Palabr(ar)ota | Escribir para leer

24/09/2025.- Se suele ponderar con énfasis la importancia de la lectura como antesala de la escritura, pero pocas veces se defiende lo contrario, es decir, que la escritura sea una invitación a la lectura.

Y, sin embargo, si nos diera por hacer un paralelismo con aquello del huevo o la gallina, quedaría muy claro que la escritura precedió, in illo tempore, a la lectura.

La verdad de Perogrulllo es que no hubo nada que leer hasta que a alguien se le ocurrió registrar sus aventuras como cazador, sea lo que fuese que pretendiera cazar: alimento, cónyuge o la indulgencia de rayos y truenos.

En otras palabras y en principio, solo en principio, no prima la lectura sobre el impulso de escribir.

El entorno cultural provee a todo ser humano con experiencias y conocimientos suficientes como para que se sienta impulsado a representarlos en alguna forma de escritura.

¿Tiene sentido, entonces, separar la escritura de la lectura? Pues no.

Lo que tiene sentido es considerar la escritura como una forma eficiente de conducir a la lectura.

Los talleres de promoción de la lectura suelen enfocarse en un catálogo de textos que se desea que los participantes lean, con la esperanza de que eso los "enganche" y en lo sucesivo continúen por ese camino de forma autónoma y, en el más deseable de los casos, esa misma experiencia lectora los conduzca a la escritura.

Aquí cabe preguntarse: ¿se puede ser un buen lector sin que la experiencia termine en la escritura? Sí. ¿Se puede ser escritor sin la práctica constante de la lectura? No.

Los testimonios sobre esto último abundan.

Para Jorge Luis Borges, por ejemplo, "Escribir es, en el fondo, un acto de lectura profunda; al inventar laberintos, uno debe recorrer los de los otros autores para no perderse."

Joan Didion: "Escribir es un acto de descubrimiento; a veces no sabes realmente lo que piensas hasta que lo pones en palabras."

Stephen King: "La escritura actúa como un puente que intensifica la lectura."

García Márquez: "Escribir me obligó a leer a Faulkner, a Kafka, a los cronistas españoles —no por placer ocioso, sino para robarles técnicas y voces."

No es posible, pues, escribir sin ser un crítico feroz de lo que uno mismo escribe; y el repositorio que guarda todo lo que un escritor novel requiere está en los textos de otros escritores. No le quedará más remedio que dirigirse a ellos en la búsqueda de, como dice García Márquez, "técnicas y voces".

Todo lo anterior funciona no solo para escritores "profesionales"; ni siquiera se restringe al área de la literatura.

El mismo afán por la lectura es de esperar en todos aquellos que practiquen la escritura, incluso en etapas iniciales o básicas.

Eso es así porque la escritura es un proceso siempre activo, en tanto que la lectura puede practicarse de forma pasiva, aunque nunca deje de enriquecernos.

Al leer, nos enfrentamos a un inventario de palabras y de pensamientos que recibimos ya organizados; cuando escribimos, nos vemos obligados a elegir y ordenar las palabras necesarias para expresar un pensamiento que hay que organizar en simultáneo con el lenguaje.

 

Cósimo Mandrillo


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