Punto y seguimos | El deber del lector

19/08/2025.- Los lectores solemos creernos un grupo minoritario y especial. Probablemente provenga del hecho de que la posibilidad de leer, desde el invento del libro como lo conocemos, no ha estado al alcance de todos. En la medida en que la educación se fue masificando, aquello de leer pasó de ser completamente elitesco a un poco menos. Sin embargo, el acceso a los libros continuó siendo, de algún modo, privilegio de quienes pudieran pagarlos, cosa mitigada por la maravillosa existencia de las bibliotecas públicas.

Pero, además del alcance al objeto mismo, hace falta la influencia de alguien o algo más. Es mucha suerte crecer, por ejemplo, en una familia donde leer es una actividad valorada y promovida, vaya, nacer con cierto capital cultural. Otra suerte es contar con maestros y profesores de esos que enseñan, promueven y llevan a sus alumnos al mundo de lectura en vez de alejarlos de la misma. O la de caer en un grupo de amigos o colegas que consideren la actividad como un elemento central de la vida y, por tanto, del relacionamiento social. Incluso, a veces solo hace falta contar con la influencia de una única persona que nos haga conocer un libro cuya historia nos atrape y nos inste a buscar más.

Ser lector es, en ese sentido, el resultado de una confluencia de factores múltiples, que van desde la estructura de la sociedad y nuestra ubicación en la misma, pasando por una cuota de azar y —pongámonos místicos— del destino. Porque aun cuando hacerse lector nazca de la propia voluntad en circunstancias adversas, debe haber un motivo, un deseo, una influencia, una imagen que nos lleva a considerar el leer como un acto beneficioso. Los caminos son tan distintos como lectores hay, pero lo que unifica es el descubrimiento de esa inagotable fuente de placer y estímulo. Quien lee solo obligado por normas o deberes, no es un lector con alma. Más allá del cómo se llega, quienes disfrutan de leer son, en efecto, un grupo particular.

En una época en la que las apariencias y las formas suelen importar más que los fondos, no es de sorprender que sea una moda el posar con libros, promover su compra y almacenamiento, e incluso hacer carreras de lectura (sí, decir que se cumplen unas metas loquísimas de lecturas al año de manera incomprobable). De más está decir que esta no es la esencia de la lectura, se lee por placer, por curiosidad, por la búsqueda de emociones, de luces, y si bien no hay ningún problema en el gusto de armarse una biblioteca o guardar ediciones bonitas, el lector de alma lee como sea y donde sea. Con ejemplares usados, rotos, viejos, nuevos, prestados, propios. En la comodidad del hogar o en medio de los descansos en lugares de trabajo. Con cámaras o sin ellas, registrándolo y mostrándolo o guardándolo para sí. Y, sobre todo, el verdadero lector sabe que debe compartir, que está llamado a ser una de esas personas que el “azar” pone en el camino de otras para hallar la fuente de las letras, la puerta de entrada a otros mundos.

Si se considera un lector, no sea egoísta ni pretencioso, regale libros, hable de ellos, véndalos como la panacea que son. No queremos redes llenas de gente posando con libros, queremos gente leyendo. Que el siglo de la inmediatez no nos prive de uno de los actos más maravillosos jamás creados por el ser humano.

Mariel Carrillo García 

 

 

 


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