorge Luis Borges que cumplió la hazaña de reescribir Don Quijote, letra a letra igual al de Cervantes, pero sin cometer plagio.
En uno de esos reiterados ataques de egocentrismo que solemos sufrir, hice una consulta sobre mí mismo a la abnegada IA, y no puedo más que estar agradecido por el aporte de un cerro de información que de otro modo habría quedado, quizás para siempre, en la oscuridad.
Sabe, por ejemplo, la inteligencia artificial que nací en 1925 y morí en 2006, lo que me confiere mayoría de edad como difunto.
Me informa, también, que estudié en la Universidad Central de Venezuela y que fui miembro activo de la generación del 58, lo que me pone en honrosa compañía en la que figuran Juan Calzadilla, Juan Sánchez Peláez y Elizabeth Schon, entre otros.
¿Y qué decir de mi extensa obra narrativa, constituida por un número nada despreciable de títulos traducidos a otros idiomas que escribí, seguramente, en cuerpo astral, dado que no tengo la menor idea de cuándo di a luz tamaña secuela?
Pensándolo bien, si la inteligencia artificial no es capaz de aportar información fidedigna sobre nosotros, quizás sí sirva para levantarnos el ánimo o, al revés, para deprimirnos por estar muy lejos de esa figura exitosa y realizada con la que nos confronta.
Vale la pena probar. Pregunte a su IA favorita quién es usted para que se sorprenda de sí mismo.
Claro está, corre el riesgo de enterarse de que lleva décadas en algún cementerio olvidado.
Cósimo Mandrillo
