Un mundo accesible | Esperanza

Los intrigantes indicios de una naturaleza fuerte que trasciende toda estancia sumisa

14/09/2025.- Existe una disciplina que orienta nuestro espíritu hacia el impreciso e intrigante futuro, un poder categórico que está más allá de las circunstancias atenuantes y que se encuentra en abierta oposición hacia la sumisión, la pusilanimidad o cualquier acto que esté en relación con la cortedad o el encogimiento de nuestras almas, nuestros sueños, nuestras aspiraciones y nuestras virtudes.

Las adversidades con las cuales me he medido desde que era apenas niña y que muchas veces amenazaron mi propia existencia me enseñaron que la preocupación puede ser un abismo pasivo y redundante, mientras que este no se vincule a sí mismo con la acción, sin importar si esta proviene de la fe, de la determinación de un individuo solitario y escéptico o de las muchas formas en las cuales el amor se da a conocer en nuestro camino.

Claramente, no se trata de una certeza de que todo saldrá de acuerdo a lo planeado, pero sí hablamos de una decisión que está directamente ligada con la convicción, la resolución y la constancia. Una suma de virtudes que tienden una mano amiga en tiempos donde la supervivencia nos azota con sus incontables vicisitudes.

Se trata, pues, de optar por una elección y renunciar a otra: nos alejamos de cualquier atisbo de autocompasión o de autoindulgencia para acercarnos a un camino lleno de enfrentamientos dudosos. Hablando desde mi perspectiva más íntima, el panorama no podría resultar más alegórico a una guerra o a una especie de conquista en donde cada batalla se libra a sabiendas de que nuestro desafío se alimenta de una filosofía que consiste en vencer o morir en el intento.

Para los ojos de grandes multitudes, la esperanza puede resultar una niñería, una fábula simplista o una interpretación engañosa que nos permite conciliar el sueño. Sin embargo, desde mi perspectiva, es posible tener esperanza en un mejor mañana, incluso si se está o no consciente de ello. No se requiere renunciar a la racionalidad ni a la sensatez, ni mucho menos cerrar los ojos ante realidades difíciles; me refiero, por lo tanto, a hacer uso del pensamiento crítico para nuestro propio beneficio, con paciencia y sabiduría. En pocas palabras, estimado lector, en esta ocasión verso sobre abrir los ojos ante un panorama que no necesariamente podemos cambiar y aun así reconocer que existe una posibilidad, por mínima que sea, de que vale la pena cultivar el esfuerzo en lugar de la renuncia. Reclamar lo que se nos ha otorgado sin previa consulta y que aun así atesoramos con un solemne vigor: estoy hablando, por supuesto, de la vida en sí misma.

No defiendo el intento de una vaga inclinación que algunos llaman esperanza, pero que solo se cultiva con perfidia, cual fuente inagotable de engaños, de mentiras o de falsedades. Respaldo, ante todo, una perspectiva que hace uso consciente de la razón humana y que se opone a dejar este mundo sin antes haber luchado por él.

Afrontando así la desesperación, procurando un cambio audaz y un bien tanto personal como colectivo, un fundamento lo suficientemente coherente como para optar por una acción tan resiliente como solidaria. Un valor, tan infravalorado como necesitado, una iniciativa que no conoce de idiomas, nacionalidades o fronteras y que constituye el pilar de lo que hoy conocemos como una civilización.

Si has llegado hasta acá, probablemente has pasado por silencios, por caídas y por desafíos que en algún momento parecían insuperables. Pero sigues en pie, y aunque no todas tus sonrisas hayan reflejado tu verdadero sentir, es claro que dejan en evidencia tu capacidad de empatizar, de amar, de vivir con pasión y de demostrar con bondad cuánta atención ponemos en quienes nos rodean. La esperanza nos lleva a conectar con la comunidad en lugar de aislarnos en nosotros mismos, nos otorga un propósito activista, prolífico e intelectual. Una misión sumamente gloriosa y humana, pese a las adversidades (o quizás gracias a ellas).

La verdadera esperanza consiste en una fortaleza proyectiva que mira más allá de la desesperación del momento presente y que lucha por el desenlace de aspectos que superan nuestro entendimiento. No responde a circunstancias inmediatas, pero sí proporciona un sentido a la adversidad y repercute a perpetuidad en nuestro espíritu. No se trata de negar los panoramas tortuosos, sino de afrontarlos con valentía. Su trascendencia va más allá de lo que algunos llamarían una postura optimista. La verdadera esperanza no cierra nuestros ojos: los abre ante un sinfín de nuevas posibilidades. Incluso, la historia nos demuestra que la humanidad vincula la esperanza con la autopreservación y con cierta visión de madurez intelectual y colectiva.

Pues, es de valientes y de minorías el continuar disputando un mejor futuro cuando el momento presente es causa de gran inconformidad y de desaliento. Comprender en qué se basan las auténticas raíces de tal virtud implican no doblegarse ante la sumisión, pues la misma demanda a gritos que sus servidores sean capaces de llevar a cabo una acción alerta ante lo que aún puede estar por nacer; en otras palabras, todo se reduce a emprender una búsqueda activa de dirección y de soluciones hacia un mejor mañana que pudiese estar eclipsado por el momento más inmediato.

Solo los individuos más resilientes son capaces de mantener su carácter y de dar su mayor esfuerzo cuando la duda y la oscuridad llaman a su puerta y, en lugar de esconderse, se miden a sí mismos frente al enemigo, y con una voluntad férrea y plausible deciden desafiarlo sin importar cuán imposible parezca. Quienes me conocen, saben que hoy me adueñé de un grito de guerra tan íntimo como solidario, dicho grito lo he cultivado mediante mis propias esperanzas e incontables tropiezos: “El futuro es accesible”.

Angélica Esther Ramírez Gómez

 

 

 

 

 


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