Un mundo accesible | El tiempo perdido
27/08/2025.- Tengo la costumbre de sentirme profundamente honrada cuando la vida me da la oportunidad de servir en actividades que me deleitan por su carácter liberador. A veces, me brindan paz y otras, alegría, elevando mi espíritu y aliviando mi continuo desasosiego.
Veo en mi pluma el paso de los años y el andar de mis sueños. Incluso los sueños póstumos han dejado una huella de verdad en esta tierra. Así que observo mi pluma y sonrío, como si hubiese cometido una travesura infantil. He aquí mi propia y más preciada correspondencia, aquella con la que nunca estoy del todo conforme, ni inconforme. En ese misterio, mi gozo es mi musa y mi musa es mi gozo. Las manecillas del reloj parecen detenerse. Podría olvidar mi nombre, el planeta que habito o la inmensidad, y reír entre sueños, inmersa en una ensoñación tan vasta como la naturaleza más excelsa y hermosa de todas; esa misma naturaleza que nos da abrigo, amor y hermosura, y que se llena con visitas de corazones, cada uno diferente del otro.
Hoy, un niño adorable jugaba con hojas otoñales. Ayer, un joven mezquino incendió un roble que había visto más vida que él, pero no le bastó y lo quemó hasta sus cimientos. Por la tarde, unos caballeros canosos jugaron ajedrez. Y desde mi ventana, me sorprendió una niña de corazón colorido que reía, dulce y gentil, entre los pastizales más verdes que se puedan imaginar.
Qué reconfortante es saber, querido hermano, que compartimos el mismo cielo azul. Siempre es tan amplio como para que te acerques y encuentres consuelo en la inmensidad del alba, pues mientras en algunas latitudes unos corren, otros aprecian los atardeceres. Quizás algunos artistas sean afines a mis inclinaciones y disfruten más de la hora del crepúsculo. ¿No es revelador que todos compartamos "los cielos" sin importar desde qué ventana miremos? A mí, particularmente, me llena de humildad, por decir poco.
Quizás la hermandad no se trate solo de hitos o canciones. Quizás el menesteroso mendigo de hoy fue ayer un cosmopolita, ¿o viceversa? ¡Somos demasiado frágiles para un solo giro del destino! Te aseguro algo, querido lector: necesitamos forjar vínculos donde los prejuicios no tengan cabida. Recordemos que en cada mirada se encuentra un niño inocente que quizás huyó de casa, un individuo que ya no recuerda su propio nombre o el profesor que te ayudó a conseguir tu empleo y un día desapareció de repente. Todos tenemos un pasado ¡Nos necesitamos unos a otros! Compartamos, pues, más amor y erradiquemos de nuestras vidas toda insulsa muestra de mezquindad.
Por suerte, la esperanza no requiere de impotencia. Como un río proverbial que "deja atrás sus aguas pasadas", las ambiciones egoístas y los delirios de odio corresponden a una existencia para la que no estamos aptos. Anhelo un futuro previsible, tan cercano que casi puedo tocarlo extendiendo cada pequeña articulación de mi mano. Sé reconocer, pese a mi corta edad, los fulgores del momento. Mi mirada puede compenetrarse con la de cualquiera, pues sé que, tras el ruido de los vidrios rotos, los miramientos y las ostentaciones desaparecen para no volver.
Aprendí que muchos aspectos de la vida jamás regresan. Basta una pequeña aventura para dar el último abrazo o el último beso, y existen quienes se pierden en sus andanzas pasadas mientras la nostalgia los condena al mutismo, pues en el fondo saben que, aunque puedan ser amados, jamás podrán ser comprendidos en la misma medida.
Me pregunto con tristeza cuántos hermanos estarán atrapados en el curso de sus pequeñas —y en un principio, inofensivas— aventuras pasadas. ¿Cuántos años habrán transcurrido desde ellas? Las miradas presurosas e indiferentes son fáciles de leer: en ellas flotan pasiones pisoteadas a diario. Sus dueños son incapaces, en primera instancia, de reconocer que no todo evento está vinculado a ellos y me temo que no hay arte ni misterio en quien no puede ver más allá de su propia nariz.
Aun así, aquel a quien suelen llamar "harapiento" —persona en condición de calle o que pertenece a algún refugio poco seguro— se encuentra extraordinariamente abstraído en un ayer que no volverá. Su propia fisonomía grita el nombre de aquellos días magníficos, si tan solo nos atrevemos a observar. Quizás no los conozcamos y no podamos ayudarlos a todos, pero en ellos encontramos reclusos que no son conscientes de su confinamiento mental. Tal vez te lleves una sorpresa tras una visita desinteresada. Quizás seas el desenlace que se necesita para una larga historia de abandono. Si te sientes intimidado, empieza buscando un pequeño grupo para ayudar.
Una cosa es decirlo y otra es hacerlo, incluso si parezco obvia. Quien no ha revivido su propio pasado —intencionalmente o no, con anhelo o con miseria— debe recordar que el presente a menudo se compone de los despojos y las cenizas de lo que alguna vez fue una "edificación perfecta". Yo aprendí desde lo más profundo de mi ser que, incluso habiendo experimentado esa melancolía en primera persona, no puedo simplemente asumir que comprendo por qué algunos ven pasar su vida entera desde el pasado.
Angélica E. Ramírez Gómez