Palabras... | Ojos de verde adiós en marzo

A Lalo Moreno

 

30/10/2025.- Era un 21 de marzo de 1991, a horas de la mañana, en el tiempo en que la gente escoge para hacer diligencias, que era lo que yo iba a hacer: legalizar una separación. Y precisamente ahí la vi, tomada de la mano de otro hombre. Les juro que embrutecí mucho más de lo que había sido. Salí del lugar sin hacer la diligencia y sin siquiera tener una bicicleta para estrellarme, aunque fuera contra una pobre pared que no tenía la culpa. Y apuré el paso hacia ninguna parte hasta que vi un montón de gente que rodeaba a alguien sobre un montón de tierra. Era un capataz que estaba al lado de una zanja, contratando trabajadores, para meter unos tubos que resolverían las cloacas del lugar. No me van a creer: yo, que he sido tan flojo para ese tipo de trabajo —que fue el trabajo con que Marcos, mi padre, ganó el dinero casi toda la vida para mantenernos en los primeros años de la infancia—, me incluí en la lista con tanta vehemencia que de una vez me dieron un pico y una pala y me orientaron dónde empezaría. Al final del día de trabajo, salí como Charles Chaplin de la fábrica en la película Tiempos modernos, esta vez con pico y pala. Pero estoy vivo gracias a esa loca decisión. Mas, les confieso, que nunca más pasé por ese lugar donde había optado a ese trabajo, y menos por aquella dirección donde la vi de la mano de otro hombre. Quisiera decir que en lo que llevo de años nunca he sido muy ducho en estar recordando estos dolores, pero sucede que ahora, cuando esto escribo, vengo saliendo de un concierto de Pablo Milanés en la plaza de toros de la ciudad de Mérida. Todo iba bien (muy bonito el concierto) hasta que cerró su actuación volteando supuestamente hacia mí —eso intuía porque, cuando se anda así de adolorido, uno cree que todo lo que pasa afuera es con la vida y el dolor que uno carga puesto— como si me estuviera dedicando aquella canción:

Te he visto pasando del brazo de un hombre,

que con su mirada te envuelve en amor,

te he visto sonriendo mostrando tus ojos,

sin sombras, sin dudas, sin guardar rencor,

al tiempo en que solo pronunciar mi nombre

con cierta ternura, te ahogaba en dolor.

Hasta el día de hoy, todavía no entiendo por qué a esa canción le dieron el nombre de La felicidad, ni me interesa ya averiguarlo. Exactamente, fue creada en 1987, cuatro años antes de que la viera pasar a ella de la mano de otro hombre.

Después le pedí a Dios y le rogué a todos los santos —todos ustedes también deben saber que en este tipo de situación de despecho, uno cree en brujería o en lo que sea— que ella regresara. Diecisiete años después de tanto rogar, ella regresó. Y me dije a mí mismo: "Después hablan únicamente de la burocracia en el gobierno, y a nadie se le oye decir algo, nada en absoluto, de la burocracia divina".

Coloqué la historia en el Facebook, a ver si alguien hacía un comentario a mi favor. Sí, alguien y solamente ese alguien que desconozco y no sabré jamás quién fue, me escribió lapidariamente: "Y después de tanto tiempo, ¿todavía recibiste a ese mamotreto?". No le respondí ni un pedazo de palabra a ese ofensivo comentario. Eso sí, me dejó risiblemente preocupado el sentimiento hasta estas horas en que no la he vuelto a ver.

 

Carlos Angulo


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