Palabras... | Ser alguien en la vida

23/10/2025.- De mi parte, cuento con la literatura, siempre y cuando sea útil a detener la infamia, pero también a saldar la impunidad con belleza y discernimiento animal. Fundamentalmente, para la erradicación de la violencia con clarificación sensible y sentido decoroso de la condición de ser.

Recuerdo que decidí no estudiar a profundidad el idioma inglés ni el español. Uno, por ser la voz del imperialismo actual, y el otro también, cuando fue responsable cruel del extermino en América. Hoy pienso que fue un error, pero logré mi cometido, no mal poner a mis antepasados, y eso me hace celebrarme.

No hay camino conocido de escritor alguno que te sirva para sobresalir en tu quehacer. Para el arte, la vida personal únicamente te puede acercar a ti mismo al misterio, en la medida en que registres multitudes de vivencias y detalles efímeros en tu tiempo y contexto. Podrás dar con el destello de una probabilidad, pero una emoción no contiene el acierto del deseo preconcebido. Nada que huela a esperanza te servirá de guía como a un vikingo las estrellas el tesoro, porque jamás lo que se espere puede estar a la altura de un concepto tan exagerado que se compare a la eternidad.

La estructura, la forma y el argumento del porqué se escribe, seguramente, vienen atados al esqueleto que nos mantiene en pie y de frente, pero también del arduo trabajo que hace el corazón para no dejar morir los sentimientos de nuestros antepasados.

Todo comenzó cuando mi madre me dijo que “tenía que ser alguien en la vida”. Si ella hubiese sabido lo que decía, no me habría empujado a perseguir una condición que ameritaba tanta adulancia, traición de clase y angustia desordenada.

A pesar de esta inclemencia de madre y mi deseo consensuado de ser un espécimen de éxito, el primer libro que hice lo intenté desesperadamente para salvarme con altura y sin tanta indigencia de un despecho. Y, además, para que ese amor notara mi portento y no me abandonara. Hoy sé que con ese libro hice catarsis, pero también el ridículo. Tanto, que una madrugada lo vacié en la boca hidráulica de un camión del aseo urbano, y vi con cierta conmiseración cómo lo engullía a la vez que tragaba la lágrima.

Con el tiempo me di cuenta de que, gracias a ese libro mal hecho y apurado por el dolor de la separación, logré igual, aunque maltrecho, sobrevivir. Entendiendo luego, por el análisis de la incongruencia, que vale mucho más la pobreza de vida que un gran amor adulado. Adicionalmente, conjeturé que si había publicado ese mamotreto desconsiderado con la literatura, tenía una de las condiciones más imprescindibles para escribir: no tener miedo.

Y con el alivio me vino el otro libro, que hice durante toda una noche presionado por la infancia y trasnochado por la angustia... Los inversos de la niñez, sin pensarlo mucho ni tanta profundidad ni exceso de indagación, pero sí muy cargado de reminiscencias y tristalgias de pecho abierto. En este libro noté, en su lectura pública, que estaba hecho de absurdos que desencadenaban una extraña comicidad, moviendo al lector a llenarse de circo con lo que me había costado tanto luto.

De ahí en adelante, toda esta vida fue escritura, día y noche, dentro y fuera de mí, bajo techo o a la intemperie. Haciendo conciencia de lo que sentenciaron ciertos escritores sobre el viaje de escribir la vida y sobre los círculos mezquinos de este maravilloso mundo, hecho agua entre las manos: moriríamos antes del tiempo que nos corresponde si no pudiéramos volver a escribir. Entendiendo que esta sentencia o máxima no garantiza ni una milésima parte cuántica, que sea literatura indispensable lo que siguiéramos escribiendo para llegar a ser alguien en la vida. Pero de algo sí podemos tener certeza, escribamos o no: no estamos seguros de nada en este mundo. Y eso es lo que define la libertad anónima, de la que hace gala el fracaso en nuestras líneas. Creyéndonos eternos, o nos entendamos como simples entrometidos mortales, somos la cosecha escrita de la contradicción de clase en el contexto en que vivimos. Y no creo que eso sea ser alguien en la vida. Lo siento, madre mía.

Carlos Angulo  


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