Tinte polisémico | Pueblo valiente…
14/11/2025.- Cuando era un niño en etapa escolar y mis maestros me leían fragmentos de los textos de Venezuela heroica, de Eduardo Blanco, mi imaginación volaba y, por tanto, creo que en esas edades se forja ese sentimiento de admiración y perplejidad por esas hazañas que nos contaban, hechos con tanto valor y de entrega de nuestros héroes históricos. Pude luego, como muchos adolescentes, al cursar el bachillerato, con un poco de mayor discernimiento, conocer a través de la novela Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri, la crudeza y el clima de violencia del conflicto entre los patriotas y realistas en la guerra por nuestra independencia como nación.
Así, enumeraré algunos otros ejemplos de facetas, escenas y cuadros de nuestra historia decimonónica. Cuando el Negro Primero (Pedro Camejo), herido y ensangrentado, se le presenta al general Páez en plena batalla, entonces, en ese instante, el alto oficial le señala y le increpa de cobarde por abandonar la refriega, y el clase, cabo, le responde que vino a despedirse porque estaba muerto. El famoso grito de “¡Vuelvan caras!”, cuando en la Batalla de las Queseras del Medio, un grupo de lanceros patriotas llaneros, montados sobre sus cabalgaduras, se detienen repentinamente en su galope, de supuesta huida, cambian la marcha a la dirección opuesta y emprenden entonces el mortífero ataque, al encarar con sorpresa y determinación a sus perseguidores realistas que, sorprendidos, terminan ensartados en sus largas y puntiagudas lanzas como pinchos de parrilla.
No son menos espectaculares las demostraciones de arrojo y coraje de muchos de nuestros caciques, como: Urquía, Guacaipuro, Tiuna y tantos otros. Cualquiera se conmueve al imaginar ese encuentro entre el “nuevo y viejo mundo”, pues es lógico y menester pensar con sentido decolonial que nuestra civilización originaria contaba ya con unos cuantos siglos en esta geografía, mientras Europa supuestamente “evolucionaba”.
Así, el “conquistador español”, sentado sobre su caballo, dotado y protegido con casco y armadura metálica, portando espada y lanza de acero, con arcabuz que escupía pólvora y munición, pretendió someternos, armado además con una cruz, pero no para pregonar el amor y la fraternidad, como señala la doctrina cristiana, sino para perseguir, someter, esclavizar y aniquilar.
Conseguir el codiciado oro de El Dorado y la reluciente plata, adueñarse de las blancas perlas del fondo del mar de Margarita, reventando los pulmones de nuestros aborígenes buzos naturales para conseguirlas, es decir, el ansia por los metales preciosos para acumular y acaudalarse, la expresión de la acumulación originaria de capital, un imperio en expansión, la verdadera motivación; pero, aun así, con desventajas en equipamiento, decidido y claro, con las armas que contaba, cerbatanas, arcos y flechas, con su cuerpo semidesnudo, pero con la convicción de que eran invadidos, se asumió el reto, por parte de nuestro pueblo irredento, de defender con absoluta entrega, a costa de la vida, su tierra y los suyos.
Quizás uno de los acontecimientos históricos bélicos de nuestra historia patria menos conocidos por niños y jóvenes sea la toma de Puerto Cabello, el 8 de noviembre de 1823, probablemente dado que ocurrió después de la Batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821.
Es así como, después de más de dos años de la épica de Carabobo, aún en la plaza de Puerto Cabello permanecía una fortaleza tomada por realistas no sometidos y sitiados por el ejército patriota, al comando también del general José Antonio Páez, el “Centauro de los Llanos”.
A pesar de lo inexpugnable de la posición amurallada, el general Páez dirigió y se encargó de reducir con cuatrocientos infantes y cien lanceros el último bastión imperial español en Venezuela, gracias a una astuta y temeraria maniobra de atravesar un paso secreto a través de manglares. Bajo la guía de un esclavo de origen afro, se tomó a sangre y fuego la fortaleza y se logró la capitulación del brigadier español y sus hombres, una vez más, constancia de la valentía, audacia y determinación de los guerreros venezolanos, así como del genio táctico estratégico de nuestros oficiales, en sus convicciones, empeños y compromisos de lucha por la independencia y autodeterminación como república soberana.
Esas hazañas descritas son una muestra de la dimensión de la empresa que acometió un gran colectivo de mujeres y hombres, para convertirse en un ejército libertador, que partió hacia otras fronteras para liberar otros pueblos y fundar naciones, no para someter, sino para dotar de autodeterminación. Sobran las campañas, batallas y episodios: Pichincha, Bombona, Ayacucho, La Campaña Admirable, La Batalla de la Victoria, entre muchas; es nuestro acervo histórico de lucha y victoria con sacrificio y valor.
Ahora son los gringos en nuestro mar Caribe, con sus portaviones, cruceros, fragatas acorazadas, con sus portentosos F35, misiles, submarinos nucleares dotados de ojivas, y cuanta otra arma de destrucción masiva, argumentando la lucha contra el narcotráfico, con falsos positivos, cuando está demostrado ante los ojos del mundo que es un negocio cuyo mercado, que ellos mismos gestionan y administran desde los centros de producción y la cadena logística de distribución y comercialización, como toda una empresa o corporación multi-trans-global, ahora destinan su poderoso equipamiento y armamento a desintegrar pequeñas embarcaciones, sin consideración alguna por los derechos fundamentales de los seres humanos, acciones abominables, inhumanas, terrorismo militar. Toda una falacia argumentativa, un relato ficticio, en el marco de la guerra cognitiva, pues subyace un objetivo y propósito geoestratégico y geoeconómico: las fuentes de energía y los metales raros, imprescindibles para sus industrias y economía.
Es un deber constitucional y de corresponsabilidad colectiva la defensa y la seguridad nacional de nuestra integridad territorial y soberanía. Por eso me siento orgulloso de haber aprobado satisfactoriamente el curso básico del Método Táctico de Resistencia Revolucionaria (MTRR) con la Milicia Bolivariana, y poder expresar con verdadero sentimiento patrio, ante cualquier entidad foránea con pretensiones de invasión, que aquí hay suficiente montaña, selva y llano, y suficiente pueblo, con suficiente y heroica historia patria y una fuerza armada en unión cívico-militar-policial, para nuevamente hacer frente “ante toda agresión”, como lo dice en su letra la Marcha Épica de la Marina y, además, estamos también prestos para accionar como pueblo cohesionado y valiente al grito de: “¡Vuelvan caras!" y "¡ataquemos, carajo!”.
Héctor Eduardo Aponte Díaz
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