Arte de leer | Almodóvar picado de araña
Contrapunteo entre la novela Tarántula, de Thierry Jonquet, y el filme La piel que habito

30/10/2025.- Las novelas negras suelen cumplir con ciertos protocolos que las sumergen en un lugar común. Generalmente, están llenas de suspenso, intriga, ambientes sucios y oscuros y personajes sórdidos. En muchos casos, hay detectives y delincuentes perversos, damas noctívagas, femmes fatales en peligro —o haciendo correr riesgo a un aspirante a héroe— y agentes de la ley que suelen estar por encima de ella, así como corrupción y enajenación social.
En el caso de Tarántula, una obra de punzante ritmo, escrita por el francés Thierry Jonquet, es la crueldad de varios de sus personajes lo que sobresale. Para el protagonista principal no existe la palabra justificación. Ahogado en actitud reptiliana con disfraz de venganza, no es un típico Raskólnikov de Crimen y castigo que vive entre dilemas económicos, éticos y morales por haber asesinado con un hacha a una anciana usurera y a su hermana para robar el dinero de la primera. Sus cómplices son tan prestos a sus deseos como autómatas del crimen.
Tenías aquel gusto de tierra mohosa en la boca, todo aquel fango viscoso bajo el cuerpo, aquel contacto tibio y suave contra el torso —la camisa se había rasgado —, olor a musgo, a madera podrida. Y sus manos atenazándote el cuello, tapándote la cara, unos dedos crispados que te aprisionaban, aquella rodilla clavada en tus riñones con todo el peso de su cuerpo, como si quisiera hundirte en el suelo para hacerte desaparecer. Él jadeaba, aunque ya empezaba a recobrar el aliento. Tú ya no te movías; esperar, simplemente había que esperar. El puñal estaba allí, sobre la hierba, en algún lugar a tu derecha.
Pronto tendría que aflojar la presión. Entonces podrías apartarlo de un empujón, derribarlo, apoderarte de la daga y matarlo, matarlo, rajarle el vientre a aquel cerdo. ¿Quién era? ¿Un loco? ¿Un sádico que buscaba a sus víctimas en el bosque? Se hacían eternos los segundos que llevabais los dos tendidos, dolorosamente abrazados en el fango, acechando cada uno la respiración del otro en la oscuridad. ¿Quería matarte? ¿Violarte antes, quizá? El bosque permanecía en completo silencio, inerte, como despojado de todo rastro de vida. Él no decía nada, su respiración se había sosegado. Tú esperabas un gesto. ¿Su mano bajando hacia tu sexo? Algo así... Poco a poco habías logrado controlar tu terror, sabías que estabas dispuesto a luchar, a clavarle los dedos en los ojos, a buscar su garganta para morderlo. En cambio, no pasaba nada. Seguías allí, debajo de él, aguardando.
(Fragmento del libro Tarántula).
Richard Lafargue es un reputado cirujano plástico, científico y académico de primera, non plus ultra de lo burgués, adulado y solicitado por una sociedad de superficialidades, lleno de lujos y vítores, especie de leyenda refinada, aderezada por el ideal liberal. Un ser que se sitúa más allá del bien y el mal, elegante y sofisticado, con aire de nobleza, el superhombre nietzscheano al que todas desean y todos envidian.
La belleza lo rodea. Es un artista de la piel, especie de Modigliani del bisturí, y todo esto tiene una guinda: dos bellas mujeres, Viviane y Éve. Pura apariencia es lo que se esconde detrás de ese triángulo, sobreabundancia del éxtasis traducido en locura, relaciones nauseabundas en dependencia, malicia, repugnante pasión y grotescos afectos. Pero no falta un ladrón (¿o dos?), el chivo expiatorio de las sociedades decadentes, el malnacido que busca esconderse en las ciudades refugio. Pobre Vincent, doblemente pobre, tan pobre que hubiera preferido seguir siendo pobre y excluido. Nadie pudo desear tanto ser un nadie.
Bajo esta radiografía de la enfermedad de la psiquis humana, Pedro Almodóvar se inspira para elaborar un magistral guion y realizar su película La piel que habito. Muchos críticos piensan (y yo comparto ese criterio) que este Almodóvar no es el mismo de la jocosidad que impregnan sus largometrajes Volver, Mujeres al borde de un ataque de nervios y Todo sobre mi madre, junto a las dinámicas y entretenidas Átame, Carne trémula, La mala educación o Tacones lejanos.

Ciertamente, se siente lejana a su picardía habitual, a lo satírico e irónico de sus bien logrados libretos originales. Sin embargo, La piel que habito tiene mucho de Pedro, ya que logró transformar —al igual que Jonquet lo hace con sus personajes— esa trama maléfica en otro diabólico plan. Antonio Banderas encarna al nada escrupuloso cirujano Robert Ledgard (en el libro de Jonquet corresponde a Richard Lafargue), que además tiene un aire de gentilhombre que esconde una vendetta. Quizás un Mengele sofisticado, portento y figura de la modelación estética.

