Historia viva | Juegos de guerra vs. acuerdos de paz

19/11/2025.- Partamos por el principio de que toda guerra es un engaño y que toda gestión de paz debe aproximarnos a la verdad, al acuerdo y a la confianza, a través de la cual se logra avanzar hacia un contexto de diálogos, tranquilidad y armonía.

El mundo está transitando una bitácora de guerras, amenazas y mentiras transnacionales que buscan posicionar nuevos ejes de fuerzas y enclaves geoestratégicos y geopolíticos en el orden energético e informativo, para sostener el flujo de material primo para nutrir la devoradora e insaciable máquina de producción industrial del gran capital en Estados Unidos y Europa, en competencia contra otro eje de poder que se ha constituido fundamentalmente en el Oriente del planeta Tierra con China y Rusia.

Ayer fue el oro que los europeos salvajes y primitivos incansablemente engullían, con ellos la esclavitud de millones de seres humanos y su fuerza, trashumados desde sus orígenes para producir riquezas y llenar las arcas de opulencia y derroches monárquicos. Luego vino el petróleo en tiempos más recientes, que se mezclan con tierras raras estratégicas para siempre terminar en guerras sin sosiego para la paz y la tranquilidad humana.

Estamos de nuevo en ese vaivén y pujos de posicionamientos geoestratégicos donde vemos a gobernantes ladrones, mentirosos disfrazados de payasos con armas nucleares; otros, sinvergüenzas sin rostro ético que usan las perfidias, el terror y amenazas como chantaje. Existen los intermediarios no poderosos que estiran sus posiciones donde la hipocresía diplomática y sus ambigüedades lo llevan, como lo mostró el tirón vergonzante que le hizo Donald Trump a Pedro Sánchez, de España, recientemente; es la muestra simbólica de la subordinación.

Luego están los que tienen como bandera la dignidad, la solidaridad y la complementariedad, aun siendo naciones Estados de menor dimensión territorial, pero aliados a las fuerzas del equilibrio mundial que representan China y Rusia, en América; los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua; por ahora Colombia, mantienen firmeza estructural, en resistencia activa con expectativas de un mundo mejor, civilizado y digno.

En Nuestra América y el Caribe, desde el siglo XIX, cuando los gobiernos de Estados Unidos se plantaron en la idea de que este continente era de su “propiedad”, han intentado seleccionar a punto de dedal quién será el vocero de cada país y los representantes con quienes ellos tratarán sus negocios.

El 17 de septiembre de 1822, el jefe de la diplomacia de Colombia, el venezolano Pedro Gual, le escribió al secretario de Estado de la República de Estados Unidos de América, John Quincy Adams, lo siguiente: “Señor, usted sabe que desde el principio de la difícil lucha en que se ha visto empeñada la República de Colombia por el espacio de doce años, mi gobierno no ha cesado de manifestarle sus sinceros deseos de establecer y mantener con Estados Unidos de América las relaciones de amistad y buena correspondencia…”.

La historia no es cíclica, no se repite porque en cada evento en el tiempo-espacio los sujetos históricos son distintos; puede que las circunstancias sean parecidas, pero son progresivas, no iguales. Venezuela ha sostenido sus principios de diálogo hasta que llega la insolencia y la falta de respeto que ha mostrado la política exterior de Estados Unidos en toda su historia contra los pueblos de América y el Caribe. Su gran problema ha sido pretender ser una fuerza superior “propietaria” de los destinos de los pueblos del Sur.

Entonces aparece de nuevo Bolívar, igual como en 1822, hoy con otros sujetos y circunstancias, que levantan su bandera de la dignidad como Venezuela y Colombia, Nicaragua, Cuba y México, donde hay guías políticos embestidos del sujeto-pueblo, con el decoro de un discurso fundacional que interpreta las relaciones como actos de complementariedad, solidaridad y respeto mutuo y no como subordinación, como pretende la política exterior de Estados Unidos.

Todavía hoy, doscientos años después, tanto los mandatarios europeos como los de Estados Unidos se inclinan a ver a nuestros países desde el hombro; peor aún, aplican la diplomacia hipócrita para zanjar las mismas divisiones que intentó John Quincy Adams para la celebración del Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826, un proyecto bolivariano que da brillo a una Celac, una propuesta unitaria nuestroamericana y caribeña hecha por Hugo Chávez y Fidel Castro, a pesar de los inconmensurables riesgos que asoman los subordinados de derecha ante la presencia de los insumisos, argumentando asuntos “diplomáticos”.

La paz no debe ser la negativa, la de muerte; la paz debe ser precedida de cognición ontológica, respeto, diálogo mutuo y recíproco para hacer tratos complementarios. Realmente, si hablamos de paz, no es asunto de juegos, es de acuerdos, el destino de los pueblos es algo muy serio.

Aldemaro Barrios Romero

 


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