Letra veguera | El tufo de Fausto

(Leer con la tonalidad de Porfirio Torres)

19/11/2025.- La brisa del llano, esa que trae aroma a mastranto y a sudor veguero, no siempre limpia los aires. A veces, le anida; se transforma en leyendas que se pegan a la memoria como garrapata al buey. Hubo un tiempo en que un tufo, distinto, natural seguramente y a la vez insoportable, marcó el destino de un muchacho.

Aquel amigo de la escolaridad, sentado a unos cuantos pupitres de distancia de donde yo me sentaba, era una paradoja andante. Su mente absorbía el conocimiento con avidez. Pero su cuerpo despedía una emanación sospechosamente pestífera. No era la sobaquera criolla, ni la pecueca de los patios de bolas criollas; era un efluvio que lo aislaba.

Y en ese aislamiento creció una única y feroz ambición: Estados Unidos de América. "La de los americanos", repetía como si su voz fuera el eco de la Doctrina Monroe, la religión de su padre. Esa vieja matraca que justifica el racismo, la barbarie y el exterminio. Por eso, con la malicia inocente, lo bautizaron: "El Diablo", ellos, Iván Mendoza y Manuelapa; porque yo, desde que me salió el Silbón, no me meto con ese tipo de criaturas.

El tiempo, que lo traga todo, borró al oloroso del mapa. Se fue, se perdió en el horizonte.

Muchísimos años después, aquel muchacho regresó. Se decía que había cambiado sus gustos por distinciones de Estado, sus aspiraciones por conocimientos de armamentos y guerras mundiales, y sus placeres por el poder. Ya no era un simple estudiante apestoso. Ahora, lo llamaban "Fausto". El Fausto que, cual personaje de tragedia, había pactado con el mismo Diablo a cambio de ser imprescindible; un engranaje fundamentalmente armamentista y destructor entre la política y la mística.

La ambición de aquel estudiante, su anhelo por el Norte, por la barbarie, no es un olor individual, sino un hedor político que se ha esparcido por el continente y ahora enturbia las aguas del Caribe.

Fausto, el que vendió su esencia por la gloria, hoy encuentra ecos en el escenario mundial como en Javier Milei, el argentino, quien, con su motosierra y su estética rupturista, ha pactado con la efervescencia de la rabia popular y una ideología que mira al Norte con devoción casi religiosa. Sus discursos, incendiarios y mesiánicos, buscan precisamente lo que Fausto anhelaba: la distinción de Estado y una presencia que desfigure el mapa político multipolar. Es un Fausto que juega a la economía libertaria, pero mantiene el hambre y la represión. Un jalabolas del Emperador.

Por otra parte, aparece el (ne)fausto Donald Trump, el gran patrón del Norte, con el mismo ideal de "América" al que aquel muchacho aspiraba. Trump es la encarnación del pacto. No con el Diablo tradicional, sino con el de la polarización, la ignorancia orgullosa y la Doctrina Monroe 2.0. Su tufo no es físico, sino mediático, un hedor a show, a confrontación sin filtros y a la promesa de una grandeza perdida. Él es el Diablo mismo en el altar del poder, un hombre que ha hecho de la transgresión su moneda y de la insubordinación a las normas su gran arma para ser, sin duda, el más imprescindible.

La ambición es universal; aunque su origen huela al Fausto de Milei y Trump, son caras de una misma moneda.

El Fausto Milei se alzó abrazando el canon de la ultraderecha. Trump se coronó explotando el resentimiento doméstico. Esa urgencia por el poder que debe ser total y, sobre todo, que debe hacerlos sentir que su esencia es vital, a pesar del tufo, o incluso gracias a él.

Y así, el olor que incomodaba a unos pocos sentados en los pupitres de un aula se ha convertido, por obra y gracia de la ambición sin límites, en la fragancia política que hoy se respira en el mundo.

El Diablo de la infancia ha crecido, y ahora usa traje, bandera, hasta motosierra y tiene una Diabla que llama a intervención militar en nuestro país: una tal Sayona, fenómeno endemoniado de nombre María Corina Machado.

 

Federico Ruiz Tirado


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