Palabr(ar)ota | La paz del sepulcro

16/10/2025.- El Premio Nobel a María Corina Machado ha sido, hasta ahora, muy útil. Ha servido para recordar los méritos de algunos personajes premiados o nominados antes que ella.

Personajes de quienes se puede afirmar, sin un pestañeo, que fueron modelos de dedicación al logro de la paz.

Adolfo Hitler, por ejemplo, de quien sabemos cuánto se esforzó para evitarle sufrimientos a la humanidad, y en especial a los judíos, figura entre los candidatos considerados para el premio en 1936.

El Nobel de la Paz se le concedió en algún momento a la seráfica madre Teresa de Calcuta, quien con mucha fe y piedad aconsejaba a los enfermos que se resignasen al dolor y a la enfermedad, porque eso los conduciría al reino de los cielos, mientras ella se sacrificaba recorriendo a toda pompa los reinos de la tierra.

Henry Kissinger, a quien el napalm que caía sobre los niños de Vietnam se le antojaba un divertido espectáculo de fuegos artificiales, se resignó a firmar un tratado de paz con ese país cuando la derrota de Estados Unidos estaba cantada. Al honorable Comité del Nobel, sin embargo, le pareció oportuno premiar esa derrota que costó la vida de centenares de miles de vietnamitas.

A la Unión Europea se le concedió el premio en 2012, seguramente por los méritos ganados el año anterior con el masivo bombardeo de Libia, donde lograron el magnífico resultado de dejar desmembrado y en el caos un país que hasta entonces ostentaba uno de los niveles de vida más altos del mundo.

A Barack Obama, de quien el propio New York Times llegó a decir que dejaría como legado el haber sido "el único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra". Es decir, para que se entienda con claridad, ni un solo minuto de su gobierno fue un gobierno de paz.

Y para no perder tan impresionante récord, el tal Comité del Nobel le adjudica ahora el galardón a nuestra ilustre pacifista María Corina Machado. Guiados por esos antecedentes, uno puede entender las consideraciones por las que le fue otorgado el premio. Antes que nada, y seguramente lo más importante, había que premiar el esfuerzo que representó solicitar durante años la intervención militar de su propio país. Un esfuerzo que acudió a todas las vías y a todos los países que eventualmente estuviesen dispuestos a llevar a cabo dicha intervención; y que se concretó en cartas como la enviada al inefable genocida Netanyahu, o en las reiteradas visitas a quienquiera que ocupara la Casa Blanca, siempre con la misma solicitud.

Ella aportaba su ambición y ofrecía que quienes vivimos en Venezuela aportaríamos con alegría el daño colateral que hiciera falta.

Que a nadie le quepa duda: ese premio ha sido meticulosamente pensado como un paso más hacia una invasión que solo los tontos alcanzan a concebir como eso que llaman una "intervención quirúrgica" o una "extracción", tal cual en las películas de Hollywood.

No son pocos quienes hoy brincan en una pata celebrando ese premio; incluso, tengo que decirlo, algunos de mis más cercanos familiares. Solo espero que tanta alegría no llegue a convertirse nunca en remordimiento frente a la masacre que representaría una intervención militar.

 

Cósimo Mandrillo


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