El laboratorio cuenta con todos los avances técnicos. Varios ordenadores, en cuyas pantallas se mueven, como si flotaran en el espacio, diferentes partes del cuerpo humano, en imagen sintética. Miembros masculinos, miembros femeninos. Un terrario, con distintos insectos cautivos, hormigas, mosquitos, moscas, avispas, etc.
También hay materia. Recipientes donde se cultivan diferentes texturas de piel artificial. Por supuesto, hay un microscopio. Y un maniquí de tamaño natural, sin cabeza, tumbado sobre una mesa de su tamaño. El cuerpo del maniquí tiene marcas como las de un mapa anatómico y es una reproducción exacta del cuerpo de VERA. Según el ángulo, a veces da la impresión de ser una mujer desnuda y muerta.
Una campana estéril. Los cultivos se hacen dentro de una incubadora, una especie de frigorífico transparente.
El DOCTOR LEDGARD entra en la zona del vestuario del laboratorio con el recipiente azul. Lo abre. Dentro hay una caja blanca de porexpán. Se cambia y se pone una bata y unos guantes de látex. Entra en la estructura estéril y chequea el material (la placenta que le entregara el enfermero). Dentro de la caja de porexpán, hay una bolsa de gel azul helado junto a una bolsita de sangre.
Con una jeringa toma una muestra a través de la válvula del recipiente y la deposita sobre una placa de Petri. Contempla a través del microscopio el flujo sanguíneo. En una pantalla de ordenador aparecen las células que forman la sangre, arrastrándose lentamente.
(Fragmento del guion La piel que habito).
La mayor parte de esta película transcurre en El Cigarral, una especie de castillo kafkiano donde Ledgard tiene una clínica con todos sus recursos y tecnología. Es un lobo al acecho de víctimas o cobayas. Los monos, cerdos o ratones de laboratorio no son suficientes para su inventiva. Está plenamente convencido de tener motivaciones válidas para evolucionar la medicina y ayudar a la humanidad.
Mientras él disfruta la dolce vita, está esperando el momento oportuno para importunar al menos afortunado. ¡Ah!, y si lo mueve una causa justa, mucho mejor, como que a su hija, sin tener pruebas, más allá de haberlo supuesto, la haya flagelado un desclasado, un lumpen coleado y joven con pretensiones de igualado. La ciencia y el progreso le perdonarán su atrevimiento. Además, el chico se lo buscó...
Este exótico filme está engalanado por una impecable fotografía. Podemos manifestar que está bien narrada y estructurada, y con brillantes actuaciones. Una genialidad extravagante que a ciertos especialistas desagradó, pero que a otros tomó por sorpresa.
La interrogante de siempre: ¿es el libro mejor que la película? Son dos obras distintas, tomando en cuenta que el autor-director también se inspiró en la cinta Los ojos sin rostro, de Georges Franju, convirtiendo su relato en otra historia, aunque mantiene el espíritu, atmósfera y sustancia del libro ideado por el narrador francés.
Respecto al guion de La piel que habito, transformado en libro, es un trabajo que permite examinar los pasos de un realizador desde sus ideas concretadas en un mapa literario hasta lograr aterrizarlo en ese largometraje que alcanza su clímax y plenitud.
Expresando admiración hacia la filmografía del natural de Calzada de Calatrava, es una realización paradójica e interesante, aunque para nuestra percepción no es lo mejor de Almodóvar. Sin embargo, se debe reconocer que en esta producción mantiene al realizador como un talentoso tramador.
De la novela de Thierry Jonquet, donde se pernocta en noches sin esperanza como escarabajo que consume el abismo, simplemente nos quitamos el sombrero. En menos de 140 páginas, supo desnudar el vacío y arrogancia que caracteriza a los que creen ser superiores al resto del mundo.
Ricardo Romero Romero
@ItacaNaufrago
artedeleer@yahoo.com

Jonquet, T. (2011). Tarántula. Ediciones B.

Almodóvar, P. y Almodóvar, A. (2012). La piel que habito [Guion cinematográfico]. Anagrama.

Almodóvar, P. (Director). (2011). La piel que habito [Película]. El Deseo/Warner Bros. Pictures España/Canal+ España.
Información adicional:
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: José Luis Alcaine
Sonido: Iván Marín
Vestuario: Paco Delgado
Intérpretes: Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Jan Cornet, Roberto Álamo, Blanca Suárez, Susi Sánchez, Bárbara Lennie, José Luis Gómez.

Thierry Jonquet
Nace en París el 19 de enero de 1954 y muere en la misma ciudad el 9 de agosto de 2009. Luchador social. Estuvo involucrado en la izquierda trotskista francesa y militó en Lutte Ouvrière y en la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR). Durante su juventud, alternó en sus lecturas a Dashiell Hammett con Trotsky. Se trataba, en sus propias palabras, "de casar el rojo y el negro" para evitar "un lumbago mental, una luxación ideológica". Autor de más de treinta libros, en ocasiones publicó bajo seudónimo. Recibió premios como el 813 de Novela Policiaca (en 1985, 1993 y 1998) y el Mystère (1993 y 1999). Entre sus libros destacan Ad vitam aeternam (2002), La bella y la bestia (1985) y Tarántula (1984).
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