Vitrina de nimiedades | El elefante verdimorado y otras...

ilusiones productivas

16/08/2025.- En el campo laboral, los trabajadores se dividen en dos grupos: los rebeldes y los obedientes. Estos últimos se agrupan en un gran espectro de actitudes: quienes cumplen instrucciones a pie juntillas, los que hacen solo aquello que el jefe seguro pedirá porque conocen su mala memoria, aquellos que actúan bajo protesta, los que jamás le dirán a su supervisor si está equivocado aunque sea inocultable, los queridos apagafuegos —enmiendan los errores con discreción— y los compañeros que harán lo instruido de cualquier forma, así les estén pidiendo un elefante verde con lunares morados en medio de la autopista.

Este último grupo combina condiciones únicas. Son hábiles para evitarse problemas mientras fluye la tarea encomendada. Sus movimientos transmiten la calma propia de quien está muy cerca de decir “Misión cumplida”. Hay seguridad y un aire de lealtad a prueba de cualquier retraso en tan insólita tarea. El “Estamos trabajando arduamente en eso” suena a gestiones extenuantes. Exhiben una certeza superior a cualquier clasificación científica que desconozca la existencia de elefantes con pintitas violeta. Un “No” o un “Quizás” están fuera de su vocabulario.

Todo va a paso de elefante hasta que llega el momento de ver el trabajo hecho, un instante revelador si queremos conocer realmente el temperamento de nuestros jefes. La realidad es más aplastante que el mamífero más pesado del mundo: el resultado no se parece en nada a la instrucción original. En lugar de un ejemplar de al menos tres toneladas, de pie y a la vista de todos, hay otra cosa. Puede ser una escultura, un dibujo o un grafiti, pero no hay un elefante de verdad. 

Si el jefe explota en cólera, siempre estará quien alegue en su defensa la falta de precisión en las instrucciones o la omisión de una verdad de perogrullo: era imposible conseguir un ejemplar así. Si queda contento o no exige ninguna explicación, el equipo será un coro de suspiros de alivio. Ahí también estará la voz de la (in)conciencia para recordarnos: “Lo importante es resolver”.

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Ser multitasking no es un talento del siglo XXI, es un placebo laboral. Tenemos cinco tareas en simultáneo para sentir el control de todos los pendientes, pero las terminamos a duras penas en ocho horas. Te enfocas en una y te preguntan por la otra. Adelantas algunas gestiones. Vuelven a preguntarte por otro asunto. Le prestas atención hasta una nueva solicitud. Así es un día de trabajo productivo… en angustias.

El mundo laboral es solo un reflejo del exterior, donde evitar las distracciones y concentrarse en un solo asunto es casi una disciplina olímpica. Nosotros lo llamamos productividad. Alguien desde afuera solo puede pensar en una palabra: desorden.

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La tecnología y el trabajo son casi hermanos siameses. La primera ha transformado al segundo, con todos los efectos que conlleva. Ese vínculo ha traído consigo algunos puntos ciegos en nuestra evolución laboral, donde esquivar nuevas herramientas de trabajo no es una opción favorable. Sin embargo, muchos caen en esa práctica abrazados a una falacia: el uso de recursos emergentes está irremediablemente asociado a la juventud y su comprensión está negada para trabajadores más experimentados. ¿Alfabetización digital? Queda de cuenta de cada quien. 

La falsa obediencia, la dispersión y las brechas tecnológicas son apenas tres de las dificultades del mundo laboral moderno. Quienes formamos parte de la clase trabajadora lo vemos con resignación, pero quienes tienen el poder lograron su cometido: ver los problemas disfrazados de avance y productividad.

 

Rosa E. Pellegrino 


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