Aquí les cuento | "Neeery" (I)

19/09/2025.- —¡Ni un solo embuste más! —sentenció el jefe civil de la ciudad, cuando tomó la decisión de mandar a apresar a Nery Vega.

Eran cinco los robustos policías con que contaba la comisaría para hacer efectiva la aprehensión de aquel incomprendido fabulador cuyo único delito era provocar las risas, a veces incontrolables, de la audiencia que se reunía en las plazas a escuchar sus ocurrencias y aventuras.

En el ordenamiento jurídico vigente en aquella extraña república, estaba expresamente sancionada la mentira. Rezaba en el artículo correspondiente la siguiente sentencia:

Todo fabulador, mentiroso, cachero, inventador de especies escritas o verbalizadas, tendrá que someterse al suplicio del garrote vil. Opcionalmente, ofrendar la mitad de su lengua, que será seccionada por el verdugo con la navaja de castrar los cerdos del reclusorio, o purgar reclusión, por tiempo proporcional dictaminado por el juez de la causa.

—¡Arresten a ese embustero de Nery y lo encierran para mañana mismo llevarlo ante el juez! —ordenó el jefe civil.

Los cinco agentes no tuvieron el valor de acercársele siquiera a Nery Vega. Ellos también habían crecido escuchando sus cuentos y sabían de qué era capaz aquel hombre, que, con sus manos, podía arrancar un árbol de la tierra.

Nery no usaba armas para cazar, porque con una piedra, lanzada por sus manos, derribaba cualquier animal que eligiera como presa.

Era famosa la hazaña recordada de cuando había detenido, con un puñetazo en la frente, al elefante que destruyó el circo Razzore y escapó, destrozando todos los automóviles que circulaban por la concurrida avenida La Paz de la ciudad.

La mañana de hacerlo preso, los policías tenían mucho miedo de acercársele.

Con un megáfono, le hablaron desde la esquina que daba a la panadería en la que Nery tomaba su acostumbrado café.

—¡Nery, tú sabes que nosotros somos tus amigos! Entrégate, que te llevaremos con mucho cuidado ante el juez. Es posible que te rebaje la pena a la mitad, si no complicas tu comparecencia. Mira, es posible que te baje aunque sea el uno por ciento de la pena, lo que quiere decir que, del total de los años de presidio, pagarías solamente el noventa y nueve por ciento.

Aquel anuncio numérico —que de números y porcentajes, Nery nada conocía— le llamó la atención y, con su habitual sonrisa, decidió entregarse, con la única condición de que le permitieran llevarse sus perros con él a la cárcel.

El protocolo de la aprehensión incluía que le colocaran las esposas al reo, pero el solo nombre de aquel objeto espantaba a Nery, dado que lo único que no quiso tener jamás en su vida fue una esposa, aunque se tratara de esas metálicas. Además, las muñecas de Nery eran tan fuertes y gruesas que ninguna esposa diseñada alcanzaría a abrazarlas.

—¡Quédense quietos! —les dijo a los agentes—. Yo iré por mi propio paso hasta la cárcel a esperar la sentencia.

Así ocurrió. Nery acudió tranquilo y manso hasta el reclusorio y ante el juez, quien, luego de analizar el expediente, lo declaró culpable y lo sentenció a purgar condena por noventa y nueve años.

El defensor público hizo una memorable defensa del singular reo. Logró sensibilizar al jurado, lo que condujo a que el justo juez le rebajara el uno por ciento de la pena total de encierro.

En números, eso significa que si el 100% de la pena son 99 años, y estos se multiplican por 365 días de cada año, da como resultado 36.135 días (treinta y seis mil ciento treinta y cinco días).

La consideración del juez de rebajarle el uno por ciento de la pena a Nery Vega condujo a la purga definitiva de 361,35 días, que, traducido, significa trescientos sesenta y un días, con 35,4, lo que suma 8 horas con 24 minutos.

La cuenta de condena que Nery purgaría en la cárcel sumaría 35.773,65 días, lo que significa 89 años y una hora.

"Caramba, eso era mucho tiempo para Nery. Además, no le permitieron llevar a sus perros. ¿Quién se los cuidaría?", se preguntaban.

Hubo una conmoción en la ciudad por la noticia de la sentencia. El pueblo perdería a su principal fabulador, a pesar de que en las proximidades del juzgado se hizo una gran manifestación de apoyo de miles de personas. Lo recuerdo y me dan ganas de llorar. Aquel gentío estaba gritando: “¡Nery, amigo, el pueblo está contigo!”, pero de nada valió el grito del pueblo. El hombre fue encarcelado.

Ese primer día, el reo solicitó al alcalde que le cumplieran el ofrecimiento de llevar sus perros hasta la cárcel. Eran cuarenta y ocho los perros que habían quedado en la casa.

—Un día de estos... —fue la respuesta del jefe del penal, mientras dejaba escapar el humo del tabaco entre el poblado bigote que ocultaba su boca.

Sería otro el destino de los perros...

 

Aquiles Silva


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