Micromentarios | Enheduanna, la primera escritora de la Historia

07/10/2025.- Mi vida, como la de todas las personas que existimos, está unida a mujeres, a través de un cordón umbilical afectivo de gran ductilidad y resistencia.

En mi caso, tal unión ha sido de superior magnitud que la mayoría de mis congéneres, ya que fui criado por dos mujeres, mi madre Irene y mi abuela materna Ana —con apoyo y ayuda frecuente de una tercera: tía Nora—, gracias a las cuales he sido el individuo que soy.

Como escritor y sin darme cuenta, he publicado más de cien libros de diversos géneros, en especial, cuentos y novelas. Pero lo curioso de esto es que, sin proponérmelo, la mayoría de mis protagonistas han sido mujeres adultas, niñas y adolescentes.

Ha sucedido y hasta hace pocos años no tuve conciencia de ello. Me lo señaló la colega y amiga Laura Antillano, a cuyos consejos, además, debo mi conocido Premio Casa de las Américas, obtenido en 1979.

Tales protagonistas son Teresa (de los libros Teresa, Mi mamá es más bonita que la tuya y Los hermanos de Teresa): Natalia (de Papá el escritor) y Ágata, la gata detective del libro del mismo nombre. También féminas son las narradoras sin nombre de La calle del espejo y El derecho a la ternura.

Tal proximidad a las damas tal vez la exacerbe mi natalicio, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

Sea como sea, lo cierto es que siempre me ha llamado la atención la descomunal labor que desarrollan las personas de sexo femenino, sin la cual la humanidad viviría aún en cavernas o sobre las ramas de los árboles más frondosos.

A la par, me ha molestado sobremanera el silencio al que se ha sometido dicha labor, no solo callándola, sino también ocultándola bajo toneladas de prejuicios.

Durante la mayor parte de los siglos que componen nuestra era, se ha generado una noche artificial sobre lo femenino y, por tal motivo, son pocas las mujeres que han trascendido en la Historia.

Ello no se ha debido a que la mujer sea menos inteligente que el hombre, sino al deseo deliberado de mantener bajo la alfombra todo aquello que muestre la importancia de las féminas en la Historia. No en calidad de acompañantes de grandes individuos masculinos, sino como protagonistas con luz particular.

Para muestra, el caso de Enheduanna, una sacerdotisa sumeria que fue la primera persona que, en la historia, firmó sus textos literarios.

Enheduanna fue hija del rey Sargón I de Acad, el mismo que unificó la Mesopotamia central y meridional creando un imperio. Vivió en la ciudad de Ur entre los años 2285-2250 a. C.

Fue suma sacerdotisa en el templo del dios Inanna —la Luna, a la cual se consideraba entonces de género masculino—, un cargo político-religioso de gran importancia en su tiempo y cultura.

Los textos que Enheduanna firmó como propios fueron 42 himnos dirigidos a templos de todo Sumer y Acad. Estos han sido reconstruidos a partir de 37 tablillas encontradas en Ur y Nippur. Estas, poco más de cuatro decenas de himnos, se conocen como Los himnos de los templos sumerios.

Quienes deseen conocerlos pueden leerlos en inglés en el Electronic Text Corpus of Sumerian Literature (Cuerpo de texto electrónico de literatura sumeria).

Enheduanna también compuso la obra Exaltación de Inanna, un devocionario dedicado al dios homónimo.

En este texto, según expone la gran ensayista española Irene Vallejo en su invaluable libro El infinito en un junco, Enheduanna “revela el secreto de su proceso creativo: el dios lunar visita su hogar a medianoche y la ayuda a «concebir» nuevos poemas, «dando nacimiento» a versos que respiran. Es un suceso mágico, erótico, nocturno. Enheduanna fue —que sepamos— la primera persona en describir el misterioso parto de las palabras poéticas”.

Armando José Sequera 

 

 


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