Letra veguera | el crucigrama inconcluso

05/10/2025.- Esta, no por vanidad ni por pendejeras, es una foto que me taladra, en lo emocional. Hoy, sobre todo, cuando el efecto más intrincado del asesinato de Robert Serra reaparece entre la maleza del insomnio. Las razones son muchas: para ese momento, al menos yo, y otros amigos, habíamos hablado de esa mirada profunda, sin compás, entre mi niña y Hugo, la que permanece en la foto.

Natalia apenas comenzaba a caminar, con la ayuda de una andadera, por las múltiples e infinitas rutas de un pequeño apartamento en París y, quizás, por ese movimiento "independentista" y por otros quizás más identificados con la gracia, con el don que está contenido en el descubrimiento de la "realidad" (o su desconocimiento), la nena iba y venía de un lado a otro, arisca, como todos los Ruiz, sin pararnos mucha bola cotidiana.

Natalia, no tengo dudas, sabía de Hugo desde los tiempos de antes de nacer, en Buenos Aires, refugiada en el líquido amniótico de la madre. Hugo era, fue siempre una voz presente en su casa de entonces y quizás en la de ahora. Lo escuchábamos por VTV los domingos, hablábamos de él día a día; ella lo miraba y lo señalaba con su minúsculo índice.

Cuando nació en París, Aló Presidente retumbaba en sus oídos. Hasta que Hugo, una de las veces que fue a Francia, me dijo... "¿Dónde está tu carajita?". Esta foto fue su único encuentro. Desde entonces, Natalia no lo olvida y se pregunta a veces cómo es que está y no se ve en el Cuartel de la Montaña.

Cuento esto a modo de reflexión porque Hugo siempre nos dijo que esta revolución era para ellos, para los niños. En Montevideo, por vez primera, habló de la juventud como una condición vital para sostener y avanzar en la transformación revolucionaria, como motor de ella. Siempre lo dijo convencido de la certeza de que en la juventud estaba el músculo de la revolución.

Hoy, en esta circunstancia que enfrentamos, me atrevo a asegurar que, en la estrategia de acabar con la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez fue una —quizás la primera— víctima del macabro plan de los asesinatos selectivos. Lo mataron, lo envenenaron, lo inocularon. Después, la historia habla por sí sola: Otaiza, Serra, Willian Lara.

¿Qué habría pasado en el país si en vez de Robert Serra hubieran asesinado a Leopoldo López y a su esposa, o a Ocariz y a su esposa, o al propio Capriles? Que no se lea esto como una apología a la muerte ni mucho menos. Véase como una posibilidad, como una mala sombra de la historia. Pero ¿qué habría pasado en el país de entonces?

Sin duda, hay que recordar el caso de la Limonera, una masacre convocada por Capriles en lenguaje cifrado a sus seguidores.

No hay que pensarlo mucho: el país estuviera encendido por los terroristas guarimberos de siempre y a punto de una guerra civil.

Ni el asesinato de Robert Serra ni el de Eliézer Otaiza pueden verse como hechos meramente delictivos, sino como crímenes políticos, consecuencia de la guerra existente en Venezuela. Robert también fue un símbolo y un ejemplo de la tradición de lucha de Hugo Chávez, del chavismo de calle, ligado a las causas populares desde el Parlamento.

Sicariato, paramilitarismo, "hampa común", sea cual fuere el sello, es un acto de terrorismo, un acto de guerra más, perpetrado por la derecha fascista que pretende someter a Venezuela a caminar a ciegas por el filo de la navaja.

Estamos en guerra y esta es sin cuartel.

 

 Federico Ruiz Tirado


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