Aquí les cuento | “Neeery” (III)

La inutilidad de la ONU es evidente, al mostrar absoluto silencio y complicidad ante el genocidio contra el pueblo palestino.

03/10/2025.- Todo hombre, nacido en el planeta, tiene, por derecho natural, que vivir en libertad. Y de esa condición es Nery, quien no había conocido más paredes que el horizonte ni más techo que las nubes y el cielo. Todos lo conocían y en el pueblo se sorprendieron de la pasividad con que había aceptado, hasta de buena gana, entrar a la cárcel.

—¡Pónganse serios! —dijo a los campesinos presos que le acompañarían a sembrar el conuco, con los rubros necesarios para la alimentación de toda la población carcelaria.

El alcaide le había prometido mandar a traer los cuarenta y ocho perros que dejara sin atención en su casa. Aunque estos eran tan autosuficientes que podían alimentarse solos por las características de excelentes cazadores.

Pero pasaron los días y las semanas, y del ofrecimiento nada se cumplió.

Transcurrido el primer año, la promesa de traer los perros, hecha por el alcaide, quedó en el vacío.

Nery acudió a un amigo, que era periodista, poeta y escritor, quien había caído preso por denunciar en la prensa las condiciones terribles del régimen carcelario. Sobre todo, el hecho de transformar al pequeño país en un resort de terror. Sin lobby y sin entierros.

Le solicitó al periodista Bernardo Mérida que le redactara una carta de reclamo al jefe de la cárcel para que, por favor, trajera sus fieles compañeros. Pero la gestión fue inútil.

Pero, como en esta vida todo se sabe, alguien ubicado en un lugar cercano al muelle de la cárcel había observado la traída de los perros hasta los predios cercanos de la muralla, y presenciado el festín que se dieron los cocodrilos con los caninos de Nery.

Nunca los volvería a ver. Aunque el temple del hombre no permitía derramar una lágrima, al saber la noticia, de sus ojos brotaron, como cascada, rocosos cristales salados que colmaron parte del patio donde se encontraba.

Los campesinos prisioneros, quienes laboraban con él los sembradíos, le consolaron. Y le aseguraron que contribuirían a realizar la venganza que recaería sobre el responsable de semejante crimen.

Un fuego violento lo mantendría despierto durante los meses siguientes, durante los años que aún le quedaban por recorrer en el presidio. No se lo dejaría pasar.

El trabajo de cultivar la tierra no se detendría, porque en ello se soportaba la alimentación de todos los prisioneros, que superaban los tres mil hombres.

Al final del primer año de reclusión, ya la fábrica de casabe estaba en plena producción. La dieta del personal de cautivos incorporó la yuca, además del casabe, en otros platos complementarios, y hasta buñuelos comían los presos.

Aquella plantación de yuca era la más productiva que Nery Vega plantara alguna vez.

Sobre todo por la calidad del casabe que empezaron a consumir dentro del penal, y cuya fama traspuso las amuralladas fronteras al ser consumido por algunos privilegiados (autoridades, funcionarios) fuera del recinto carcelario.

La seguridad de aquella cárcel estaba tan blindada que, a manera de mofa legal, el gobierno había hecho circular un decreto con fuerza de ley que expresaba:

Es ley de la república que: “Todo reo que, sin la utilización de la violencia, lograse, trasponiendo los controles tecnológicos, infraestructurales y humanos, alcanzar una distancia de noventa y nueve metros con noventa y nueve centímetros del último control perimetral, obtendrá, por derecho consuetudinario, la libertad plena. Sin que prive la calidad de la sentencia que le condujera a la privación de la libertad, ni a la cuantía de la pena aplicada”.

Los presos comprendieron que, de poder escapar, ya no retornarían al suplicio del encierro. Pero no ensayaban ningún intento de fuga.

Solamente existía un plan. Y ese era del único dominio de Nery Vega, quien estimuló a las autoridades carcelarias para que establecieran en todo el país la distribución del casabe de la fábrica Libertad. Y así fue como cada semana salían enormes cargamentos a abastecer la demanda del producto en todo el país.

Todos los presos, dedicados a la producción del casabe, se hicieron expertos en el manejo de aquella industria ancestral. Nery orientaba cada movimiento. Desde el cultivo de la yuca, el rallado, el prensado y cernido de la catebía (sic).

Se hicieron expertos tendedores y la producción no se detenía.

En las jornadas de cosecha, Nery no permitía que nadie tocara las tres plantas que habían logrado sobrevivir de los trozos de tallo que el Ñato Rojas le hiciera llegar, marcados con sendos lazos rojos.

Cuando alguno de los compañeros le preguntaba por qué no cosechaba aquellas plantas frondosas cuyas raíces agrietaban el suelo, él contestaba que fueran pacientes, que de esa espera lograrían un inolvidable momento de felicidad.

Los compañeros veíanse las caras, levantaban los hombros y comentaban:

—¡Bueno! ¡Si Nery lo dice, debe ser verdad!

Algo importante ocurriría.

Aquiles Silva

 

 

 

 


Noticias Relacionadas