De comae a comae | Encava del terror

Sujetar a mi hija fuerte entre los brazos, sentir miedo y rabia al mismo tiempo fueron las emociones de lo que nos tocó vivir.

09/08/2025.- Encava es muchas cosas, pero en el imaginario de las personas que usamos autobuses para movilizarnos termina siendo un vehículo de transporte colectivo, el cual puede trasladar entre treinta y dos (32) a cuarenta y tres (43) personas en sus asientos, es espacioso, cómodo y “seguro”; son muy conocidos en Venezuela por tener presencia en todo su territorio.

Un autobús Encava para un conductor, podría decirse, es un sueño o anhelo; cuenta con un buen motor que funciona a diesel, carga una capacidad importante de pasajeros y pasajeras, es hecho en nuestro país por una empresa con más de 60 años de experiencia.

Un vehículo de esta marca ofrece, si está en condiciones óptimas, confort, no solo para los usuarios y usuarias sino también para quienes lo conducen, estéticamente hablando también tiene lo suyo y, como dicen en la calle, se puede tunear de lo lindo, no solo para andar por Caracas sino también para viajar a La Guaira, a Puerto La Cruz o la Gran Sabana, escuchando salsa, vallenato y merenguito.

Esta maravilla de creación tiene, como todo, su lado oscuro y temible, porque, dependiendo de quien lo conduzca, puede transformar rápidamente sus fortalezas en amenazas. Amenazas que, acompañadas de bebés o hijes pequeños, terminan generando momentos de ansiedad, pánico y hasta violencia.

Recientemente como familia vivimos una situación delicada, como siempre, esperábamos un transporte colectivo para movilizarnos, las camionetas que llegaban a la parada iban repletas, de pronto apareció una Encava vacía, no llevaba letreros.

Las banderas rojas estaban frente a nuestros ojos, al recogernos se detuvo en medio de la calle, lo reconocimos, era un Encava pirata y, aunque nos hemos repetido mil veces que no debemos subir en una unidad así, por cuestiones de tiempo y “comodidad” lo hicimos.

No habíamos logrado sentarnos cuando el conductor arrancó de sopetón, más adelante se detuvo frente a una confitería (lugar que vende golosinas al mayor) para cargar a unas mujeres con un montón de cajas, parecían conocerse o al menos ser cercanos.

Durante el camino, el conductor fumó cigarrillos, no respetó paradas y, más adelante, cuando se aproximó en la vía a la altura del parque Generalísimo Francisco de Miranda aumentó la velocidad de una manera tan abrupta que todo el carro vibró y nosotros con él.

Sujetar a mi hija fuerte entre los brazos, sentir miedo y rabia al mismo tiempo fueron las emociones de lo que nos tocó vivir: en medio de aquello gritamos para pedir la parada, como era de esperar el conductor, junto a su colector del Encava del terror, pretendieron dejarnos con una nena pequeña en medio de la calle. La verdad, aquello me enfureció.

Balmore cargaba a Yara, yo los bolsos, sentí tanta indignación que le dije al chofer que nos dejara en la parada, protesté, me indigné, el conductor se quedó en el sitio sin moverse, retando y haciendo uso de su poder, presionó para que nos bajáramos y lo hicimos, pero cuando nos fue a cobrar me negué a pagarle, le reviré.

El colector nos persiguió amenazando, nosotros nos seguimos negando y avanzando, se nos acercó tanto que pensé que podría violentarnos físicamente, ahí sentí susto, nuevamente pensé que mi gallardía había puesto en riesgo a mi hija y expuesto a una pelea callejera a su padre. ¿Qué hice? ¿Por qué me dejé llevar así?

La culpa rápidamente me hizo bajar la adrenalina, ni un solo policía de la parroquia Sucre presente en el lugar, la avenida desierta, la gente que solo observa, pero que sabemos jamás intervendrá, por miedo, por sus razones diversas.

Seguimos avanzando, el silencio nos arropó, logramos avanzar airosos, solo volví la mirada al escuchar unas voces de mujeres gritar ¡lambucios!, eran las féminas que cargaron sus cajas de chucherías, ellas que por solidaridad, amistad o cercanía de clase decidieron ponerse del lado de quien consideraron ofendido.

Por un momento me indignó que unas mujeres, madres también, no entendieran lo que pasaba, pero así andamos, con la brújula extraviada, defendiendo lo indefendible y aplaudiendo la violencia.

Pareciera que no queda otra alternativa ante un escenario así que guardar silencio y buscar formas de cuidarse individualmente, porque, lamentablemente, no existe institucionalidad ni leyes de mínima convivencia que nos hagan valer el derecho al disfrute y la tranquilidad.

Ojalá este texto-denuncia sirva para que las autoridades de los municipios Libertador y Sucre apliquen medidas inmediatas para sacar de circulación a los Encavas piratas, multen a conductores que fuman en las unidades, a los choferes que no hacen sus paradas, para ver si mínimamente mejora la forma como se ofrece un servicio colectivo.

Como madre. solo busco tranquilidad, cuidado y garantías, disfrute, seguridad; como usuaria. espero mínimamente un servicio digno, respetuoso, ya basta de tanta violencia. Violencia que en algunos casos se ha traducido incluso en lesiones corporales. Las madres, las abuelas y las personas vulnerables merecemos respeto

Ketsy Medina

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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