Punto y seguimos | Naciones ¿Unidas?
30/09/2025.- El octogésimo período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas ha dejado en evidencia la calidad general de los liderazgos del mundo, ofreciendo una vista llena de debilidades políticas, discursivas y hasta morales. Sin ningún reparo, en el estrado de la máxima conferencia acordada por la humanidad, presidentes y funcionarios de alto rango han escupido sobre la dignidad de otros pueblos, defendiendo abiertamente supuestas superioridades, genocidios y hasta atreviéndose a predecir la “ida al carajo” de naciones que no siguen sus propias orientaciones.
Los discursos de Donald Trump o Benjamin Netanyahu, por ejemplo, además de nefastos en sí mismos, representan la impunidad. La enervante falta de normas y sanciones sobre aquellos que violan los acuerdos comunes de convivencia en este mundo. La ONU, aun con todos sus problemas estructurales, sigue siendo el espacio más logrado de diálogo internacional que se haya conseguido; sin embargo, su incapacidad de transformación y autocrítica en 80 años pasa una factura que pagamos todos. La organización no ha querido, sabido y/o podido adaptarse a los cambios y mucho menos anticiparse a las amenazas a la paz. La mera existencia de un Consejo de Seguridad con derecho a veto bien lo retrata. Ningún ente que ofrezca privilegios a una ínfima cantidad de sus integrantes puede garantizar un mínimo de justicia o equidad. Sobre todo, cuando esos miembros son las naciones que concentran el poder económico y los ejércitos y armas más poderosos.
¿Qué ocurre cuando, luego de un largo periodo de relativa paz, esas naciones entran en un nuevo ciclo de reajuste de poderes y posiciones? Pues lo que atestiguamos, un retroceso a la vieja premisa de la imposición del más fuerte. Cualquier esfuerzo de equidad institucional se diluye, porque se construyó como un castillo sin defensas, solo para la decoración. La ONU no creó mecanismos de autodefensa de sus propios valores, solo se mantuvo en su formación original de posguerra, garantizando así, no la paz, sino que, en próximos conflictos, los más débiles apenas contaran con palabras y papeles a su favor, cuchillos cuando los grandes jugadores hablan de armas nucleares.
El atril de la Asamblea General fue transparente. Todos hablan, desde un Petro que les dice a EE. UU. e Israel que no son el pueblo elegido de Dios mientras llama a la defensa armada de Palestina, hasta Netanyahu, el mismo perpetrador del genocidio contra un Estado que muchos de los países de la organización se niegan siquiera a reconocer, uno al que la mayoría defiende, pero que uno solo veta, garantizando así que sigan siendo bombardeados mientras sus verdugos sueñan con proyectos inmobiliarios.
Hablan los jefes de una Europa decadente y sumisa, lejana a la vieja gloria de los creadores del pensamiento occidental; hablan los desunidos latinoamericanos, divididos entre seguir al patrón del barrio o recordar que somos el único continente de libertadores (solo uno, valga decir); hablan los africanos, apenas oídos entre sí, y hablan los asiáticos, con su poder de millones latente, pero sin ruidos. En la ONU hablan todos, sí. Pero mandan 5. Y esa será siempre una gran amenaza para el bien de la humanidad.
Mariel Carrillo García