Tejer con la palabra | “Ama de Casa”
Lo que queda de los naufragios (Primera parte)
En mi casa
el viento se ha llevado
la enredadera.
Wafi Salih
03/09/2025.- Carmen Lovissoni es una poeta de Carora, uno de los versos del único libro de poesía que escribió, Perfume de brassier, despertó en mí esa herida de ser mujer y escritora, Carmen nunca se percibió artista, aunque pintaba incansablemente, y su casa fue refugio, punto de encuentro y promoción de artistas. El verso al que me refiero es: “No hay poesía en el remiendo de una media”. Sus poemas son un viaje entre olores, texturas, sabores, elementos de la cotidianidad que atan a la mujer a los enseres, a las rutinas, muchas veces odiosas por repetitivas y carcelarias, impositivas, tarea de mujer: ama de casa.
Justo, ese último es el título de libro que me ocupa, obra de Yurimia Boscán. Desde mi admiración por sus letras y su quehacer literario, como promotora del libro, incansable acompañante de los procesos creativos de jóvenes y no tan jóvenes, espero estar a la altura de sus letras y de esa voz que no solo canta con la guitarra baladas y otros géneros, también lo hace sobre el papel, derrochando la noche de sus versos, la luz de su labrada poesía.
El título de “ama de casa” o “señora” se desliza por el léxico diario, una designación aparentemente inocua para aquellas mujeres cuyo trabajo principal, para todas lo es, aun siendo profesionales, el hacer del hogar habitable, limpio, y la comida preparada, ropa limpia, sostienen esas infraestructuras íntimas donde las familias anidan. Pero esta designación, que se da con fingida libertad, encierra una clasificación, una valoración tácita. La sociedad, con su lente evaluador, juzga a las mujeres por la pulcritud de sus cuartos, la nutrición de su familia, la rendición en los estudios de los hijos, y las mascotas, y hasta la satisfacción del esposo. Es un festival doméstico donde la corona se ciñe a la “reina del Desfile de las Rosas” del hogar, una incongruencia silente donde la competencia se da en el espacio más privado. Y ella, que somos nosotras, amas de casa, nos oímos en este otro poema de Yurimia: Una mujer está en casa / ama desde la llama / de la cocina humeante / Desde el territorio esquivo / del mejor detergente / y la ropa limpia para el otro / Una mujer está en casa / casi nadie puede verla.
La casa. Ese intrincado laberinto de lo cotidiano sirve de motivo para su escritura, en sus cuartos y cocina podemos distinguir a poetas como: Ana Enriqueta Terán, Indira Carpio, María Auxiliadora Chirinos, Rosicler Aiken, Ana Enriqueta Terán, María Calcaño, Edy Barboza y muchas otras que indirecta o directamente refieren los espacios de lo íntimo, los rincones de ese hábitat que guarda silencios y esperas, lágrimas y risas, que se ha denominado el reino de las mujeres, triste dominio sobre lo inanimado, cucharas y cubiertos, el color de las cortinas, el lugar de los muebles. Este verso de ironía manifiesta del poemario En la casa de mi clóset, afirma lo que Sara Ahmed expresa en uno de sus libros, que la idea de vida soportable da a entender que las condiciones de vida implican cierta relación con el sufrimiento, con “aquello” que una vida debe enfrentar. Es soportable aquella vida que no llega a verse amenazada por las adversidades que se ve obligada a enfrentar, ya sea en términos de sus crudas condiciones de existencia o en su propio sentido de objetivo, dirección y propósito.
Tenemos las mujeres un propósito más allá de nuestras entregas a las labores del hogar, al cuidado de los otros, a la gravitación permanente en los conflictos domésticos. En la mayoría de los casos existe esa meta, ese querernos destacar en algo en el campo de lo público, pero casi siempre en segundo plano, o como los caracoles llevando la casa a cuestas. En un verso de Yurimia: “La casa, mi bocacalle más ancha”, nos lo hace saber nuestra autora. En el engranaje de las sociedades capitalistas avanzadas se crea una escisión, un abismo entre el mundo de la familia y el mundo del trabajo. La mujer que cumple, voluntaria o involuntariamente, la función de madre y esposa, queda relegada a un plano distinto de la mujer que ejerce un trabajo asalariado. Sin embargo, la voz que emerge de estas páginas nos recuerda, con una lucidez inquebrantable, que el ama de casa no es menor.
