Estoy almado | Dolores

17/11/2025.- Los dolores inusitados, furtivos, recuerdan que hay heridas del alma que no se van, solo se opacan con el devenir del tiempo, pero siempre están ahí, como una cicatriz que permanece cerrada por fuera y abierta por dentro. Con una simple palabra, un hecho sobrevenido, se sabe que todavía duele. Cuando María partió, la familia revivió una enorme tristeza por Abelardo. Ambos murieron con la misma enfermedad, por una diferencia de 10 años. La continuidad del dolor.  

Recordar el dolor puede ser tortuoso, por lo que corresponde dejarlo siempre guardado. Guardarlo parece suficiente, aunque hay quienes deciden no hacerlo o, simplemente, no pueden. No quieren. Creen que significa olvidar y, por las razones que sean, viven en dolor para mantener vigente a aquel que se fue. Por ello, al velón siempre encendido por él, se le sumó otro por ella. La repisa de vidrio seguramente sostendrá ambos fuegos. 

El dolor se transforma en hoyo oscuro que trastoca cada vivencia; puede volverse transversal en casi todo lo que se hace y se dice. Un círculo vicioso y sigiloso. Porque el alma puede reproducir lo bueno y también lo malo. Dicen que los dolores se sanan con amor; pero no todos lo consiguen o saben encontrarlo. Otros deben enseñarlo, al menos trazar ese camino para que suceda. Por eso, alguien le dijo al hijo de Abelardo, en medio de su desconsuelo: “Haz el bien y siempre él te acompañará”.  

Los dolores del alma pueden volverse, por momentos, alegrías, pero estas son tan efímeras que parecen irreales, de otro mundo. Pero cuando el júbilo se repite intempestivamente, la incredulidad, la indiferencia, le dan paso a regocijos que saben a humanidad. Entonces, los dolores del alma no se van; se vuelven más llevaderos, un poco más livianos. En algún momento, a María Eugenia, la viuda de Abelardo y hermana de María, le pasará.

 

Manuel Palma 

 

 


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