Historia viva | Un nuevo Vietnam para EE. UU.

15/10/2025.- Si el fantasma de la derrota de Vietnam todavía coloca sus sombras en la política exterior estadounidense ante la declaración virtual de guerra hecha por el presidente Donad Trump contra Venezuela, bajo la fachada engañosa de la lucha contra el narcotráfico; en la tierra de Bolívar están en la espera de cualquier ataque que ya no será sorpresa porque el pueblo-soldado venezolano ya está avisado, preparado y posicionado pacientemente en el terreno, con una cortina de radares, misiles y fuego antiaéreo, si lo que pretenden es romper esa fortaleza lanzando misiles y drones multinacionales aprovechando los ejercicios de la tradicional Unitas 2025 para intentar desmantelar las fuerzas patriotas en territorio venezolano.

Tal cual lo hicieron en Vietnam, la clásica maniobra es controlar una cabeza de playa en territorio apoyado por una “fuerza multinacional” autorizada probablemente por la OEA y nombrar allí un gobierno títere provisional que “facilite” la llegada del ejército de Estados Unidos; deben hacerlo en 48 horas para cumplir con la Ley de Poderes de Guerra, un instrumento colonialista que exige que “el presidente (Trump) notifique al Congreso dentro de las 48 horas posteriores al envío de tropas y prohíbe su permanencia por más de 60 días (con una extensión opcional de 30 días) sin una autorización del Congreso”, según un análisis del portal Cuba Sí.

Basta imaginar si el señor Edmundo González deja su cómoda residencia de wiskis en España o si María Corina Machado se disfraza de Santa Nicolasa para tratar de llegar a cualquier playa escondida de Falcón, Sucre, Margarita o Los Roques para ser coronada su Majestad de Venezuela y recibir el trono de parte del expresentador de televisión Peter Hegseth, ahora secretario de Guerra de Estados Unidos, en un reality show de Nuestro Insólito Universo; en el mundo de la fantasía, todo es posible.

La táctica tradicional de estos ejercicios de guerra es un ataque y posicionamiento relámpago como lo pretende EE. UU., pero se encontrará con una doctrina militar de guerra popular prolongada y de amplio despliegue que puede durar años, a un costo monstruoso, si consideramos que los gastos de la movilización militar norteamericana en el Caribe suponen unos 1.500 millones de dólares durante dos meses que llevan vacacionando en Puerto Rico para un plan de tres meses de entrenamiento, con el agravante del corte presupuestario que ahora tiene en vilo al gobierno de Trump. Cuando se prevé la reasignación de los fondos de investigación y desarrollo del Pentágono para cubrir la nómina de los militares, quienes no recibirían su primer sueldo regularmente, sin mencionar la incertidumbre en los civiles.

No es especulación, sino análisis en base a la realidad que los estrategas militares deben considerar a la hora de aventurarse a ingresar en una geohistoria venezolana compleja, con un pueblo moralizado, a pesar de las agresiones continuadas que tocan la sensibilidad de su supervivencia, pero que también estimulan su capacidad de resistencia y unidad.

No es la Panamá de 1989, cuando un pueblo medianamente organizado tuvo 48 días resistiendo la invasión de 27 mil marines y una carga operacional aérea y terrestre brutal. Para Venezuela tendrían que usar el doble o el triple de esa carga; además, el Estado venezolano, a través de su Fuerza Armada Nacional Bolivariana, con antelación a estas eventuales agresiones, adquirió equipamiento operacional de alto desempeño que asegura su capacidad defensiva en amplio espectro y, sobre todo, ha entrenado a miles de milicianos reservistas y ha diseñado un sistema logístico que le permite resistir por largo tiempo a las avanzadas enemigas. No hay dudas de que las bajas de los ocupantes invasores serán muy numerosas, dado el grado de control territorial que tiene la inteligencia militar y social venezolana.

Ciertamente, resulta lamentable que un gobierno como el de Estados Unidos sacrifique los millonarios recursos de las contribuciones de su pueblo y a sus soldados en una guerra que pueden saber cuándo comienza, pero es dudoso saber cuándo terminará, tal y como lo vaticinó el estadista y político alemán, Otto von Bismarck, según la cual las guerras se saben cuándo y cómo comienzan, pero no cómo terminan, y esta casus belli puede generarles más males que ganancias a Trump y sus guerreristas.

Cuando Estados Unidos incursionó en la guerra contra Vietnam, lo hizo montando un falso positivo de un supuesto ataque a una de sus naves en el golfo de Tonkín, igual que ahora lo hacen con Venezuela. Estados Unidos tenía 11 mil “asesores” militares en la región para 1963, mientras que China y la Unión Soviética apoyaron conjuntamente a los vietnamitas; hoy pudiéramos hacer la misma comparación, con la salvedad de que ambos pueblos tienen una notable convicción patriótica y una moral elevada que les asegura la fiabilidad de la defensa de su soberanía. Estados Unidos se enfrentará a una civilización y a un pueblo ontológica e históricamente rebelde.

En cualquier escenario, las ventajas las tiene Venezuela; aunque este país no tiene la fortaleza militar brutal que puede tener Estados Unidos, no podremos comparar la moralidad del soldado norteamericano luchando contra el fantasma del narcotráfico a miles de kilómetros de su patria con arengas inseguras que Pete Hegseth dirigió a los soldados apostados en Puerto Rico: "No se equivoquen; lo que están haciendo ahora mismo no es un entrenamiento. Este es un ejercicio real en nombre de los intereses nacionales vitales de Estados Unidos de América: acabar con el envenenamiento del pueblo estadounidense".

Mientras, en las costas de Venezuela, miles de soldados entrenan en peñascos espinosos y caminos emponzoñados entre plagas chupasangre y jejenes asesinos bajo un sol hiriente, que son trampas naturales que esperan a soldados acostumbrados a la comodidad del Norte.

Aldemaro Barrios Romero

 

 


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