Es difícil renunciar a la idea que nos hacemos de nuestra propia vida, más cuando la hemos vivido según los dictados de esa idea. El reconocimiento de la pérdida acaso traiga consigo la voluntad de experimentar una intensificación de la tristeza que hasta ese momento se había visto pospuesta por la esperanza.
—Nos comparte Sara Ahmed. Y nos ratifican los poemas de Boscán.
La idea de vida soportable da a entender que las condiciones de vida implican ciertas alianzas con el sufrimiento, con “aquello” que una, como mujer, debe enfrentar. Lo comenta en un análisis anterior a este intento mío, Tomás Martínez Sancho:
La vida aparece agotada, gastada, en las cosas más cotidianas de la labor del ama de casa. [El cansancio] es un poema logrado que ahonda en la vida hecha refrito, simulacro, en un juego de intercambios entre cena y vida de la mujer. El cansancio de la mujer se atribuye a la cena; el cuerpo flotando de la mujer es referido a los restos de comida hechos cena; la comida refrita, es la vida refrita; finalmente, el simulacro de comida es simulacro de vida. El cansancio de la cena.
Es soportable aquella vida que no llega a verse amenazada por las adversidades que se ve obligada a enfrentar, ya sea en términos de sus crudas condiciones de existencia o en su propio sentido de objetivo, dirección y propósito. Nos hace saber nuestra autora en estas líneas: “Extraño en mí / sensual amante del weekend / Aquella que habitaba el cuerpo Salsa y jazz neón / La he visto deambular por esta casa / convertida en sudario / de ollas y recuerdos.
El cansancio de la cena, el cuerpo orbitando en la comodidad de lo sobrante, la cena como el eterno dilema del “re-frito”, el ejercicio de poner sobre la hornilla. La casa es un camino largo que se detiene en la puerta de un horno, se consume en un fuego lento y aprisiona las fibras hondas de la casa que es el cuerpo, ese cuerpo casa, y sus goteras. Ella es un retazo cosido de la abuela, pañitos, mecedora, un susurro repiqueteando en la lluvia como un salmo. La casa, una siniestra ostentación, su máscara y su piso, una excusa. Tomo del texto de Tomás un poema de Lydda Franco Farías, que él refiere y que hermana esta sensación que nos transmite Yurimia en Bienvenido a casa, poema del libro Una:
(Bienvenido a casa / donde ningún fulgor nos hace / volver la cabeza / mientras el horno crepita / y hay dolor de manteles no es tan fácil / recoger una a una / las migajas / lo que jamás seremos quizás por eso / después de brindarte / la mejor de las sonrisas / cuerpo de lava avasallante / nos amamos detrás de los armarios / debajo de la cama / después veremos / cómo llenar este vacío / de fin de mundo.
Se despliega en susurros y ecos, donde la figura del “ama de casa” se teje con hilos de invisibilidad y no solo por un trabajo sin remuneración económica, también por la entrega de tiempo y oportunidades individuales desaprovechadas, bien sea para el ocio, recreación o simplemente “mirar el techo”, que es mi forma de manifestar el apropiamiento de nuestra individualidad. Poder tener el espacio o tiempo para pensar, sin tener las manos ocupadas pelando papas o atendiendo las necesidades de otro. Diría Virginia Wolf, un cuarto propio, que creo es una metáfora, de un lugar privado, pero más que físico, prefiero especular que se refiere a una apropiación de las horas y lo que consideramos se quiere hacer en ellas, y no lo que se debe, según los otros. En boca y letra de Yurimia sobre el papel leemos:
Esperando mi tiempo / endulzo un tango / apurada en los quehaceres / de la cocina y la alquimia / Porque un plato exquisito / es salvarse, a poco. Nuestra poeta, con una sutileza punzante, nos recorre por dentro, este espacio íntimo del sentir compartido, es revelado, las capas de significado que encierra la existencia de la mujer, en una sociedad aún lejos de la paridad y la justicia.
Yurimia Boscán es autora de las siguientes colecciones de versos: Poemas (1983), Ama de casa (2016), Río de hierba (2017), Neón (2018) y Piel que ata (2018). Ha obtenido por ellos varios reconocimientos como el Premio Municipal de Poesía Cecilio Acosta y el Premio de Poesía para la Mujer Ana Enriqueta Terán. Es licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela y magíster en Literatura Latinoamericana; también profesora y periodista. Algo en la personalidad de Yurimia nos dice que su simpatía y encanto personal están fraguados en la alegría, la solidaridad y en un humor cálido del cual provoca estar siempre cerca.
Wafi Salih (@wafisalihreal)
Tejer con la palabra (@tejer_lapalabra)