Estoy almado | Lo que no se vio en la canonización en El Vaticano
26/10/2025.- Ahí estaban, con ropa y zapatos costosísimos. Ella se hacía una autofoto (selfie que llaman) con la holgura de vivir como opulenta a costa del dinero robado a la nación. Se esmeraba para que en el fondo de la imagen se notara la Basílica de San Pedro en El Vaticano. Él, por su parte, se mostraba con una risa fanfarrona, ramplona, ataviado con una vestimenta elitesca italiana, nuevecita. En algunos momentos, él llegaba a mirar por encima del hombro a la guardia suiza que custodiaba el lugar. Eran Leopoldo López y Lilian Tintori que trataban de mezclarse entre cientos de venezolanos que acudieron a la canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles.
Cualquier venezolano los pudo haber reconocido y regalarles insultos por todo el daño causado al país. Pero no. El momento era otro: todas las miradas estaban puestas sobre el papamóvil que venía aproximándose en una de las vueltas en la plaza San Pedro, después de que León XIV finalizara los actos litúrgicos por la canonización.
Entre la multitud emergían cabecitas que llevaban puestas gorras tricolores con siete estrellas, desmembrando libérrimamente nuestra Guayana Esequiba de Venezuela. Quien no lucía gorra era Ricardo Sosa, el hijo de María Machado. Asistió vestido de negro, con un traje de la última colección de Prada. Estaba acompañado de los colaboradores más cercanos de María Machado. Todos, con sus vestimentas oscuras al unísono, de pies a cabeza, eran como heraldos de la desesperanza, aunque ellos crean que vestiendo de negro enviaban un mensaje de “supuesto” respeto a la jerarquía católica.
Con su presencia ahí, ellos quisieron ser la representación de una supuesta Venezuela “legítima”. Y se sentían guapos y apoyados por la asistencia de algunos venezolanos residentes en Europa, que adversan ferozmente a la Revolución Bolivariana. Claro que se sentían emocionados, pero en ellos era notorio su intención de apropiarse de la canonización en El Vaticano del Santo de los Pobres. Ansiaban sacar rédito político de la jornada, que incluía pequeños actos de saboteos.
El primero de ellos ocurrió en la majestuosa presentación de la Orquesta Sinfónica Juvenil en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Un grupo de ellos, en vez de aplaudir a los muchachos, vociferó al unísono “libertad, libertad, libertad”, en alusión a Venezuela. Sin duda, fue un momento inoportuno y hasta antirreligioso. Se trataba de grupúsculos antichavistas intentando convertir la jornada histórica de canonización en un mitin partidista para desahogar sus frustraciones.
Al día siguiente de la canonización, durante una bendición especial que el Papa ofrece a la feligresía de los santos canonizados, esos grupos intentaron hacer lo mismo: horas antes de que el Sumo Pontífice entrara al recinto, aplaudieron a rabiar la entrada de Magalli Meda, mano derecha de María Machado y Pedro Urruchurtu, lobbista internacional de la susodicha, como si se tratara de la víspera de un evento partidista de Vente Venezuela que se realizaba en la embajada de EE. UU. Un señor, evidentemente antichavista, se paró intempestivamente de su asiento y ordenó a toda su familia, compuesta por cinco personas, salir del lugar. Antes de irse dejó una frase lapidaria: “Me voy, ¡esto no es un acto religioso, de fe, es un show político!”.
Y la verdad pudo ser así, si no fuera por la oportuna asistencia de una delegación venezolana de jóvenes peregrinos, que acudieron para reivindicar el mensaje de fe, unión y orgullo nacional que significaba para Venezuela la canonización de nuestros dos primeros santos. Asistieron tanto en la ceremonia de canonización, como en esa misa del mensaje papal. Y fueron decisivos.
En El Vaticano tuve el honor de encontrármelos y constaté, además del ambiente de devoción y camaradería, que la sola presencia de esos jóvenes patriotas hicieron contrapeso efectivo para que la canonización y el evento posterior fueran actos de júbilo y conexión espiritual para todos los venezolanos, sin distinción partidista.
Su presencia fue disuasiva. El domingo cuando entraron a la plaza de San Pedro, los seguidores de Machado enmudecieron. Clavaron sus miradas al piso. Guardaron las composturas y sus consignas. Igual sucedió el lunes en la misa del mensaje papal.
Entonces, sin querer queriendo, la juventud peregrina venezolana evitó que la celebración se transformara en un mítin de extrema derecha. Así lo reafirmó un sacerdote que se acercó a varios de los jóvenes patriotas, y dijo en voz baja: “menos mal que están aquí, ese grupo (refiriéndose a los seguidores de María Machado), quieren politizar esto, y es una ofensa para el acto de la Santa Sede. Ustedes tienen que seguir aquí”.
De modo que el ambiente de paz y regocijo que se vio en redes y por televisión de la canonización y la misa especial en El Vaticano, fue una victoria de la paz, labrada en silencio, con la asistencia disuasiva de jóvenes revolucionarios, que derrotaron a sectores extremistas de la oposición que pretendían convertir esa jornada especial en un vulgar acto de propaganda a favor de María Corina.
Puedo decir como testigo presencial que allá en la Santa Sede, la bandera de Venezuela ondeó dignamente con sus ocho estrellas, gracias a esa delegación de venezolanos que hizo lo posible para que la santificación de Goyito y la madre Rendiles se diera en santa paz, sin saboteos ni altercados.
Fue una victoria popular. Una más.
Manuel Palma

