Aquí les cuento | El color de los sueños

24/10/2025.- Habían transcurrido veinte años en la calle, arrastrando su pierna derecha y el brazo izquierdo; mutilado por aquel lamentable accidente.

Después de salir del hospital, no quiso jamás regresar a su pueblo para no mostrar su desgraciada condición. Tenía solamente treinta años cuando viajó a Caracas a probar suerte.

Ya tenía cincuenta años y no conocía hogar diferente que la calle. Toda puerta que tocara en procura de trabajo se le cerraba.

El argumento era que, por su discapacidad, “era un inútil”, al punto de que Elías empezó a creérselo.

“Sí, soy un inútil”.

Deambulaba durante el día, y en la noche, junto a otros menesterosos, se refugiaba en los portales de las iglesias, en las plazas, al pie de algún monumento o en cualquier rincón de la ciudad.

Caminando por la céntrica avenida, esa mañana, observó que cargaban un camión; justamente al frente de un taller dedicado a la recuperación de colchones.

Un trabajador realizaba la tarea con dificultad. El dueño del taller, en alta voz, manifestó su enojo por la ausencia de un segundo obrero encargado de la tarea de cargar los vehículos de transporte.

Elías caminaba por la acera y, sin esperar ser invitado, puso su hombro, su brazo amputado en la articulación húmero-cúbito-radiana, facilitando el trabajo al hombre que lo realizaba con dificultad.

Una vez concluida la tarea, sin decir nada, prosiguió su camino por la acera.

Al despachar el transporte, el dueño preguntó:

 —¿Adónde se fue el transeúnte voluntario?

—¡Siguió su camino! ¡Allá se ve, esperando la luz para cruzar en la esquina El Cristo! —Respondió el obrero.

—¡Corre, alcánzalo y dile que regrese!

Varios minutos tardó Elías en regresar.

El dueño del taller le imprecó sobre el porqué se había marchado sin esperar alguna retribución por el trabajo.

Elías bajó la mirada y movió su cabeza hacia los lados, como negando.

—¿Dónde trabaja usted? —preguntó el dueño del taller.

—¡Yo no trabajo, señor! ¡Hace veinte años tuve un accidente y en ninguna parte me han empleado porque, según dicen, soy un inútil! Eso me lo han repetido tantas veces que he llegado a aceptarlo como cierto.

—¡Caramba, amigo mío! —Exclamó el dueño visiblemente conmovido.

—¿Le gustaría trabajar con nosotros?...

La función que le asignaron era recibir los colchones en el taller y llevarlos al depósito.

Al enterarse el dueño, que se llamaba Neftalí Olivares, de que Elías no tenía hogar, le asignó una habitación en el taller desprovista de todo mobiliario.

Elías, cansado de dormir sobre cartones en la calle, tomó prestado uno de los colchones por reparar. Tenía un forro de color rosado, con algunas flores y muchos dibujos de niños jugando.

Esa noche y las tres siguientes, Elías soñó mucho con los años y juegos infantiles, conociendo muchos amigos y disfrutando plenamente aquel descanso matizado de fantasía.

El cuarto día en la mañana, el colchón pasó al taller, con muchos otros, para su restauración.

Elías procuró otro colchón. Este era de color azul. Y al descansar y dormir profundamente, soñaba con el mar, con embarcaciones, peces y pescadores, aves, pulpos y caracoles.

Esos sueños se mantuvieron llenando su fantasía durante tres noches, porque ya, al cuarto día, pasaría al taller para su restauración.

El séptimo día, Elías tomó un colchón forrado de tela verde. Al dedicarse al descanso, soñó con paisajes selváticos, con ríos, bosques, cascadas, aves, venados, acures, chigüires y todos esos animales. También con comunidades aborígenes de las que abundan en nuestro país.

Esos sueños permanecieron hasta el cuarto día cuando el colchón fue llevado a restaurar.

Elías se quedó sin colchón. El dueño de la empresa, al ver que Elías era un hombre eficiente, ordenó al encargado que comprara en el almacén una cama y colchón nuevos para Elías.

En la tarde llegó la cama y el colchón a la habitación del humilde hombre.

Era un cómodo colchón forrado de blanco.

Esa noche, el agradecido trabajador se acostó y durmió profundamente, con una sonrisa dibujada en su rostro.

La mañana siguiente y durante una semana no logró soñar nada. Su capacidad de soñar había quedado del color del nuevo colchón.

¿Qué habrá pasado? —se preguntaba— y ya encontró la respuesta.

Empezó a relacionar los viejos colchones con el regreso del don de soñar.

Elías fue al lugar donde guardaban los desechos del taller y hurgando en los sacos encontró las telas con las que forraban los viejos colchones restaurados y entregados a sus dueños.

Recogió aquellos forros y le pidió el favor al trabajador que usaba la máquina de coser para que le hiciera tres fundas para las almohadas con aquellas telas.

A partir de entonces, Elías, cuando usaba una almohada con la funda de color rosado, soñaba aventuras infantiles, juegos, disfrute hasta más no poder.

Cuando usaba la almohada enfundada en azul, ocurrían las aventuras relacionadas con el mar.

Y al usar la almohada vestida de verde, la selva, bosques y sus maravillas llegaban hasta su fecunda imaginación.

Sabía Elías leer y escribir y decidió asentar en una libreta, exclusivamente destinada a ese fin, todos los sueños que llegaban en sus horas de descanso. Con el tiempo se hizo un gran escritor de cuentos y también difusor de la idea de descansar con alegría y comodidad para soñar y ser feliz.

Aquiles Silva

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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