Aquí les cuento | "Neeery" (IV)
Los niños palestinos no dejan de jugar a pesar de las bombas. La muerte no tolera la alegría.
10/10/2025.- Al cumplir los tres años de reclusión, Nery era una autoridad dentro del penal. Su fama la había logrado por el reconocimiento espontáneo y el respeto que le dispensaban los compañeros del establecimiento penitenciario.
La fábrica de casabe logró proyección nacional y estaba sonando su fama allende las fronteras.
El alcaide anunció a los presos que llegado el día de la santa patrona, retomaría la celebración, como lo hiciera su padre y su abuelo, con una convivencia entre el personal y los privados de libertad. Esa era la oportunidad que aprovecharía el Nery para escapar, no sin antes tomar venganza del caudillo carcelario que le asesinara vilmente a sus perros.
En esa ocasión, el alcaide tomaría mucho whisky, comprado con las cuantiosas ganancias, y recibiría algunos cuerpos en alquiler, provenientes de los cayos más altos del mar Caribe.
Se abriría la compuerta de posibilidades para hacerlo pagar por el crimen.
Nery nunca había practicado el asesinato de ninguna persona, por eso le costaba encontrar la ingeniosa forma de disponer de aquel mal hombre, que le mintiera y separara para siempre a sus nobles compañeros de vida.
La producción de casabe se duplicó tan pronto Nery comenzó a cosechar la pulpa de las yucas marcadas por la cinta roja.
La yuca de la planta ubicada al centro fue la elegida para iniciar la cosecha, para lo cual colocó un paraván tupido realizado con bajeros de las plantas de cambur, que abundaba en los otros sectores productivos.
Con la utilización de un pico y una pala, comenzaron a extraer la blanca pulpa de la yuca, dejando abierta una entrada de dos metros de alto por dos de ancho. Era un fresco cilindro de donde salía la materia prima de aquella fábrica cuya fama trasponía las fronteras.
Pasaron los días y las semanas hasta que tanta pulpa extraída de la yuca quintuplicó la producción y la venta del producto, en la medida en que el túnel se alejaba más y más de los predios carcelarios.
Todo estaba calculado.
Los presos realizaban las labores acostumbradas con total naturalidad. Los asuntos delicados que se tratan en los espacios carcelarios siempre están caracterizados por la discreción más severa. Cada uno de los involucrados en un proyecto realiza exactamente la parte que le corresponde, sin permitirse la licencia de comentar con nadie lo que hace.
El día de la celebración, la cárcel fue visitada por muchas personas e instituciones. Se contaban por cientos los invitados. Cada uno de ellos recibía presentes de las autoridades carcelarias: naiboas, casabes, yuca chips y artesanías elaboradas por los presos. El obispo, acompañado por un séquito de doce curas, trajo la imagen de la patrona de los presos, llamada Jacqueline; ese era el nombre de la santa. También los religiosos participaron, discretamente, de los placeres de la carne.
Todo culminaría con la caída de la tarde. A eso de las seis y media cruzaría la última barcaza hacia el otro lado del estanque.
El carcelero mayor se reservó el derecho de continuar en pleno goce, disfrutando de la piel de una docena de doncellas prepago, que le colmaban de costosas caricias y sonrisas.
Las botellas se agotaban con velocidad, y los presos formaron una disciplinada fila, mientras, sin apremios, iban introduciéndose en el túnel que les conduciría a la libertad.
Al pasar a dos metros por debajo del estanque que bordeaba la prisión, uno de los ingenieros elaboró un dispositivo de detonación con tortas de casabe, que consistía en una columna que sostenía el techo del túnel, exactamente por debajo del estanque.
La columna estaba atada a un filamento invisible hecho pacientemente con hilos arácnidos, recolectados por el diseñador del dispositivo.
Al amanecer del día siguiente, el alcaide y los dos ayudantes que le quedaban en pie después de la juerga se encontraron solos en aquella cárcel donde tantos hombres había.
Llegaron a la fábrica y encontraron la entrada del túnel. El alcaide ordenó a sus ayudantes que corrieran a dar la alarma y a procurar la llegada del ejército, mientras él echaba un vistazo en aquella extraordinaria excavación.
Empezó a caminar y, adentrándose en el túnel, llegó justamente al lugar donde, sin percatarse, tropezó la cuerda invisible ubicada a escasos veinte centímetros del piso.
Inmediatamente, empezó a inundarse el túnel hasta la altura del pecho del hombre. Los primeros en llegar fueron los recién nacidos. Docenas de pequeños alligatorsitos nadan graciosamente a su lado. Luego sintió una fuerza descomunal que lo arrastraba a gran velocidad, tomado, sin producirle herida alguna, por la correa de cuero, a la altura de su cintura.
La cárcel quedó vacía, ya que, cumpliendo los preceptos, todos los presos llegaron a la plaza, ubicada a noventa y nueve metros con noventa y nueve centímetros del último control perimetral que, de acuerdo a la ley, les conferiría la libertad plena.
Aquiles Silva