Derreflexión | Alimentarse con propósito (primera parte)

Una mirada más allá de las dietas

18/08/2025.- En esta década, el tema de la alimentación está lleno de modas, cifras y etiquetas. Se cuentan las calorías, se siguen planes que prometen resultados inmediatos y se demonizan algunos alimentos. Sin embargo, alimentarse con propósito va mucho más allá de ver los alimentos como combustible o como números por contar. Comer es una experiencia que involucra nuestras emociones, nuestra historia, cultura y modo de estar en el mundo.

Si revisamos brevemente la historia, podremos notar que el acto de comer significa mucho más que sobrevivir y cómo esto ha cambiado con el tiempo. En la prehistoria, el homo habilis y homo erecetus comían, principalmente, para sobrevivir.

Cazaban, recolectaban y compartían el alimento con el grupo para que la tribu pudiese persistir. No obstante, en unos 1,5 millones de años, algo cambió para siempre: aparece el fuego y la cocina que ayudaron a mejorar la digestión de los alimentos y ampliar la variedad. Esto le dio una dimensión cultural a la comida.

Con la domesticación de animales y la agricultura, el alimento adquirió su dimensión ritual; comenzaron los banquetes, las ofrendas a los dioses y las celebraciones. Comer no era solo cubrir una necesidad, sino un acto social y espiritual.

En la actualidad, la comida está hiperdisponible, hay servicios de delivery, supermercados, alimentos ultraprocesados, y el esfuerzo para obtenerla ha desaparecido casi por completo en algunas sociedades. Las opciones son infinitas, pero también se creó una desconexión de lo que suponía el acto de comer.

Ahora se come frente a las pantallas, se come con rapidez y sin conciencia. El acto también se ha convertido un poco más privado y solitario, lo cual no tiene que ser siempre negativo, por supuesto, pero el foco actual se centra en cuantificar la comida, contar calorías, seguir dietas y olvidar el aspecto simbólico, ritual y emocional al comer.

La comida como memoria y emoción

La comida también está conectada a nuestras emociones. Probar un aperitivo puede ser abrir una puerta al pasado; un plato de sopa puede recordarnos nuestra infancia, el pan recién horneado puede llevarnos a las mañanas compartidas con seres amados. Un dulce tiene la fuerza de conectarnos con las celebraciones en familia, y así sucesivamente.

La comida también porta memorias y con cada bocado podemos recordar quiénes fuimos o quiénes somos. Por ello, si elegimos alimentarnos con propósito, estaremos honrando memorias y teniendo presente que la comida también hace la identidad. Lo que comemos, habla de nuestra cultura, de nuestras raíces y de las personas que nos acompañaron en diferentes momentos de nuestra vida.

Cuando negamos la dimensión emocional de la alimentación, la estamos empobreciendo. Si decimos que un alimento está “prohibido” o “permitido” y lo manejamos conforme a estas etiquetas, estamos perdiendo de vista que también en el plato de comida habitan afectos, recuerdos y significados.

Por eso, negar la dimensión emocional de la alimentación es empobrecerla. Cuando etiquetamos un alimento únicamente como “permitido” o “prohibido”, perdemos de vista que en él también habitan recuerdos, afectos y significados.

Isbelia Farías 

 

 

 

 


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