Estoy almado | Otra vez las opciones de Trump
05/10/2025.- La idea de que nos invadan militarmente fue introducida por primera vez en el mainstream del Partido Republicano de Estados Unidos por María Machado y varios de sus correligionarios extremistas que viven afuera de traficar con la “libertad” y la “democracia” para Venezuela. Lo que pasa es que en esa época, Machado era la marginada de la facción opositora (el llamado G4: AD, Voluntad Popular, UNT y PJ) que recibía exclusiva atención y fondos millonarios de EE. UU. Y lo que ella dijera era gramínea seca, igual que ahora, pero sin el apoyo gringo.
Sin embargo, ella es recordada por su obsesión de pedir la invasión para nuestro país cada vez que hablaba con un funcionario gringo. De hecho, convenció a Gustavo Tarre, ficticio diplomático del interinato de Guaidó en la OEA, para que hiciera lo indecible para convencer a los republicanos. Él invocó con maniqueísmo los principios del vetusto TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca). Machado mencionó este tratado varias veces en sus delirantes discursos públicos. Incluso, lo propuso con vehemencia cuando en el 2019, EE. UU., usando de títere a Guaidó, promovía en la frontera colombo-venezolana una invasión disfrazada de “ayuda humanitaria”.
La propuesta empezó a tomar fuerza cuando los halcones del primer gobierno de Trump empezaron a frustrarse con las fallidas acciones desestabilizadoras para derrocar a Maduro. John Bolton, exasesor de seguridad nacional de Trump, empezó a hablar de que “todas las opciones estaban sobre la mesa”, cuando periodistas en suelo norteamericano, deseosos de que ocurriera una desgracia en Venezuela, le insistían sobre la posibilidad de una invasión militar a nuestro país. Una vez, previo a una de sus conferencias bélicas, Bolton dejó a la vista de las cámaras una página de su libreta con una anotación suya que decía: “5.000 militares a Colombia”. Eran 500 menos que los 4.500 marines que están ahora desplegados en el Caribe amenazando a Venezuela y a la región.
En aquel entonces, para tantear el clima, un inexperto presidente Trump asomó en tono de “broma” la propuesta de una invasión en una reunión privada, que luego convenientemente fue filtrada a medios antivenezolanos. El resultado fue una profusa difusión de narrativas para justificar un baño de sangre en Venezuela mediante una intervención. El mundillo de la oposición extremista empezó a hablar de ello, como la panacea antichavista.
Pero la opción fue rechazada; primero, por el propio Bolsonaro, admirador empedernido de Trump y entonces presidente de Brasil, considerado el más “fascista” de los presidentes de derecha que gobernaban la región. Luego se negaron varios países del extinto Grupo de Lima, salvo el entonces presidente colombiano Iván Duque, quien en privado prestaba su territorio para que nos invadieran.
Con este segundo gobierno de Trump, lo que era una propuesta esquizofrénica de extremistas, tanto por aquí como por allá, cuajó en el caldo de ideas supremacistas de los halcones que dirigen hoy la Casa Blanca. Ahora son la sumisa primera ministra de Trinidad y Tobago y el nefasto presidente de Guyana quienes presentan sus mares para la invasión, creyendo que el dinero que reciben de la ExxonMobil los salvará de consecuencias catastróficas de concretarse una hipotética operación militar por estos lares. Eso es escupir para arriba, dicen en mi pueblo.
En la actualidad, un Trump sedicioso contra el multilateralismo y el derecho internacional trasladó una millonaria movilización de guerra al Caribe. Activó la vieja tesis de acusar a Venezuela de narco-Estado, sabiendo que su problema de la droga en EE. UU. reside dentro del propio EE. UU., el país con la tasa más alta de consumo de drogas en el mundo.
Pese a la mentira flagrante sobre la cual navega el desproporcionado despliegue militar, el Pentágono ya activó la narrativa. Ahora les faltaba el incidente para justificar la agresión. Y vaya que jugaron con fuego: desde un destructor de guerra en el Caribe enviaron 18 militares armados hasta los dientes, con armas largas, para ocupar una pequeña e inofensiva embarcación atunera durante ocho horas, en aguas pertenecientes a la Zona Económica Exclusiva de Venezuela. Sin duda, fue una de las provocaciones más graves de EE. UU. en lo que va de historia republicana venezolana en el siglo XXI. Si el incidente no pasó de ahí, fue gracias a la templanza y paciencia estratégica de la FANB.
El fracaso de esa provocación en altamar fue un punto de inflexión para EE. UU. Y ocurre después de que la narrativa del “narco-Estado” también fue derrotada con la verdad. La ONU, y hasta la DEA, ratifican que Venezuela no es un país relevante en el cultivo, procesamiento y distribución de droga. Por tanto, el despliegue militar gringo no debería hacerse en el Caribe, sino por el Pacífico, por donde es transportada el 80% de la droga producida en Colombia. Es obvio que la intención es otra. En la región nadie cree en esa mala novela hollywoodense.
Ahora, EE. UU. activó la fase de las “opciones”, muy similar a la primera administración de Trump. Esta vez no hizo falta un Bolton. Para más señas: la cadena NBC divulgó que EE. UU. baraja la posibilidad de realizar un ataque “en semanas” dentro del territorio venezolano, mediante drones que dispararían a “líderes y miembros” del inexistente narcotráfico que ellos repiten en su relato.
Aunque la nota de NBC menciona varias alternativas, incluyendo el desarrollo de un diálogo entre los gobiernos de Trump y Maduro, con la intermediación de Richard Grenell, los medios antivenezolanos magnifican la opción del ataque con drones en suelo venezolano. Es lo que profundamente desean. Pero la paz se impondrá, igual como ocurrió con el primer gobierno de Trump. Es cuestión de tiempo.