Pluma acústica | Víctor Cuica: música y cine con sabor a Caracas

18/09/2025.- Víctor Cuica era uno de esos músicos caraqueños de los que, con frecuencia, se hablaba en mi casa. Él fue vecino de mi familia por muchos años, en la zona norte del cuartel San Carlos, entre las desaparecidas esquinas de Macuro a Jabonería. Precisamente, el cuento que más se relataba era el que hablaba del caso del túnel que hicieron, en 1975, 23 presos que se encontraban en el cuartel para poder escapar, el cual desembocó en la sala de la casa donde vivía Víctor. Luego, haciendo mis propias investigaciones, descubrí que aquel evento fue determinante en la carrera artística de Cuica.

Víctor era un caraqueño de pura cepa, nacido en La Candelaria y criado entre las parroquias de San José y La Pastora. Su pasión por la música lo acompañó desde que era un bebé. Apenas se podía parar, pero brincaba de emoción cuando sonaba la música en el viejo radio de su abuela, o cuando lo sacaban a la plaza Candelaria para que escuchara el himno nacional. Fue justamente su abuela quien sembró la semilla musical en aquel niño. Ella les cantaba a él y a sus hermanas canciones folclóricas mientras charrasqueaba una hoja de papel o un pedazo de cartón simulando tocar un cuatro.

Su padre, al principio, no estaba muy de acuerdo con que se dedicase a la música. A Víctor le encantaba la percusión; siempre estaba tocando sobre cualquier superficie. Su progenitor le decía: "Si te vas a dedicar a la música, no lo hagas con la percusión. Todos los negros tocamos tambor y ahí no vas a ser especial. Mejor dedícate al piano, la guitarra, el clarinete o el saxofón". Entonces, Víctor, de catorce años de edad, le pidió que lo inscribiese en la Escuela de Músicos Militares, en el estado Aragua. Su padre lo complació, pero el instrumento que le asignaron en la banda fue el bombo. Así que cuando la familia lo visitaba, él pedía prestado el saxofón a su amigo César Contreras para impresionarlos. Contreras le enseñó lo básico. Así comenzó a sacarle notas a aquel instrumento que definiría su carrera profesional y su vida personal.

 

El nacimiento de una pasión

Al salir graduado de la Escuela de Músicos Militares, se incorporó al batallón Caracas y luego a la Banda Marcial de la Armada. Cierto día, llegó de visita a Venezuela un buque de la Armada norteamericana. Fueron recibidos con música de la Banda Marcial de la Armada de Venezuela. Los músicos de la banda de guerra del barco también ejecutaron un repertorio, que incluía mucho jazz. Fue en ese momento cuando Víctor descubrió su verdadera pasión musical. Aquella música le llegó hasta lo profundo de su ser. Comenzó a investigar sobre el jazz y compró su primer disco del género, uno del saxofonista Paul Gonsalves, convirtiéndose en el primero de su gran colección.

Al dejar la Banda Marcial de la Armada, se incorporó a la Sonora Venezuela y fundó el Gran Combo de Venezuela. La Sonora Venezuela era una agrupación conformada por invidentes, por lo que para participar con ellos debía usar lentes oscuros y un bastón. Por esa época, comenzó a tocar con el legendario pianista peruano Cholo Ortiz, quien fue para él un gran maestro de improvisación jazzística. Otros mentores fueron Rafael Velásquez, Salvador Soteldo, el Pavo Frank, Tony Monserrat y el gran Gerry Weil. Además, estudió flauta clásica y canto lírico en la Escuela Superior de Música. Sin embargo, no todo era jazz y canto lírico; también tocaba con la Sexta Sinfonía, una banda de rock que fusionaba este género con la cumbia.

 

Incursión en el séptimo arte

Mientras todo esto ocurría, le tocó vivir una experiencia muy desagradable: el 18 de enero de 1975, 23 presos políticos se fugaron del cuartel San Carlos por un túnel que excavaron y que tenía su punto de salida en la sala de la casa de Víctor, quien vivía muy cerca del cuartel. Fue preso, pero salió poco tiempo después al no poder demostrarse su participación en el hecho. Esa experiencia lo hizo reflexionar sobre su futuro y comienza a trabajar con el pianista Oscar "el Negro" Maggi y crean el grupo Macoya. Por esa misma época, por medio de amigos que lo ayudaron a salir de aquel embrollo, comienza a trabajar en películas de cine y más adelante en la televisión.

Su primera participación importante en el cine fue en la película Soy un delincuente de Clemente de la Cerda. Allí tuvo asignado un papel secundario como policía. El primer filme que protagonizó fue Se solicita muchacha de buena presencia y motorizado con moto propia de Alfredo Anzola. Antes de eso, ya había tenido cierta cercanía con el séptimo arte, porque su amigo William Moreno, cineasta, iba a casa de Víctor a repasar los libretos con él. En una oportunidad, la esposa de William lo invitó a participar en una película como extra y fue ahí cuando realmente comenzó su prolífica carrera actoral.

Víctor Cuica no solo participó en innumerable cantidad de películas como extra, figurante y protagonista, sino que también realizó las bandas sonoras de otras tantas. También incursionó en la televisión grabando telenovelas y formando parte del elenco de Radio Rochela, además de haber sido músico de planta de diferentes canales.

 

Artista consagrado

Su legado también se refleja en su discografía, que incluye álbumes como Que sea para siempre, de 1983; Noctámbulo, de 1993, y Los locos de Caracas, del año 2000. A lo largo de su carrera, participó en importantes festivales de jazz a nivel nacional e internacional, alternando con figuras de la talla de Lionel Hampton y Paco de Lucía. En 1985, Cuica y su grupo fueron la primera formación venezolana en ser invitada a tocar en el prestigioso Festival Internacional de Jazz de Montreal. Su influencia no solo se limitó a su maestría técnica, sino también a su habilidad para nutrirse de la rica musicalidad venezolana y fusionarla con el jazz. Siempre se destacó por su capacidad para improvisar y para darle a cada interpretación un toque personal e inconfundible.

Sin embargo, su mayor contribución fue su capacidad para hacer del jazz un género más accesible y cercano para el público venezolano. Su figura es sinónimo de una época dorada de la vida nocturna caraqueña, de locales emblemáticos como el Juan Sebastian Bar, donde se convirtió en el anfitrión de interminables noches de buena música. Con su saxofón no solo tocó notas musicales, sino que también tocó el alma de los amantes de la buena música hecha en casa. Víctor cambió de plano en 2020, pero siguen con nosotros su genio, su versatilidad artística y su amor por el jazz y por su natal Caracas.

 

Kike Gavilán


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