Aquí les cuento | Cero kilómetro (y III)

22/08/2025.- Jake nos estuvo conversando sobre las ventajas que se nos presentan a las chicas “con talento” que llegábamos al Paradise. Mira que luego de la barra, ordenó la cena en el comedor del hotel y nosotras a esa hora, serían las ocho de la noche, ya teníamos unas cuatro horas de haber llegado, pero el sol todavía estaba por ahí, por los lados de Gramoven y no había oscurecido.

Todo era como un sueño. Luego de la cena, Jake sacó de la bolsa que le había entregado Big John los tres sobres que contenía. Eran sobres comunes como los que se usan cuando uno llega a la oficina de cualquier empresa a solicitar trabajo. Los puso sobre la mesa, al lado de su vaso de vino. Y siguió conversando. Nosotras nos mirábamos las caras ante tanta charla de la anfitriona. Pero bueno, ella era quien sabía cómo es la movida en los yunaites y había que prestarle toda la atención.

La cena estuvo exquisita. Había una carta con todos los platos que servía el restaurante. Estaban escritos en inglés y en español. Pero era lo mismo. Ninguno de los servicios que ofrecían mencionaba bistec a caballo, arroz a la cubana, ni revoltillo de ñema criolla con ají. O un coporo relajao para nuestra compañera de Cabruta. O un lebranche relleno como los que se comen en la costa de Boca de Uchire, Cúpira y Barlovia. De todas formas era lo mismo.

Jake tuvo que explicarnos y traducirnos al idioma de nuestra criolla comprensión lo que nos servirían esa primera noche. Ahí pidió un enorme combo de carnes y pescados, mariscos y mucho pan tostado con ajo. Nos dijo:

—¡Muchachas, pueden comer cuanto quieran porque después, en el gym, botarán todos los excesos y seguirán estando buenas para enfrentar con el pecho en alto los dulces combates que les esperan!

Las tres no le parábamos a lo que decía. Empezamos a comer ya que la viandita que nos dieron en el avión había pasado hace rato a la plataforma de lanzamiento.

A medianoche estuvimos instaladas en aquella confortable habitación. Tres camas, dos baños. Toallas y cremas. Champús y de todo había. Además de un pequeño refrigerador con bebidas de todo tipo.

Jake, al despedirse, nos dijo que podríamos dormir hasta tarde para que nos adaptáramos a la diferencia horaria.

Cada una de las camas tenía una cómoda y una mesita con lámpara y grandes espejos. Al pie de la cama estaba un bolso muy elegante adornado con flores, todos de un mismo diseño pero de diferentes colores. Uno verde manzana, otro marrón y otro azul oscuro. Cada una de nosotras eligió la cama al lado de la cual estaba su color preferido. Hasta eso lo había considerado la organización.

Sobre cada mesita de noche, iluminada por la lamparita que permanecía encendida, Jake colocó un sobre hasta distribuir los tres, extraídos de la bolsa azul que el Big John le entregara antes de marcharse.

Se despidió hasta mañana, no sin antes recomendarnos que descansáramos y que mañana revisarían los bolsos que contenían lo necesario para nuestra permanencia en el país durante los primeros tres meses que duraría nuestra visa turística. Mientras, ella gestionaba el retorno por un tiempo mayor, ajustándonos a los requerimientos y planes que para nosotras tenía previstos la empresa.

No resistimos, una vez que Jake abandonó la habitación nos lanzamos a abrir los bolsos y ahí había de todo. Mucha ropa fina y a la moda. Ropa interior de la que nunca habíamos visto ni en los catálogos de las chamas que fían en el barrio.

Todo tributaba a que nosotras estuviésemos bien trajeadas y no pasáramos por unas simples inmigrantes menesterosas. Además, tendríamos que hacer valer nuestra condición 0K, que valía más que todo el oro del mundo.

Después de intercambiar las prendas de vestir entre nosotras, Clemen, la barloventeña, nos pegó un grito como que si hubiera encontrado una macagua en el bidet.

—¡Chamas, miren esto!

Y mostró el contenido del sobre que acababa de abrir. Había mucho dinero. Las tres contabilizaron aquella porción de billetes verdes de baja denominación que habían recibido como presente de bienvenida de parte de la organización. Cada sobre contenía tres mil dólares americanos, cuidadosamente ordenados: Cien billetes de 10 USD y cien billetes de 20 USD.

Las tres empezaron a saltar sobre las camas, encendieron la televisión y pusieron música de salsa y empezaron a bailar. En eso se mantuvieron por más de una hora hasta que agotaron la última cerveza que había en la neverita de la habitación.

Tanto rebulicio les hizo desarrollar una rasca que les condujo a dormir sobre la alfombra.

Por la pantalla desfilaron todas las estrellas latinas de la salsa, donde no podía faltar Celia Cruz.

¡Azúuuucar!

 

Aquiles Silva

 


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