Palabras... | Molestar a la muerte
28/08/2025.- Naturalmente, tenemos los años contados. Por más que nos apuremos o retardemos, siempre serán los mismos años que nos corresponden por naturaleza. Con plagiar, estar en el lugar, hora y decisión equivocados se pueden acortar los años de vida, o, tal vez, una alimentación sana, sin pobreza, balanceada, sin excesos ni adicciones pudiese alargar las horas contadas. Seguramente, eso depende de la fortaleza genética que heredemos y del contexto que se empodera de la violencia para no darle paz al cuerpo y sus emociones, sumado a una sociedad global que celebra la muerte como si fuera una victoria. Y, vicariamente, enseña que todo amor depende de la economía que lo mantiene, o muere si no se sustenta, incluso separándose, que es una manera de suicidio.
Desde otra perspectiva existencial, la vida sin riesgo no existe, porque vivir es un peligro; ahí la paradoja. Y una existencia sin atrevimiento no la justifica. Similar, las estrellas y la tarde caen, los mares se desbordan, el viento enloquece. ¿Por qué nosotros no debemos acudir a ejercer el derecho que tenemos al asombro?
El obstáculo está en saber a priori cómo y cuándo es posible. ¿O será que no es posible saberlo?
No es igual molestar a la infancia con el riesgo peligroso que implica aventurarse a conocer nuestro hábitat, subirse a un árbol, jugar con una culebra desconocida, perderse si se es capaz de cruzar la esquina, lanzarse a un pozo hecho por la lluvia, meter los dedos en un tomacorriente, atravesar una calle o saltar de un puente en un caballo. Son decisiones espontáneas, propias de la inocencia o desconocimiento de las primeras edades, que nada tienen que ver con la inconsciencia. A veces incontrolables, pueden minimizar el tiempo que naturalmente nos corresponde de vida, pero también hay adolescentes o seres adultos que, inconscientemente, los posesionan actitudes que, desde la distancia, se intuye que se están matando o están por matarse. La adicción, el desenfreno o la insensatez pudiesen estar determinados por factores genéticos, imperiales o la carencia de valores sobre vivir o morir. No de experiencia, porque solo se vive o se muere una vez.
Aquí, la inmadurez o, más profundo, el inconsciente, juegan un papel significativo en torno a molestar a la muerte. En ambos casos, cabe el dicho del pueblo: "Deje quieto lo que está quieto". En este caso, hablamos de morir.
Es razonable pensar que un país como los Estados Unidos pudiese haber incidido en comercializar la pulsión de morir. Thanatos es un concepto psicoanalítico creado por Sigmund Freud, que describe una tendencia inconsciente hacia la autodestrucción y la vuelta al estado irracional, en oposición a la pulsión de vivir (Eros). El Thanatos se manifiesta impulsivamente agresivo y destructivo hacia uno mismo o hacia los demás, buscando desaparecer una incómoda excitación.
El poder imperial tanto ha creado métodos para matar que genéticamente ha deformado los genes colectivos en individualistas, o suicidas, o criminales. Tanto que han puesto de moda el asesinato de niños por los mismos niños en las escuelas. Tanto que han hecho la guerra a medio mundo, y ahora a casi todo el mundo, económicamente, incluyendo arancelar a sus mismos aliados. Dejando pasar, planifican la tragedia y cobran sus consecuencias.
La muerte a manos del imperio es un acto colateral justificable bajo el ardid de que es "en defensa de la seguridad de los Estados Unidos". Los persigue la paranoia como argumento, o legalizan su poder criminal usando el objetivo de la protección de su pueblo, para no decir reino, o la atribución arrogante de declararse vigilante mundial en defensa de sus intereses económicos globales. Nunca jamás ha tenido que ver con un escudo para cuidar la vida de los pueblos, ni siquiera el de ellos mismos.
En síntesis, hay que cuidar la muerte como quien cuida la vida; es un derecho. Molestar la normalidad de su continuidad es propio de una angustia y ansiedad creadas socialmente en la genética, al estilo de la deformación del algoritmo de vivir. Tal vez sea necesario colindar con la sabiduría originaria para sustraer una respuesta a la incógnita de vivir, para qué designio.
Carlos Angulo