Historia viva | Paz cognitiva y algoritmos de guerra
01/10/2025.- Cuando la narrativa de la guerra trata de imponerse en cada idea o pensamiento contemporáneo, martillado y repetido o convertido en algoritmos de manera consecutiva por las redes sociales y agencias internacionales para ganar la atención de millones de personas que son engañadas tendenciosamente, entonces es cuando el ser humano debe abrir su comprensión en la manera como el posicionamiento de este tipo de información o noticias es nutrido en los algoritmos que someten a las redes a la automatización de los imaginarios humanos de hoy, sin recurrir a la reflexión crítica.
En términos sencillos, la guerra cognitiva tiene como objetivo desajustar los comportamientos moralizantes del ser humano ante su historia y del sentido de identidad ciudadana de un país, como lo hace el efecto “Tatucito”, que es un veneno para eliminar hormigas (bachacos) con un componente tóxico que les cambiaba el “chip” mental a los insectos a través de una hormona (cisticercosis) y terminan matándose entre ellos; así funciona la llamada “guerra cognitiva” en humanos.
Esa guerra cognitiva está en proceso desde hace varios años en Nuestra América y el Caribe y ha impactado de manera selectiva a los 60 millones de jóvenes que habitan este lado del mundo, desde el Río Bravo en México hasta el extremo patagónico suramericano y hacia Norteamérica. No es menos que una guerra convencional, es mucho más efectiva que los misiles y cañones que hoy tiene el gobierno de Estados Unidos apostados en Puerto Rico apuntando a Venezuela, como una amenaza tóxica a todos los pueblos del sur global.
No hay otra explicación para entender cómo gran parte de los jóvenes argentinos hayan votado por un candidato desquiciado, estúpido y disparatado como Javier Milei, o que la abstención y el desencanto político de los estadounidenses le haya dado “la mayoría” del 22% de los más de 346 millones de votantes, pero, además, filtrada, a través de colegios electorales, para una pírrica “victoria” a Donald Trump, incapaz de resolver los graves problemas sociales de EE. UU.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la decisión y voluntad del pueblo soviético y su liderazgo político civil-militar marcaron el fin de un desastroso intento de controlar el mundo, pero entonces fue la fuerza popular y la carga de millones de soldados, soldadas y la capacidad industrial de fuego los que determinaron el fin de la tragedia nazi en 1945.
Chris Miller, en su libro La guerra de los chips, señala que en los años cuarenta “la guerra se decidió por la cantidad de bombas lanzadas y de proyectiles disparados, no por los mandos de los ordenadores mecánicos que intentaban guiar —generalmente en vano— esas bombas”, cuando apenas se iniciaban los ejercicios de controladores con cargas eléctricas para el lanzamiento de ataques. Hoy, los controladores digitales para armas de guerra han alcanzado medios de respuestas que superan la capacidad de aprehensión y rapidez perceptiva humana; sin embargo, sigue siendo el corpus mental e inteligencia humana lo que los construye, por lo que puede tener la capacidad para prevenir, desajustar y controlar ataques con armas furtivas de alta resolución, así como ingeniar mecanismos diplomáticos preventivos en la misma proporción que los que promueven conflictos bélicos.
Las cuentas del ábaco diplomático se ponen a prueba en términos de paz cognitiva cuando hemos señalado que no es simplemente un antónimo de la guerra cognitiva, cuyo nombre original es guerra irrestricta, investigada y escrita por los coroneles chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui del Ejército Popular de Liberación, y que el ejército británico plagió con un nuevo nombre para confirmar su vocación colonialista. Uno de los principios de lo propuesto por los militares chinos es que la guerra no solo se sustenta en el poderío bélico, sino en el uso de otros recursos no letales con los cuales pueden generar daño al enemigo, aunque este tenga mayor poder de fuego; uno de esos es la desmoralización de las tropas enemigas.
En nuestro caso, la paz cognitiva es el uso de la inteligencia preventiva para reconocer esos factores de la violencia de la guerra con recursos de menor costo, pero tan efectivos como los de la guerra convencional y se trata del manejo de información para el conocimiento de nuestras potencialidades ofensivas, cuando un pueblo hecho millones se apropia y sabe usar su inteligencia con información pertinente es infalible ante incluso un enemigo que lo supera en armas, ese es el mismo sujeto pueblo que se organiza, articula y moviliza de manera preventiva y ofensiva, capaz de abastecer logísticamente a su ejército y de diseñar estrategias efectivas, dado el conocimiento del terreno o la geografía en su hábitat natural.
La inteligencia social como componente de la paz cognitiva es cuando un pueblo de manera colectiva es capaz de procesar información de manera crítica y consciente en función de la realidad, de la verdad, recuperar y gestionar información para la transformación social que tribute al desarrollo de sus capacidades defensivas, productivas y, por tanto, a su seguridad social, incluyendo la alimentaria, sin necesidad de esperar dádivas del Estado; al contrario, fortalece la capacidad logística institucional en los ámbitos civil y militar, dadas sus propias dinámicas de organización, movilidad y comunicación.
Un pueblo que aplique la paz cognitiva es sujeto histórico de armonía y tranquilidad, es capaz de discernir y resistir la manipulación mediática negativa, la propaganda engañosa de guerra y generar ámbitos de seguridad y capacidad para suplir apoyo con recursos materiales y humanos en caso de contingencias de orden militar, de desastres climatológicos u otro tipo de tragedias naturales.
A pesar de la fuerte tendencia guerrerista de posicionar algoritmos en las redes sociales para engañar y usar fuentes no confiables que son utilizadas para confundir, la paz cognitiva tiene un ámbito histórico que da cuenta de valoraciones moralizantes del pasado de luchas y victorias de los pueblos que permiten afianzar la soberanía y la identidad cultural, la defensa y preservación territorial y, sobre todo, consolidar el espíritu revolucionario de la Independencia y la libertad como máximas éticas bolivarianas.
Aldemaro Barrios Romero