Vitrina de nimiedades | El anzuelo de la moda tecnológica

15/11/2025.- De los cuentos familiares del domingo quedó la historia de una mujer que, recién designada jefa de una oficina, terció sobre una de sus orejas un “manos libres” (para las nuevas generaciones, es una especie de auricular inalámbrico conectado al teléfono que antecedió a los que se usan ampliamente hoy). El detallazo es que ella cumplía con el ritual de usarlo, pero no sabía cómo contestar una llamada con este dispositivo. De ese cuento han pasado, al menos, quince años, pero la costumbre de apropiarnos de la tecnología sin saber para qué nos sirve sigue viva.

Si la duda asalta, hagamos un ejercicio: más allá de usar las aplicaciones más comunes, tomar fotos y hacer llamadas, ¿qué más sabe hacer con su teléfono? A lo mejor, ignora que puede usar el dictado de voz para escribir un mensaje de texto (buen dato para quienes solo envían audios por mensajería), activar un asistente para usar su dispositivo en modo “manos libres”, aprovechar funciones especiales ante una emergencia o gestionar eficazmente una lista de tareas. También, es muy probable que no haya utilizado el modo “Concentración”, que limita aquellas aplicaciones que nos distraen.

Incluso, si habláramos de las funciones que usualmente manejamos, confirmaríamos que también las estamos subutilizando. Vaya a la cámara de su teléfono y explore: ¿Sabe cómo activar el modo profesional? ¿Hasta dónde es capaz de llegar editando una foto? ¿Puede hacer algo más allá de un selfie? Ahora, échele un vistazo a la calculadora. Salvo que su oficio o profesión lo obligue a cálculos complejos, muy probablemente echará mano exclusivamente a las funciones clásicas de suma, resta, multiplicación y división.

El problema no es patrimonio exclusivo de los adultos. Dentro de las nuevas generaciones también están quienes no saben cómo colocarle la tilde a una palabra mientras escriben en una PC y simplemente ignoran cómo usar Excel, el amigo treintañero que se niega a salir de las oficinas. Esas omisiones pueden parecer razonables y cándidas si vemos la otra cara de la compulsión digital: la fe excesiva en las capacidades de la inteligencia artificial y de las aplicaciones que simplifican procesos, al punto de anular el discernimiento humano. Ser joven no necesariamente se traduce en mayor capacitación digital.

Sí, cuesta admitir que podemos ser como aquella mujer que convivió de cerca con un aparato que no sabía manejar: hemos incorporado a nuestras vidas equipos y herramientas más por imposición que por necesidades. Es culpa de un nuevo esquema capitalista que pone el poder en manos de los gurúes tecnológicos y, sobre todo, de un sistema educativo condenado a quedar rezagado frente a los apabullantes avances digitales.

Ya lo advierten desde hace tiempo organismos multilaterales: no basta con tener dispositivos de última generación para garantizar la equidad. Sin formación ni criterio, se diluyen todas las posibilidades de avance y justicia social. Un teléfono inteligente, sin guía ni orientación, es solo un anzuelo de la moda tecnológica.

 

Rosa E. Pellegrino 

 

 

 

 

 

 


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