Estoy almado | Multitareas
10/08/2025.- Jonás no ha terminado de hacer lo que le toca y debe comenzar otra cosa o pensar cómo lo resolverá en un tiempo limitado, que no alcanza para todo lo que tiene que hacer en un promedio de entre 9 y 12 horas diarias que demanda tener dos o tres trabajos. En medio de ese bucle de pesada sobrecarga laboral, los promotores de la informalidad laboral se convierten en improvisados guías de autoayuda. Le insisten a Jonás en que debe ser agradecido, porque en el mercado las vacantes son precarias, o lo que es lo mismo, mal pagadas, que impiden cubrir las necesidades básicas y llegar a fin de mes cubriendo los gastos primordiales.
A la primera Jonás asiente, como lo haría cualquier esclavo del sesgo cognitivo de la oportunidad. Piensa que es privilegiado porque disfruta de una opción escasa. La mayoría de las vacantes disponibles no le garantiza una paga que le permita afrontar una manutención solvente para los niños, adultos mayores, servicios y comida, que tiene bajo su responsabilidad.
Por eso, cuando flaquea tras lidiar con disímiles grupos de trabajo, algunos dirigidos por insensatos y aprovechadores seriales, piensa para sus adentros: “debo seguir, es por ellos, dependen de mí, aguanta”.
Y de este modo, del agradecimiento sucumbe a la necesidad. Si no es por el ingreso total de los tres trabajos, sus dependientes la pasarían mal, igual que en época de pandemia o desabastecimiento. Si volviera a esos escenarios de extrema austeridad, estaría obligado a irse del país y luchar contra el temporal xenofóbico en marcha. Precisamente, no volver a la precariedad empuja a Jonás a hacer de tripas corazones, y también hacerse la vista gorda con ciertas situaciones que violan abiertamente cualquier precepto de ley laboral.
Porque lo que tiene no son dos o tres trabajos formales. Son salvavidas que lo ayudan a flotar, hasta nuevo aviso, en un mar picadísimo entre la precariedad laboral y los pagos discrecionales que no se constituyen en un salario legal. Sus ingresos son cifras al libre albedrío que inventan los empleadores, como si fuera un favor para que la clase trabajadora pueda subsistir por encima de un empleo formal.
Jonás sabe que su oportunidad laboral no durará para siempre, sobre todo por su carácter informal. En cualquier momento puede ocurrir un cambio; él no está seguro de si será para bien o para mal. La neblina de la incertidumbre no lo deja pensar bien. Lo que sí tiene claro es que cuando suceda, espera no ser más un dependiente de la informalidad laboral, no ser más un cautivo de unas condiciones surgidas abruptamente en una crisis, y que se supone serían temporales, que nunca se aceptarían como una realidad resignada.
Mientras tanto, Jonás sigue redoblándose para rendir en sus tres trabajos. Sus sueños sobre lo que realmente le gustaría hacer los ahoga en la hoguera de sus múltiples ocupaciones. Sueña con tener un solo trabajo y, tal vez, vivir holgadamente de ello. Anhela, sigue anhelando; es lo que le queda, es lo que lo mantiene despierto, evitando desgastarse por dentro, mientras se repite incesantemente que es muy productivo haciendo multitareas.
Manuel Palma